Capítulo 3

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Brisbane, Australia 2005

 Cassandra llevaba días sin salir del hospital, aunque el doctor tenía pocas esperanzas de que su abuela recuperara el conocimiento. Era muy improbable, dijo, a su edad, y con semejante cantidad de morfina en su organismo.

 La enfermera de noche había regresado, por lo que imaginó que había anochecido, aunque no pudiera precisar que hora sería. Allí era difícil saberlo: las luces de la sala de espera estaban siempre encendidas, podía escucharse una televisión a todas horas --pero nunca verse--, y los carritos recorrían los pasillos de arriba a abajo, sin importar la hora. Toda una ironía que un lugar que dependía tanto de la rutina operara tan decididamente fuera de los horarios habituales.

 Sin embargo, Cassandra esperó. Mirando, consolando, mientras Nell se ahogaba en un mar de recuerdos, volvía a emerger en busca de aire una y otra vez, y regresaba a épocas de su vida cada vez más tempranas. No podía soportar pensar que su abuela venciera las posibilidades en su contra y regresara al presente tan sólo para encontrarse flotando en las postrimerías de la vida, sola. 

 La enfermera reemplazó la bolsa de suero vacía por una nueva, giró un interruptor en la maquina situada detrás de la cama y luego se concentró en arreglar las sábanas.

 --No ha bebido nada --indicó Cassandra, su voz sonándole extraña incluso a sí misma--. En todo el día.

 La enfermera alzó la vista, sorprendida de que alguien le hablara. Miró por encima de las gafas hacia la silla en donde estaba sentada Cassandra, con una manta azul verdosa, de hospital, sobre el regazo.

 --Me ha asustado --dijo--. Lleva aquí todo el día, ¿verdad? Probablemente sea lo mejor, ya no falta mucho.

 Cassandra ignoró el comentario.

 --¿No deberíamos darle algo de beber? Debe de estar sedienta.

 La enfermera dobló las sábanas y las acomodó eficientemente debajo de los delgados brazos de Nell.

 --Estará bien. El goteo se encarga de todo eso. --Comprobó algo en la tablilla de Nell, hablando sin alzar la vista--. Hay un sitio para preparar té al final del pasillo por si lo necesita.

 La enfermera se marchó y Cassandra vio que los ojos de Nell estaban abiertos, mirando fijamente.

 --¿Quién eres? --Se escuchó la frágil voz.

 --Soy yo, Cassandra.

 Confusión.

 --¿Te conozco?

 Los doctores se lo habían anticipado, pero sin embargo sintió una punzada.

 --Sí, Nell.

 Nell la miró, con sus ojos color gris acuoso. Parpadeó confundida.

 --No puedo recordar...

 --Shhh... está bien.

 --¿Quién soy?

 --Tu nombre es Nell Andrews --explicó Cassandra, cogiéndole la mano--. Tienes noventa y cinco años. Vives en una antigua casa en Paddington.

 Los labios de Nell temblaron; se estaba concentrando, intentando dar sentido a las palabras.

 Cassandra tomó un pañuelo de papel de la mesilla y se acercó para secar delicadamente el hilo de saliva del mentón de Nell.

 --Tienes un stand en el centro de antigüedades en Latrobe Terrace --continuó con voz baja--. Tú y yo lo compartimos, vendemos cosas viejas.

 --Te conozco --dijo Nell débilmente--. Eres la niña de Lesley.

 Cassandra parpadeó, sorprendida. Rara vez hablaban de su madre, al menos no durante los años de pubertad de Cassandra y tampoco en los diez años desde su regreso, cuando vivía en el piso debajo de la casa de Nell. Era un acuerdo tácito entre ambas no volver a un pasado que, por diferentes razones, preferían olvidar.

 Nell se sorprendió. Sus ojos asustados examinaron el rostro de Cassandra.

 --¿Dónde está el niño? Espero que no esté aquí, ¿está aquí? No quiero que toque mis cosas. Que las estropee.

 Cassandra sintió que se mareaba.

 --Mis cosas son preciosas. No dejes que se acerque.

 Las palabras se agolparon en su garganta al intentar decirlas.

 --No... no, no lo dejaré. No te preocupes, Nell. Él no está aquí.

***

 Más tarde, cuando su abuela volvió a perder el conocimiento, Cassandra pensó en la cruel habilidad de la mente para remover retazos del pasado. ¿Por qué, cuando estaba al final de su vida, la mente de su abuela resonaba con las voces de gentes desaparecidas tiempo atrás? ¿Era siempre así? Los que tienen billete para el silencioso barco de la muerte ¿miran siempre al muelle en busca de los rostros de los que ya han partido?

 Cassandra debió de quedarse dormida entonces, porque lo siguiente que supo fue que el ritmo del hospital había vuelto a cambiar. Se habían adentrado aún mas en el túnel de la noche. Las luces de los pasillos se habían atenuado y los sonidos del sueño flotaban a su alrededor. Estaba acurrucada en el sillón, el cuello rígido y el tobillo helado al haberse salido de la delgada manta. Intuía que era tarde, y estaba cansada. ¿Qué la había despertado?

 Nell. Su respiración era agitada. Estaba despierta. Cassandra se movió con rapidez y llegó junto al lecho, acomodándose a un lado. En la penumbra, los ojos de Nell parecían vidriosos, pálidos y manchados como agua sucia de pintura. Su voz, un delgado hilo, casi quebrada. Al principio no pudo oírla, pensó que eran sólo sus labios que se movían en torno a palabras perdidas pronunciadas tiempo atrás. Después se dio cuenta de que Nell estaba hablando.

 --La dama --estaba diciendo--. La dama dijo que esperara...

 Cassandra acarició la febril frente de Nell, apartando los delicados mechones de cabellos que alguna vez brillaron como la plata. Otra vez la dama. <<A ella no le importará --dijo--. A la dama no le importará si te vas>>.

 Nell apretó los labios, y luego tembló.

 --Se supone que no debo moverme. Dijo que esperara aquí, en el barco. --Su voz era un susurro--. La dama... la Autora... No se lo digas a nadie.

 --Shhh --dijo Cassandra--. No se lo diré a nadie. Nell, no se lo diré a la dama. Puedes irte.

 --Ella dijo que vendría por mí, pero me moví. No me quedé donde me dijeron.

 La respiración de su abuela era ahora agitada, se estaba dejando llevar por el pánico.

 --Por favor, no te preocupes, Nell, por favor. Todo está bien, te lo prometo.

 La cabeza de Nell cayó hacia un lado.

 --No puedo ir... no, se suponía que yo... la dama...

 Cassandra apretó el botón para pedir ayuda, pero no se encendió luz alguna sobre la cama. Vaciló, esperando oír los pasos apresurados en el pasillo. Los párpados de Nell se agitaban, se estaba yendo.

 --Traeré una enfermera...

 --¡No! --Nell extendió ciegamente una mano, intentando agarrar a Cassandra--. ¡No me dejes! --Estaba llorando. Lágrimas silenciosas humedecían y brillaban sobre la pálida piel.

 Los ojos de Cassandra se llenaron de lágrimas.

 --Esta bien, abuela. Voy a buscar ayuda. Vuelvo enseguida, te lo prometo.



El Jardín OlvidadoWhere stories live. Discover now