Capítulo 18

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Soy la que más cerca se encuentra de la pared de armas; ventaja que no desaprovecho.

Sintiendo mi corazón palpitar dolorosamente cruzo el espacio que me separa con la estantería y alzo la vista. Ante mí, largas filas de afilado equipamiento se extienden con un brillo metálico.

Mis ojos recorren veloces hasta el más pequeño rincón, consciente de los pasos apresurados que se acercan.

Termino decantándome por las armas blancas. Me alzo sobre las puntas de las deportivas y alcanzo un cuchillo de larga y afilada hoja, terminado en una punta curva. El mango es de madera recubierto de cuero. Parece muy antiguo.

Antes de alejarme de la pared tomo también una daga diminuta y la deslizo en el hueco de la hebilla del pantalón.

Me aparto antes de ser arrollada por la masa de Aspirantes que se yergue sobre las estanterías, con una determinación furiosa que resulta casi graciosa.

Una mano fría se apoya sobre mi hombro, sobresaltándome. Kalie me sonríe al volverme. Tiene el rostro sudoroso y el pelo pegado al cuello. Mantiene la mano vendada pegada al cuerpo en un ángulo que no puede ser ni cómodo. Mira arqueando una ceja el cuchillo al que doy vueltas entre las manos.

Comprendo al instante la mirada en sus ojos. Suspiro y le pongo en la mano buena el arma, mientras extraigo la daga del cinturón.

Ella niega con la cabeza y me devuelve el cuchillo.

—No, no. Es tuyo. Además, no sabría ni cómo manejarlo con esta mano. Pero si pudieras conseguirme una pistola, o algo similar…

Guardo de nuevo la daga en su sitio.

—Vale, vale, pillo la indirecta. Ahora vuelvo, ¿sí?

—Gracias— acepta, con una sonrisa aún más grande.

—Pero hazme un favor, ¿quieres? Guárdamelo hasta que vuelva— le pido, ofreciéndole el cuchillo por el mango. Ella lo acepta sin decir palabra.

Cojo aire antes de meterme de nuevo entre la multitud para tratar de hacerme con un arma para Kalie.

A base de codazos, empujones y gruñidos consigo llegar a primera línea, más dolorida que tras los golpes de los contrarios en el circuito. Escojo la primera arma que veo, una pistola no mucho más grande que mi mano, ligera como una pluma.

Cuando logro llegar junto a mi amiga se la tiendo. Ella la observa inquisitiva. Acaba encogiéndose de hombros.

—Gracias— dice, tendiéndome el cuchillo de nuevo.

—No hay por qué darlas.

En ese momento Marcus y el hombre abren las puertas de par en par.

—¡Hora de luchar!— grita este primero. Se ha colocado una armadura que le cubre desde el cuello hasta el estómago.

Maldigo nuestra estupidez. Me doy la vuelta y veo que ninguno de los Aspirantes se le ha ocurrido llevar ningún tipo de escudo. Definitivamente, somos todos unos descerebrados.

Vamos saliendo en fila de uno, con el silencio patente entre nosotros. Marcus y el hombre encabezan la marcha con paso firme.

Oímos un ruido de metal chocando contra el suelo detrás de nosotras y nos giramos. El grupo de amigos de Daniel pone cara de circunstancias, tratando de ocultar el desastre de escudos, armaduras y casos que han extendido por el suelo.

Daniel se agacha, toma un par de objetos, y patea el resto a un rincón.

Se acerca a Kalie y a mí y nos los tiende. Un peto para cada una, similar al de Marcus, y algo similar a unas manoplas de metal para Kalie. No parecen especialmente cómodas, pero le ayudarán.

Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora