Capítulo 12

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Dejo la cuchara sobre la bandeja ya vacía, y observo a Kalie morder con avidez un trozo de manzana.

—¿Qué tal te salió?— pregunto de improvisto.

—¿Qué tal me salió el qué?— pregunta, tapándose la boca con la mano. Veo el movimiento de su garganta al tragar— ¿La Prueba?

Asiento con la cabeza y nos levantamos, cargando con nuestras bandejas entre las manos. Ella esboza una tímida sonrisa.

—Supongo que lo justo para estar viva— contesta, arrugando la nariz.

Sonrío de oreja a oreja.

—Esa fue mi misma respuesta— respondo, riendo.

Dejamos los platos sobre la torre vacía y salimos del comedor, dejando el sonido de las alegres charlas a nuestras espaldas, y cambiándolo por el tranquilizador silencio que reina en los corredores.

­—Por cierto­— interrumpe mis pensamientos Kalie, esbozando una sonrisa de complicidad— ¿Qué estabas haciendo antes?

Creo que sé exactamente a qué se refiere, pero aún así doy largas a la hora de responder.

—¿Antes? ¿Cuándo?

—Ya sabes… Cuando te quedaste a entrenar.  ¿Qué hiciste?

—Entrenar— le miro como si fuese una respuesta obvia.

—No te hagas la loca, Leia. Se oían voces— insinúa, esbozando una sonrisa cual Lucifer.

—Era yo. Hablo sola. Un efecto marginal de tener pocos amigos.

—Seguro.

—De todas formas… ¿Nos estabas espiando?

Las mejillas de Kalie adquieren una tonalidad rojiza rápidamente.

­—Emm… no. Solo estaba de paso— gira la cabeza hacia otro lado, y evita mi mirada penetrante. —Vale, solo los primeros minutos…— de pronto, su rostro se ilumina, y me doy cuenta de mi error demasiado tarde— Espera, ¿has dicho “nos”?

Maldigo entre dientes por mi estupidez.

—¿Qué? No. Has entendido mal. Claramente he dicho “me”.

—Claramente no— me contradice, con aires de superioridad. Kalie me pincha con un dedo en el costado, y ahogo una risita— Leia…

Vuelvo la cabeza hacia ella, sonriéndole con vehemencia. En el rostro de Kalie hay una fingida expresión de súplica y pena; ojos grandes y un puchero.

—No me estás dando pena— canturreo en su oído, y ella me da un golpe amistoso en el hombro.

—¡Eres una mala amiga!— se queja. Ahora soy yo la que sonríe con maldad.

—Solo un poquitín— indico, guiñándole un ojo.

Doblamos una esquina.

—Bueeno, me has convencido— cedo, alzando las manos en gesto de rendición— Estuve entrenando…

—Hasta ahí yo también llegaba—me corta, impaciente.

—… con Castiel− finalizo.

Incluso en la oscuridad, puedo ver los ojos de Kalie abrirse como platos.

—¿Qué?

—Que estuve…

—Lo había entendido, gracias— replica ella— Me refería a ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿De verdad soy tan ignorante como para no haberme dado cuenta?

Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora