Capítulo 8 (Parte 1)

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No creo que vaya a poder olvidar el momento en el que la pieza de metal que amarraba tan firmemente el saco a la viga se partió limpiamente en dos, y el saco cayó con un golpe seco en el suelo levantando una pequeña nube de polvo. Tampoco la abolladura en el saco del tamaño de una manzana grande. Ni la expresión de profunda decepción de Uriel. Y mucho menos la perturbadora sonrisa en el rostro de Castiel al darse como vencedor.

La cruda realidad cae sobre mí como una maza. Tierra, trágame. Trágame y que me muera ahora mismo.

Los gritos de Marcus resuenan por los altos muros de la sala, provocando un molesto eco.

—¿¡En qué demonios se supone que estabas pensando!?— la cara del hombre se retuerce en una mueca de rabia.

Castiel se encoje de hombros.

—He ganado— repite, sin ganas de dar explicaciones.

Marcus se frota las sienes con evidente enfado. Cosa bastante comprensible, a decir verdad.

—Haz el favor… de salir… de mi vista— dice secamente Marcus— Ahora. Mismo. — le pone mucho énfasis a estas últimas palabras.

Castiel ladea la cabeza y le sostiene la mirada. A mi lado, Uriel le lanza una mirada de advertencia, Castiel pone los ojos en blanco, y hace una seña con la cabeza a Uriel, hacia la puerta.

Los dos ángeles echan a andar a pasos ligeros hacia la puerta, y en el último momento Castiel se vuelve hacia Marcus.

—No te preocupes, te prometo que volveré— Marcus gruñe en respuesta— Sí, lo sé, yo también te echaré de menos.

Castiel esboza una sonrisa torcida y le lanza a nuestro instructor una parodia de beso. A mi alrededor, el resto de Aspirantes ríen, tensos. Eso parece complacer a Castiel, que sonríe con suficiencia y se marcha del salón.

Mitchie y yo intercambiamos miradas de escepticismo, desde ambos lados de la sala. Ver todas las fases de la rabia de Marcus es divertido. Siempre que no la lleve contra nosotros.

Nuestro entrenador se vuelve hacia nosotros.

—¿Y vosotros que estáis mirando?— ladra. Nosotros, sin querer meternos en sus asuntos, optamos por el silencio.

Nuestro respuesta solo parece enfurecer más a Marcus. Opción errónea.

—Iros de aquí. Tenéis media hora de descanso. Fuera— ordena.

No se lo hacemos repetir dos veces, y salimos en tropel de la sala, hablando todos a la vez. Nuestras voces se elevan por el pasillo y se entrelazan unas con otras, haciendo imposible oír a uno solo. Me pongo de puntillas para localizar a Mitchie, o a Kalie. A ella también la he perdido entre el montón de gente, y paso por uno de esos momentos en los que odio mi altura.

Mitchie es la primera en encontrarme, después de un par de minutos de búsqueda, y Kalie aparece poco después. Mitchie sugiere que vayamos a nuestra habitación, pero le rebato que no tenemos la llave, y tampoco creo que forzar la cerradura de nuevo sea buena idea.

Ella acepta de mala gana, y nos dirigimos al comedor, el único sitio con acceso libre que se nos ocurre. Bueno, también está la sala donde estuvimos al acabar nuestra prueba mental, pero solo pensarlo, la idea me produce náuseas. Si pudiera olvidar todo lo que esa sala conlleva, lo haría sin dudarlo.

Llegamos arrastrando los pies al comedor, y nos damos de bruces con la puerta cerrada. Mitchie resopla, exasperada. Al final decidimos sentarnos al pie del escalón de la sala, aburridas.

Pasan dos, tres, quizá cuatro minutos, y vemos una sombra alargándose por el pasillo a medida que se acerca. Es Kass.

Al vernos esboza una sonrisa falsa, y se sienta frente a nosotras. Kalie se tensa casi al instante.

Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora