N° 18 Morales, Alfredo

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Incluso el grueso cobertor no lograba cubrirla del gran frío que emanaba. Le era difícil a Rosallie dormir. No tanto por la temperatura, sino por el hecho de que su cabeza comenzaba a proyectar las imágenes de su ex amigo. En la escuela le daba igual, el instituto era lo suficientemente grande como para perderse. Se daba cuenta de que había creado su propia tormenta, era de esas chicas que se enojan cuando llueve.

Rosallie no podía creer lo que estaba pensando ¿Pensaba en un chico antes que su propia muerte? No podía ser posible. Pensaba que iba a recuperarse, que no iba a volver a pensar en Andy. Incluso su nombre hizo que su estómago sintiera un hueco. Pero no solo sentía un aprecio, sino enojo. Y reconocía que si lo hacía una vez, él lo volvería a hacer.

No podía continuar girando en su cama tratando de conciliar el sueño. ¿Quien dijo que las noches eran para dormir? Decidió levantarse de su cama y agarrar su bata blanca que colgaba en el perchero de la esquina. Se la puso amarrando los lazos a la altura de su cintura y el frío era más denso. Dio una media vuelta para ver a sus compañeras de cuarto, la habitación estaba oscura, todas dormían a gusto, y la única preocupada era Rosallie. Suspiró.

Abrió la puerta y la cerró con cuidado para no despertarlas. Caminó el extenso pasillo cruzada de brazos. Las ventanas gigantes eran iluminadas por la luz de la luna llena. Había partículas de polvo danzando por aquí y por allá que sólo era visible gracias a la luz de la ventana. No le agradaba ni una pisca tanto silencio, tanta oscuridad. Comenzó a cantar una canción en su cabeza, la primera que le vino a la mente y logró relajarse un poco.

Al llegar a las escaleras vaciló por unos segundos pensando en las posibilidades de encontrarse con ella, negó con la cabeza; tomó el riesgo y bajó los peldaños. Cada planta era similar a la otra, incluso mientras más bajaba, más miedo tenía. Sentía un cosquilleo recorriendo su nuca. Al llegar al último piso, mantenía la mirada baja para no encontrarse con algún ente.

Al atravesar el comedor se percataba que el lugar estaba tan tranquilo, no se escuchaba nada más que sus pisadas provocando eco. Todo estaba tan calmado y la nieve era lo que lo hacía más precioso. Rosallie esperaba algo tan hermoso como esto, que ni siquiera se había dado cuenta de que lo estaba viviendo. Estaba tan preocupada que olvidaba lo lindo de la vida.

Caminó hasta llegar a las puertas dobles que se encontraban abiertas de par en par, al parecer esas puertas nunca se cerraban. Entró a la cocina y tomó una jarra llena de agua fría. El olor a metal fue lo primero que presenció, ni siquiera a comida, cualquier tipo, solo metal y oxido. Tomó un vaso que se encontraba en el lavaplatos y lo llenó de agua hasta el tope. El sonido del agua caer era lo único que rompía el silencio. Tomó un trago sintiendo el frío bajando por su garganta hasta su estomago, y escuchó pisadas. Paró de tomar y volteó violentamente.

— ¿Tomando agua a las tres de la mañana? —Preguntó Andy reclinándose en un costado en la pared luciendo monótono.

Andy tenía su cabello carbón más desordenado que nunca, se le notaba que se había levantado recién. Rosallie logró adaptar su mirada en la oscuridad y vio sus ojos cafés llenos de lujuria, y cansancio a la vez. Era más alto de lo que recordaba, maldecía tener que ser de estatura baja. Su nariz pálida era pequeña, su rostro era largo y de mentón duro. Recordaba cuando él solía jugar fútbol, por eso se mantenía delgado.

— ¿Qué haces aquí? —Preguntó Rosallie con tono despectivo.

—Estaba pensando que era una noche esplendida —Andy dio unos pasos acercándose a ella—, ¿Qué tal si la paso encerrado en mi cuarto estudiando? Pues no, tú sabes que nunca pensaría eso.

La Clase 09 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora