Capítulo 24 Arcángeles y Vampiros

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Capítulo 24 Arcángeles y Vampiros

I

Los hombres hacían guardia por segunda noche junto al cuerpo de la jovencita que Pelagio había drenado sin corromperla. La luna, menguaba, sonriendo maliciosamente sobre las copas de los árboles que circundaban la vieja fortaleza abandonada. Una densa neblina comenzaba a desplazarse y parecía atravesar las gruesas paredes de piedra del castillo en ruinas.

—Hay demasiado silencio esta noche—, dijo uno de los soldados vampiros a su compañero de turno escudriñando con su precisa mirada los alrededores.

—Si... demasiado silencio Burnak.

A lo lejos un grito desgarrador se escuchó. La última vasija estaba siendo drenada. Bien podía ser por un nuevo vampiro o por uno de los soldados. Ambos centinelas se miraron. Parecían palidecer más de lo usual tras escuchar el alarido agonizante del individuo quebrar la quietud nocturnal.

—Sinceramente, no sé si sentir hambre después de eso, o escalofríos. Hoy la noche está tan extraña Halfrid—, comentaba Burnak y casi se podría jurar que temblaba de miedo.

Halfrid asentía mientras colocaba su mano sobre la empuñadura de su espada.

Otro par de soldados vampiros se acercaban a donde estaban apostados Halfrid y Burnak. Ambos se limpiaban los rastros de sangre aun tibia que salía de la comisura de sus labios en obvio ademán de provocar la envidia de sus compañeros.

—Estaba delicioso ese último bocado de sangre que quedaba en las mazmorras, ¿verdad Ambroise?

—Cierto es. Era un hombre fuerte y sano. Va a ser un buen guerrero cuando termine la conversión—, respondió el otro.

Burnak y Halfrid los miraban mortificados.

—¿Fueron ustedes los que drenaron al pobre muchacho? Suertudos... y nosotros aquí velando a la virgen—, respingó Burnak.

—En realidad no... Don Pelagio solo nos dejó las sobras luego de... que reclamara lo suyo—, contestó el tal Ambroise dejando en entredicho lo que era obvio había hecho el líder vampiro con el hombre al hacer un gesto obsceno con su brazo y su puño.

—Oh. Entonces parece que Don Pelagio ha hallado pareja después de tanto tiempo—, comentó con cierto tono de burla Halfrid.

—Parece que sí. Él fue quien lo trajo desde la Aldea. Lo trató de manera especial durante todos estos días y el mismo lo marcó con su sangre. Nosotros lo que hicimos fue terminar de drenarlo luego de que él se lo gozase—, respondió Ambroise.

—Entonces, ¿vienen a relevarnos, Johan?—, preguntó Burnak al compañero de Ambroise, quien era a su vez su hermano gemelo. Eran un par de hombres hermosos, de cabellos largos y dorados, oriundos de Tolosa.

—Oh, no Burnak. Venimos a redoblar la guardia. Los señores salieron a cazar. Vuelven en una hora. Tan pronto regresen, entonces ustedes se pueden ir. Nosotros nos quedaremos con Castita—, respondió Johan señalando a la joven.

El cuerpo de la jovencita yacía tendido sobre un catre en una habitación que parecía haber sido la barraca de los soldados del abandonado fortín. Sus largos cabellos color miel contrastaban con la palidez de su rostro. Sus manos cruzadas sobre su vientre estaban amarradas con una soga al igual que sus delicados tobillos.

—La condenada está linda. A mí no me molestaría tomarla una vez despierte—, dijo Ambroise al acercarse para contemplarla de cerca.

—Hoy Lynnah ha adquirido un brillo especial en su rostro. Creo que hasta sus facciones han cambiado un poco... parece un...—

LeilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora