Capítulo 16

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Londres, Inglaterra, 1900

 La niebla era espesa y amarilla, del color del pudín de guisantes. Había caído durante la noche, desplegándose desde la superficie del río y expandiéndose pesadamente por las calles, en torno a las casas, por debajo de los portales. Eliza miraba por la grieta entre los ladrillos. Bajo ese manto silencioso, casas, lámparas de gas, muros... se transformaban en monstruosas sombras, acechando mientras las nubes color azufre se movían a su alrededor.

 La señora Swindell le había dejado una pila de ropa para lavar, pero hasta donde Eliza podía ver, no tenía sentido lavar nada con la niebla en ese estado: lo que era blanco estaría gris al terminar el día. Lo mismo daba colgar las ropas mojadas pero sin lavar, que fue lo que hizo. Se ahorraría una barra de jabón, además de su tiempo. Porque Eliza tenía cosas mejores de las que ocuparse: cuando más espesa era la niebla, tanto mejor para ocultarse y espiar.

El Destripador era uno de sus mejores juegos. Al comienzo lo había jugado sola, pero con el tiempo le había enseñado a Sammy las reglas y ahora se turnaban para interpretar los personajes de Madre y el Destripador. Eliza no terminaba de decidir cuál de los papeles era su favorito. El Destripador, pensaba en ocasiones, por su poder. Hacía que su cara se sonrojara de placer,acercándose silenciosa por la espalda de Sammy, ahogando una risita, mientras se preparaba a atraparlo...

 Pero también había algo seductor en jugar a ser Madre. Caminar con rapidez, con cautela, negándose a mirar por encima del hombro, negándose a salir corriendo, intentando mantener la calma a pesar de las pisadas a su espalda, mientras su corazón latía tan fuerte que ahogaba cualquier ruido. El miedo era delicioso, haciendo que sintiera un cosquilleo por la piel.

Aunque los Swindell habían salido a remover el barro en busca de tesoros (la niebla era un don para los habitantes del río que arañaban sus ingresos mediante medios inescrupulosos), Eliza descendió silenciosa las escaleras, evitando cuidadosamente el chirrido del cuarto escalón. Sarah, la muchacha que cuidaba de Hatty, la hija de los Swindell, era de esas que disfrutaba ganándose el favor de sus señores con ladinos informes sobre el comportamiento de Eliza.

Al pie de las escaleras, Eliza se detuvo y observó los bultos en sombras de la tienda Los tentáculos de la niebla se había abierto camino entre los ladrillos, entrando en la estancia, colgando pesadamente sobre los objetos, arracimándose amarillentos en torno a la titilante lámpara de gas. Sammy estaba en un rincón, sentado en un banco, limpiando botellas. Estaba inmerso en sus pensamientos: Eliza reconoció la máscara de ensoñación de su rostro.

 Un solo vistazo le confirmó que Sarah no estaba acechando. Eliza se le acercó.

—¡Sammy! —susurró.

Nada, no la había oído.

—¡Sammy!

Dejó de sacudir su rodilla y se inclinó de modo que su cabeza apareció al otro lado del mostrador. El cabello le caía, lacio, hacia un lado.

—Afuera hay niebla.

Su expresión neutra reflejaba lo evidente de la afirmación. Se encogió levemente de hombros.

—Densa como barro de alcantarilla, la luz de las lámparas ha desaparecido. Perfecta para el Destripador.

Eso atrajo la atención de Sammy. Permaneció inmóvil por un momento, considerándolo, luego sacudió la cabeza. Señaló la silla del señor Swindell, con su manchado respaldo hundido donde los huesos de su espalda se apoyaban, noche tras noche, cuando regresaba de la taberna.

—Ni siquiera sabrá que nos hemos ido. Estará fuera mucho tiempo, al igual que ella.

Él volvió a sacudir la cabeza, pero esta vez con algo menos de vigor.

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⏰ Last updated: Sep 01, 2018 ⏰

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