Capítulo 2: Mitchie

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Sin darme cuenta, me encuentro reflexionando. ¿Por qué Mer no podría hablar conmigo? Los Aspirantes nunca hemos sido problemáticos. Al menos, no demasiado.

Veo mi reflejo distorsionado en las paredes de cristal. Me sorprende encontrar notables ojeras que no había observado tener antes. El pelo negro ondulado y siempre encrespado, a pesar de los constantes cepillados. Ojos con iris indistinguibles de las pupilas, como túneles nocturnos. Sobre la superficie de cristal mi piel tiene un aspecto aún más desvaído que de costumbre, fruto de la escasez de sol durante varios años. Apenas unas horas a la semana es permitido en el reglamento.

No soy muy alta, pero en el Refugio ha sido demostrado que eso no importa. En una pelea suelo tener mayor velocidad que la mayoría de mis rivales, lo que a veces puede marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.

Nunca me ha gustado coger cariño a las cosas, sobre todo después del accidente de mis padres. Me cuesta confiar en la gente, pero aquí he encontrado amigas en las que sí puedo confiar. Ellas son especiales para mí. Son lo único que me queda. Y ahora quizá no las vuelva a ver. Solo una de mis tres amigas está aquí, conmigo, posiblemente en otra sala idéntica a la que he estado hace solo unos pocos minutos. Mis únicos parientes vivos eran mis padres y mi hermano pequeño, pero murieron todos en el incendio. No sé como logré sobrevivir. Debería estar muerta, con ellos. Si hubiera estado muerta, no estaría aquí. Quizá sería mejor que estuviese muerta.

Llego a la puerta que me separa del resto del mundo. Vuelvo la mirada atrás, hacia las decenas de puertas idénticas que llenan el estrecho pasillo. De vez en cuando oigo pasos procedentes de las habitaciones a los lados, un grito, un gemido. No soy la única que lo ha pasado mal ahí dentro. Tampoco creo que sea la primera en salir de ahí, pero tampoco la última.

Sacudo la cabeza bruscamente, como para deshacerme de esas ideas, y atravieso la puerta rápidamente. Me gustaría enterrar en lo más profundo de mí lo que ha pasado allí dentro, enterrarlo como si fuera un recuerdo olvidado, un mal sueño.

Pensaba que volvería a la misma sala de partida de antes, la habitación por la que he entrado está mañana, dispuesta a pasar dos semanas, —difíciles y duras, eso no puede cambiarse por ningún medio— y a sobrevivir a ellas como sea posible. Pero esta parte del recinto no es así. Estoy en una sala más normal que las anteriores en las que he estado. Paredes altas y suelo de piedra antigua. Mucho mejor.

En aquella amplia habitación están sentados ya cinco chicos y siete chicas. En una esquina, junto a una pequeña pizarra colgada en la pared, esta Marcus. Me da un lado de la cara, y veo su marcada cicatriz, de un color algo más pálido que el resto de su rostro. Es aún más horrible de cerca.

En la pizarra están escritos veintitrés de nuestros nombres. Ignoro por qué faltan dos. Ahora tengo algo más importante en lo que pensar.

Veo a mi única amiga de este grupo de personas sola, sentada en un rincón,  con las piernas cruzadas, y las manos abrazándose a sí misma. Voy hacia ella y le toco suavemente el hombro.

Ella se sobresalta y aparta de un manotazo mi mano antes de ser capaz de reconocerme, antes de darse cuenta de que soy yo.

—Mitchie— digo— ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Ella se aparta las manos de la cara y me mira. Tiene los ojos grises totalmente contraídos. Casi no se le ve el negro de los ojos. Parece aterrorizada. ¿Mitchie? ¿Aterrorizada? Ella siempre ha sido la más valiente de las cinco.

—Frío— susurra— Tengo… frío.

La miro alarmada y le cojo una mano, al tiempo que tomo su temperatura con el dorso de la mano. Está congelada. Me quito la chaqueta y se la pongo. Ella tiene los ojos vidriosos, y no responde. La piel de su cuerpo tiene un extraño color translúcido. Me pongo de pie.

Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora