Capítulo 27 Tretas y Carnadas

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Capítulo 27 Tretas y Carnadas

I

El lujoso carruaje avanzaba a toda velocidad cargado hasta el tope por el denso bosque en la oscuridad de la noche. Las enormes ruedas de madera tropezaban con piedras y troncos en el camino haciendo que la carroza diera tumbos y saltos y su pesada carga se balanceara. Aún así no detenían su marcha. Los briosos corceles relinchaban lastimeramente ante el azote inclemente del látigo del conductor que los obligaba a seguir. Las bestias desaceleraban por momentos y su respirar se volvía cada vez más sonoro y laborioso mostrando signos de extrema fatiga.

Luego de haber avanzado poco más de una milla, el conductor se detuvo en un claro del bosque. El hombre se desmontó del carro y caminó hasta la puerta de la carroza. Un par de brillantes ojos negros, tan negros como la noche misma lo miraban severos e inquisidores.

—Mi señora, me temo que tenemos que detenernos aquí—, el hombre hablaba tímidamente mientras estrujaba el látigo con sus manos temblorosas—. Los caballos están extenuados, ya no pueden seguir avanzando o se quebrarán. Podemos descansar aquí en este claro junto a este arroyo lo que queda de noche y mañana temprano proseguiremos.

El hombre abrió la puerta del carro y dos mujeres encapuchadas se bajaron. Leila descubría su cabeza al remover su caperuza. Miró hacia el cielo y una luna llena que se asomaba curiosa entre el alto follaje de las coníferas iluminaba su pálido y hermoso rostro.

—Está bien. Necesitamos a las bestias fuertes y saludables. De nada nos sirven con las patas rotas. Sacrificarlas y beber de ellas solo dejarían rastros en el camino. Ya hemos avanzado bastante. ¿Dónde crees que estemos Albert?—, preguntó Leila.

—Hemos tomado el camino viejo del bosque ladeando las colinas hacia el noroeste. Debemos estar en la región antigua de Nordgau. En uno o dos días, a este ritmo, llegaremos a Nuremberg—, respondió el sirviente.

—Una vez lleguemos a la villa de Nuremberg podemos buscar posada por unos días para cazar y abastecernos. Pero hay que salir de esta región lo antes posible. Es muy peligrosa e inestable. Están en disputa con los Francos y tener cuadrillas de soldados merodeando cerca no opción para nosotros. Aún estamos cerca de Regensburgo. Los inquisidores deberán pasar Ratisbona y tomar el camino Bávaro al este por la ruta de Bohmerwald hasta llegar a Brandemburgo para develar su trofeo... ¡Ilusos! Me encantaría estar allí cuando descubran que no fue a mí a quien destruyeron.

—Pobre Elinore—, murmuró apesadumbrada la doncella.

—¡Qué! ¿Preferías haber sido tú Waldira? Total, ya me la debía por haberse estado revolcando con Stanislav. Elinore sabía que el extranjero me gustaba mucho y terminó almorzándoselo primero que yo... bueno, eso ya no importa. La estúpida sirvió a su propósito—, Leila le respondió a la sirvienta y luego se dirigió a Albert—. Amarra los caballos a aquel árbol junto al riachuelo para que beban agua y descansen. Les espera un día largo mañana. Ya los reemplazaremos en Nuremberg.

Waldira tendía una improvisada cama afuera, bajo un gran árbol de abeto junto a la carroza. Cerca del arroyo las luciérnagas danzaban y la luz de la luna se reflejaba sobre la superficie de las plácidas aguas. Leila se había desvestido y caminaba desnuda hacia el riachuelo. Ansiaba refrescarse, mojar sus pies y darse un baño de luna. En la orilla, junto a los caballos, un lujurioso Albert la contemplaba.

—¿Qué miras tanto Albert? Aquí no se te ha perdido nada. Si quieres retoza con Waldira por ahí entre los matorrales. Te la presto—, Leila soltaba unas carcajadas maliciosas y la sirvienta miraba al conductor con aires de coquetería y cierta complicidad.

A la distancia se escucharon unos aullidos, tan fuerte que resonaron haciendo eco en el claro del bosque. Los caballos despertaron de su sueño y reaccionaron nerviosos relinchando.

LeilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora