Capítulo 5

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Brisbane, Australia, 1976


 Cassandra supo adónde se dirigían tan pronto como su madre bajó la ventanilla y le dijo al empleado de la gasolinera <<Llénelo>>. El hombre le respondió algo que hizo reír a su madre puerilmente. Le guiñó un ojo a Cassandra antes de que su mirada se posara en las largas piernas bronceadas de su madre, que salían de sus shorts hechos de unos vaqueros cortados. Cassandra estaba habituada a que los hombres miraran a su madre y no le prestaba mayor atención. Por eso, volvió a mirar por la ventanilla y a pensar en Nell, su abuela. Porque allí era a donde se dirigían. La única razón por la que su madre echaba más de cinco dólares de gasolina en el coche era para hacer el viaje de una hora por la autopista sureste hasta Brisbane.

 Cassandra siempre se había sentido fascinada por Nell. Sólo la había visto cinco veces en su vida (hasta donde podía recordar) pero Nell no era el tipo de persona que uno olvida con facilidad. Para empezar, era la persona más vieja que había visto jamás. Y no sonreía como las demás personas, lo que la hacía parecer aún más impotente y aterradora. Lesley no hablaba mucho de ella, pero una vez, estando Cassandra en la cama, escuchó a su madre discutir con el novio anterior a Len y referirse a Nell como una bruja, y aunque para entonces había dejado de creer en la magia, la imagen no la abandonaría.

Nell era una bruja. Sus largos cabellos plateados enrollados en un moño en la nuca, la angosta casa de madera en la colina de Paddington, con los muros amarillo limón desconchados, el descuidado jardín y los gatos del vecindario siguiéndola a todas partes. Sin contar el modo en que te miraba fijamente, como si estuviera a punto de realizar un conjuro.

Avanzaron veloces por Logan Road, con las ventanas bajadas, Lesley cantando la melodía de la radio, la nueva canción de ABBA que estaba siempre entre las favoritas de los oyentes. Después de cruzar el río Brisbane atravesaron el centro de la ciudad y se dirigieron hacia Paddington, con sus tejados de metal corrugado en las laderas de las colinas. Luego, por Latrobe Terrace, descendiendo una empinada pendiente y a miedo camino en una estrecha callejuela, estaba la casa de Nell.

 Lesley detuvo el coche abruptamente y apagó el motor. Cassandra permaneció sentada por un momento, el sol entrando a través de las ventanillas sobre sus piernas, la piel de sus corvas pegada al asiento de vinilo. Bajó del automóvil cuando su madre lo hizo y permaneció de pie a su lado, mirando inconscientemente hacia arriba, hacia la alta casa desgastad por el tiempo.

 Un estrecho y agrietado sendero de cemento ascendía por un lateral. Había una puerta principal, en lo más alto, pero alguien, algunos años antes, la había techado, de modo que la entrada parecía oscurecida, y Lesley dijo que nadie la usaba. A Nell le gustaba así, agregó: evitaba que la gente la visitara sin anunciarse, pensando que serían bienvenidos. Los canalones del tejado eran torcidos, y en el centro había un gran agujero oxidado que debía de soltar el agua a chorros cuando llovía. Hoy, sin embargo, no hay señales de lluvia, pensó Cassandra, mientras una cálida brisa hizo tintinear las campanillas.

 --¡Brisbane es un apestoso agujero! --dijo Lesley, mirando por encima de la montura de sus grandes gafas de color bronce y sacudiendo la cabeza--. Gracias a Dios que me marché.

 Se escuchó un ruido en el extremo del sendero. Un gato flaco color caramelo clavó su mirada, de claro rechazo, en las recién llegadas. Oyeron el chirrido de las bisagras de una puerta y luego, pisadas. Una figura alta, de cabellos canos, apareció junto al gato. Cassandra respiró hondo. Nell. Era como estar cara a cara con un fantasma de su imaginación.

 Se quedaron inmóviles, observándose mutuamente. Nadie habló. Cassandra tuvo la extraña sensación de ser testigo de un misterioso ritual de adultos que no acababa de entender. Se estaba preguntando por qué continuaban quietas, quién haría el siguiente movimiento, cuando Nell rompió el silencio.

El Jardín OlvidadoWhere stories live. Discover now