Capítulo 5 La Muerte acecha

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Capítulo 5   La Muerte acecha

Afuera del castillo del Argengau la tormenta apretaba. Las gruesas gotas de lluvia golpeaban fuerte en el techo de la mansión de los Von Dorcha, donde todos dormían plácidamente, con la seguridad que daba un profundo sueño y la confianza que dentro de las murallas de piedra, nada podría pasarles.

De repente un grito desgarrador se escucho en la madrugada, recorriendo cada rincón de la mansión. Aquellos que le escucharon despertaron al instante, como quien se levanta luego de una terrible pesadilla. El grito provino de las habitaciones de la servidumbre, donde dormían las sirvientas cerca del área de la cocina.

Un segundo grito se escuchó. ¿Cuál más aterrador que el otro? Eran gritos de mujer. Más agudos de lo usual en la escala, puesto que denotaban gran terror. Era el alarido despavorido de quien ha visto la muerte... o de quien ha sucumbido a ella y su alma ha de escapar del cuerpo en ese último instante... en ese finito halo de vida.

Los guardias que estaban posteados cerca fueron los primeros en llegar a la escena. Era un avistamiento macabro, funesto. Los cuerpos de dos mujeres yacían en el suelo decapitadas,  una al lado de la otra. Las cabezas desprendidas aún con sus ojos abiertos expresando en sus purpureas y vacías orbes puro terror, estaban en una esquina de la habitación de servicio. Había rastros de sangre por todos lados. Gotas gruesas y finas pintaban las paredes plasmando con sus manchas carmesí lo cruenta de la masacre. Quien fuera... o lo que fuera, había asesinado sin piedad y de modo violento y salvaje a esas dos mujeres. Los relámpagos y las antorchas alumbraban el dormitorio de las muchachas, pero el asesino ya no estaba allí.

El conde de Argengau llegaba hasta el lugar de los hechos luego que fuera informado de lo ocurrido por los guardias.

—¡Cómo es posible que algo tan terrible haya pasado sin que nadie se diera cuenta! ¡Peinen el castillo por dentro y por fuera! ¡El homicida tiene que estar aún en los predios del castillo... o aún peor, en su interior! ¡Qué horror!— Exclamaba el conde totalmente confundido, sorprendido y aterrado.

—¡Lord Bruce! Se ha encontrado un tercer cuerpo y corresponde a un guardia entre las murallas exteriores. Fue hallado de la misma manera, decapitado, señor.

—¡No puede ser! ¡Entonces nos estamos enfrentando a un loco asesino. ¡Ha matado a tres en una noche de manera salvaje y ha huido! ¡Ordenen a todos que se encierren en sus habitaciones en lo que queda de noche y que no salgan hasta que despunte el alba! ¡Guardias redoblen la vigilancia y si encuentran al desquiciado acaben con el sin piedad!— Lord Bruce daba instrucciones. El hombre sudaba frío. Todos en el castillo estaban temerosos y angustiados. Un asesino se encontraba suelto. Esa noche nadie volvería a dormir en la mansión de Argengau de Suavia.



Después de aquella funesta noche nada volvería a ser igual en el castillo de los Von Dorcha. El misterioso y silente asesino seguía cobrando vidas, matando sin ser descubierto en la oscuridad de la noche. La mansión de Argengau y sus habitantes habían sido secuestrados por el terror que infundía el saber que alguien dentro de la gran mansión liquidaba uno a uno a los residentes del castillo. Los guardias no daban abasto y los que quedaban aún con vida a penas dormían; primero de miedo pues el temor que provocaba la angustia y la incertidumbre de ser la próxima víctima del misterioso ejecutor de la mansión de Argengau les robaba la vida tanto como el sueño.

Noche a noche, uno a uno iban muriendo de manera horrorosa. Unos decapitados, otros desmembrados y algún otro destripado, dejado tirado en el suelo con sus vísceras fuera, hechos pedazos. Todas las mañanas se tenía que disponer de un cuerpo. Los sirvientes más ancianos aconsejaron que los finados debían ser quemados para evitar que las almas de los difuntos volvieran a penar en la mansión luego de haber muerto de una manera tan trágica.

Muchos llegaron a pensar que podía tratarse de una bestia salvaje. Tal vez un lobo u otra bestia del bosque que se había metido a la mansión y que se hallaba escondida en algún rincón, saliendo solo de noche a acechar y a matar... Otros traían las historias de seres malditos desde el origen de la creación. No vivos que salían de sus tumbas para alimentarse de sangre humana y cuyo nombre era prohibido mencionar pues era como llamar al diablo.

El castillo de los Von Dorcha se había convertido en un lugar maldito. La mayor parte los que allí vivían, o de los que aún quedaban con vida ya se habían ido de la mansión al cabo de una semana. Habían huido pues temían perecer victimas del demonio del castillo de los Von Dorcha. Sólo el conde y su mujer y unos pocos guardias y sirvientes quedaban vivos. Todos a la expectativa de quien sería el próximo en ser ejecutado. Pero antes de que esto ocurriera, ya Lord Bruce y Doña Bertha estaban preparando sus cosas para irse de allí al día siguiente.

—¿Cerraste bien la puerta?— Doña Bertha le preguntaba a su esposos. Las violáceas  ojeras y la palidez en el rostro de la mujer denotaban la infernal semana que había pasado, privada del sueño y aterrada, sin paz ni sosiego presa en su casa... en su propia habitación.

Lord Bruce colocaba cadenas y pesados candados y un travesaño de madera para asegurar sus vidas dentro de su alcoba. Miraba con desasosiego a su mujer, temiendo más por su vida que por la de él. Sentía que la desgracia se había posado de manera perpetua sobre el castillo de Argengau.

—No te preocupes mujer. Esta será la última noche que pasaremos aquí. Mañana a primera hora partimos a Constanza. Allá estaremos seguros. Sea lo que sea lo que hay en este lugar se pudrirá junto con las frías y húmedas piedras cubiertas de hiedra de este castillo y todo lo que hay dentro. Nosotros nos iremos. Ningún espectro del pasado o presente nos robará la paz... o la vida.

Ya el conde y su esposa se encontraban recostados en su cama. Luchando con las pesadillas y peleando con el sueño... para atraparlo y adueñarse de él. Al menos por esta última noche.

Un grito se escuchó en el pasillo, muy cerca de la habitación. El conde y la condesa quedaron sentados en su cama. La muerte acechaba justo fuera de su alcoba.

Silencio... sólo silencio y oscuridad. Un fuerte golpe sacudió la puerta de la habitación de los condes. La muerte tocaba a su puerta.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

Cada golpe hacía brincar a Lord Bruce y a Doña Bertha en su cama. El marco de la enorme puerta temblaba con cada golpe. ¡Pum! ¡Pum!

Doña Bertha lloraba y su llanto ahogado hacía eco en el silencio de la noche... dentro de su pecho, De nada le valdría gritar. Nadie vendría a rescatarlos. Los que pudieron haberla escuchado ya habían muerto... o se habían ido.

Lord Bruce tomaba su espada y aguardaba de pie junto a la cama.

¡Pum! ¡Pum!

Un tercer golpe hizo que la puerta cayera al suelo de manera estrepitosa. El marco de la puerta hecho añicos y las estillas volaban por los aires. Las piedras rotas que quedaron pulverizadas tras zafarse tan abruptamente la tranquera hicieron que una nube de polvo reemplazara el espacio en el cual hacía unos segundos estaba la puerta.

El polvo se iba disipando dejando ver la silueta del asesino. Poco a poco se develaba: Sus largos y negros cabellos cubiertos con un tocado de flores amarillentas y marchitas. Su piel era blanca como la nieve y su rostro era hermoso pero aterrador. Aquellos ojos negros miraban vacíos como un pozo sin fondo las expresiones llenas de asombro y pavor de los condes quien no podían creer a quien tenían en frente, de pie

—¡No puede ser! Leila, hija... pero... ¡Tú estás muerta!— Gritaba Doña Bertha, levantándose de la cama totalmente incrédula. Estaba viendo un fantasma.

Leila ladeaba su cabeza como quien no reconoce quien tiene en frente. En sus labios cubiertos de sangre se dibujaba una maléfica sonrisa y un par de colmillos largos y puntiagudos sobresalían de su boca.

Un grito desgarrador se escuchó en la habitación de los condes... y Leila se abalanzaba lista para matar.

LeilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora