Capítulo 2 Historias y Romances Furtivos

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Capítulo 2 Historias y Romances Furtivos

I

—Leila... mmm... que hermoso nombre, mia bella—, Leonardo besaba la mano de Leila y le sonreía.

La joven sintió como una corriente cálida le subía por todo el cuerpo provocada por el roce de los labios suaves de Leonardo en su mano. Ella estaba como embelesada, nunca había tenido frente a ella un hombre tan gallardo y apuesto... Parecía un dios... un dios romano caído del cielo... o de su caballo. Daba igual para ella, pues lo veía tan distinto a todos los hombres que había conocido; un montón de insulsos pomposos y desabridos que solo la veían como el objeto que sellaría algún pacto o tratado entre nobles o familias... No, este hombre era distinto.

—Gracias—, contestaba Leila sonriendo de manera coqueta.

—¿Y qué hace una jovencita tan hermosa sola en estos bosques?

—Salí a cabalgar, como hago todas las mañanas. Monto sobre mi yegua Negra y llego hasta la colina detrás del castillo para mirar al lago. Estas son las tierras de mi padre, el conde de Argengau de Suavia... lo que me hace preguntarle forastero, ¿qué hace un hombre como usted solo en estos bosques que pertenecen a mi familia? Has venido desde lejos— Leila miraba al hombre con perspicacia, sonriendo pícaramente.

—Sí, es muy cierto, he venido desde lejos. Mi hogar... es decir, mi castillo está en una provincia pequeña al norte de Milán. Soy el hijo del conde, Lucio Draccomondi. Yo también salí a cabalgar... pero sin rumbo. Crucé todo Lombardía y los peligrosos pasos entre los Alpes Suizos y llegué hasta aquí... Quería admirar también la belleza del lago de Constanza—, Leonardo explicaba mientras acariciaba a Negra ante los ojos perplejos de Leila.

—¡Entonces eres un viajero... un aventurero! ¡Qué maravilla! Eres conde pero eres libre para recorrer el mundo! Eso me parece tan valeroso... pero, ¿qué te ha pasado? Me has dicho que tu caballo salió desbocado.

—Sí, bueno, luego de subir por la serranía, acampaba al sur de este cauce. Hace dos noches, unos lobos hambrientos me atacaron. Lamentablemente mi corcel salió huyendo despavorido. Seguí río arriba hasta llegar aquí... pero jamás pensé encontrarme con una mujer como tú en mi camino—, Leonardo volvía a besar la mano temblorosa de una emocionada Leila.

—Favor que usted me hace, conde, pero estoy segura que ha visto mujeres mucho más atractivas que yo en sus aventuras.

—Le juro que no. Nunca una con unos ojos tan oscuros y a la vez tan brillantes como los suyos. Irradias algo muy especial... casi místico. ¿Tendrás muchos pretendientes, mia bella?— Leonardo estudiaba con detenimiento el cuerpo de Leila, casi desnudándola con su mirada de manera indecorosa. Pero esto a Leila no parecía afectarle, es más, le fascinaba que aquel hombre la mirara de tal modo.

—Puede ser. Mi padre está obsesionado con la idea de comprometerme desde que cumplí mis dieciséis. ¡Es un fastidio! El no entiende que no me quiero casar aún.

—Te entiendo. Hay almas que no nacimos para estar enclaustradas, ni sometidas. Somos seres especiales... como lo eres tú, mi hermosa Leila— Leonardo se acercaba peligrosa y sensualmente y la condesa sentía como su cuerpo respondía de manera placentera ante la presencia de este extraño, un hermoso extraño de nombre Leonardo. Todo su ser tiritaba de la emoción que la cercanía de este forastero provocaba en ella.

El caballero fijaba sus ojos de esmeralda en Leila. Su mano acariciaba la mejilla de la niña, quien exhalaba un suspiro. La hermosa pelinegra permanecía inmóvil, como hipnotizada por aquel hombre y no quería moverse de todos modos. Le fascinaba aquel desconocido que parecía adentrarse en su alma con el destello de sus hermosos ojos de gato salvaje... y la desnudaba.

LeilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora