Capítulo 1

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Prólogo

Seguir corriendo no le iba a salvar. Ese maldito demonio le había acorralado y era mucho más fuerte de lo que se esperaba en un primer momento. Ahora, él estaba en un callejón sin salida y sabía demasiado como para sobrevivir. Recordó la servilleta que se había llevado del bar. Debía darse prisa si quería que cumpliera la utilidad para lo que pensaba. Apuntó la dirección del próximo lugar por el que se dejaría caer y lo dobló en dos. Fuera, garabateo el nombre de su pupilo. Deseaba que acabase llegando a sus manos, una vez en ellas, su amigo sabrá que hacer. No le daba tiempo a decirle lo mucho que le iba a echar de menos. Tampoco conocería a la nueva, algo que por querer demorarlo durante tanto tiempo, era demasiado tarde.

Frente a él percibió la sombra de su verdugo. Rezó porque sus chicos le parasen los pies antes de acabase con la humanidad, algo en lo que había fracasado. Y, por ese error, reclamaba su vida. 

1

La Tierra está condenada.

Empezaba a estar harta de esa dichosa frase. Cleo la oía cada vez que salía de prisión, en los informativos de la radio sensacionalista era la frase más repetida. Primero el virus y luego el portal del infierno, hasta ella admitía la desesperanza como algo normal. Ni siquiera había nacido cuando lo primero ocurrió. La llamaron la nueva Ébola, esta más mortal si cabía. Se extendió rápidamente, pillando a todos los gobiernos con los pantalones bajados. No fue una pandemia a la que los antiguos humanos estaban acostumbrados. Esta no se conformó con diezmar a los países más pobres hasta que las farmacéuticas diesen con la formula para salvar a quienes lo podían pagar. Mató a más de la mitad de la población mundial, y no todos eran de países pocos desarrollados. Muchas ciudades como Chicago, Madrid, incluso Pekín estuvieron al límite de vaciarse por completo. Cleo se asombraba al ver viejas fotos de la India y le parecía tan extraño leer ediciones anteriores a la pandemia de viejos libros, donde hablaban de paro, urbes congestionadas y, quizás lo que más envidiaba, el mito de la adolescencia. Una palabra ya extinta, enfrentada a los nuevos valores. Unos valores que la encerraron a los quince años. Que rápido habían pasado estos cuatro.

El autobús de la cárcel hizo su cuarto giro a la derecha, ya conocía el paisaje que tocaba ahora. La penitenciaria femenina Blue Montain se acercaba a ellos, ansiosa por devorar a las almas que iban en el transporte. Cleo miró hacia atrás para recordar las caras de sus compañeras. Detrás del todo estaba Betty Sue. La encantadora Betty Sue, la única capaz de cargarse a un guarda sin ni siquiera sudar. Era de admirar si te percatabas de que los guardias nunca se acercaban a las presas, a no ser que hubiera trifulca, entonces se lo pensaban. Sus rechonchas mejillas desplazaron su ojo izquierdo hasta taparlo, el guiño era para ella. No se llevaban tan mal y a Cleo no le costaba nada intervenir para sacarle las castañas del fuego a Sue, algo no muy común. Solo una persona se atrevía con la de Montana y justamente, estaba en ese autobús. Rosario Vazquez, la última superviviente del clan más importante del narcotráfico las observaba desde la mitad del transporte. Unos días antes ya hubo un encontronazo entre la latina y la mataguardas en el que Cleo intervino, por supuesto en favor de la segunda. Rosario todavía mostraba el ojo morado que le dejo en el primer contacto y el hueco donde antes tuvo un diente. Su mirada de odio le mostraba que no lo había olvidado.

Ninguna otra compañera de celda les acompañaba, así que volvió otra vez la vista al frente. Ellas eran las únicas con lecciones de combate. Algo extraño, preparar a la escoria encarcelada para defenderse. Las tres bien sabían porqué, la sombra del escuadrón rojo las acechaba, entrar en el ejército sería su única oportunidad de sobrevivir y no pudrirse entre los barrotes. Desde que Sue y Vázquez pasaron a vivir en la sombra, todas las internas se imaginaban que serian las afortunadas, su fama en el exterior y el respeto que se forjaron rápidamente entre las chicas fue el último paso para que se les abriese las puertas. La sorpresa fue Cleo, tan delgaducha y poca cosa. Pero no debían subestimarla tan pronto.

Antes de darse cuenta, ya estaban dentro de Blue Montain y la guarda del turno les abrió la puerta antes de ocultarse entre una pared transparente. Las mujeres salieron individualmente sin hacer ningún ruido y atravesaron el pasillo que les llevaba a sus celdas. Mona la esperaba en la cama de arriba mientras leía un viejo libro de rimas. Era su compañera de cuarto desde su entrada. Cuando la conoció, Mona tenía su misma edad. Su banda la abandonó después de que su novio se liase con otra y se convirtiese en el jefe. Su negra piel destellaba al contraste de la blanca camiseta del uniforme penitenciario. Al ver su serio semblante ni se levantó.

– No hace falta que digas nada, no te apetece trato humano – le dijo antes de volver a su relato. Cleo ni la miró, su mente no estaba en ese lugar ahora. Esa tarde su maestro de lucha la había llamado aparte antes de volver al autobús. Su nombre no aparecía para las siguientes sesiones, lo que significaba que no iba a volver. Parecía decepcionado por perder a una de sus mejores alumnas, ella sabía que el motivo real de su tristeza era porque se fuera antes de conseguir que se acostara con él, como todas. Estas clases significan para ella su único divertimento, además, no era normal que la suspendiesen sin motivo. Algo pasaba, eso era obvio. Lo más probable es que fuese un error, daba igual pues ahí dentro no podía hacer nada, solo enloquecer por la rutina. La noche llegó, y las luces se apagaron, apartándola de sus pensamientos unas horas. Sus pesadillas estaban llenas de oscuridad, sangre y muerte. Mac también aparecía, tumbado en el suelo. Le oía decirle que la quería antes de morir. Su alma se inundaba de lágrimas pero, en cuanto despertaba lo dejaba todo de lado. Ya nada importaba, Mac llevaba muerto desde hace demasiado, no le quedaba nada.

Oscura Redención (Acabada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora