-Pero, ¿por qué?- preguntó Lucía, poniéndose de pie. Se le veía bastante preocupada, y cómo no, si las noticias no eran nada buenas para un clan de vampiros.- ¿Por qué habría de matar brujas?-

-Creí que ustedes lo sabían bien. Sobre todo usted, señora Lucía. Es bien sabido que entre las comunidades de brujas y vampiros siempre ha existido una especie de 'mala relación'. La verdad, se debía a la razón de que los vampiros, al descubrir que la sangre de brujo magnificaba sus habilidades en gran cantidad, comenzaron a atacar a los aquelarres. Ese fue el principio de la Gran Protección.-

Por fin algo que sabía. Como buena periodista, no iba a dejar que unos cuantos temas sobrenaturales me acongojaran, por lo que hice mis largas investigaciones. La Gran protección fue la época en la que las brujas se congregaron para hacer que cada casa humana estuviera a salvo de los ataques de vampiros, hace casi tres mil años.

Además, hubo algo que me inquietó. ¿Por qué Emerich le había dicho a Lucía que ella debía saber bien el por qué de las muertes? Al fijar mi mirada en la cara de Lucía, pude ver que estaba crispada, y en sus facciones encontré... Vergüenza. Algo le causaba mucha pena a Lucía Bolívar, y la verdad me causó mala espina.

-Eso lo sabemos bien, Emerich. Pero sospechamos que Ariel no solo está matando brujos para aumentar sus habilidades.- dijo Héctor, acercándose a su esposa y posando una mano en su hombro. Podían ser aliados, pero la ligera hostilidad que existía entre las razas se notaba entre Emerich y los tres vampiros que se hallaban en la habitación. Y yo me sentía justamente en el medio, como el muro que impedía que una guerra se avecinara entre esas dos especies. Era amiga de Sonia, una de las mejores personas que había conocido en mi vida, y amaba a Cristóbal con todo mi corazón; y pensar en esos dos sentimientos luchando uno contra el otro era una sensación desagradable.

-¿Ah no? ¿Entonces para qué más lo haría, señor Héctor?- preguntó con aprehensión Emerich. También llegué a notar que el pequeño hombre se dirigía a los Bolívar como 'señor' y 'señora', pero en cambio ellos lo llamaban directamente con su nombre de pila. Tal vez él trabajaba para ellos, literalmente.

-Esa es la segunda razón por la que estás aquí. Queremos que uses tu magia para averigüar qué quiere Ariel, y dónde está en este momento.-

¿Era posible? ¿La magia de un brujo podía rastrear a una criatura como Ariel?

-Lo siento, pero si Ariel está bebiendo sangre de brujo, es imposible que lo pueda rastrear.-

Claro, como siempre, obstáculos en el camino. Las cosas jamás podrían ser fáciles para nosotros, se veía venir desde un principio, cuando descubrí que sin quererlo formaba parte de un mundo que creía inexistente, cuando supe de la manera más repentina que estaba diseñada para  ser asesinada por un vampiro.

-¿Y qué otra cosa podemos hacer? Es lo que queremos averigüar, ¿o no?- pregunté, poniéndome de pie al igual que Lucía y Héctor, cuando Cristóbal también se levantó, dejando solo a Emerich en el sofá.

-Lo siento, pero no hay nada que yo pueda hacer para encontrar a su hermano.- dijo el hombre, finalmente poniéndose de pie.

-Ariel dejó de formar parte de nuestro clan hace sesenta años. Ya no es nuestro hermano.- dijo Lucía, mirando algo severamente al hombre. Lo que había sugerido el hombre hacia ella la había dejado muy mal, y me preocupaba.

- De todas formas. Debo irme, señores Bolívar y señorita Aris... Digo, Rosa.- sonrió hacia mi, y yo le hice una leve sonrisa con los labios cerrados. La verdad, estaba decepcionada.

El hombre caminó hacia el patio de la gran mansión, donde se hallaba la piscina en la que una noche Cristóbal y yo nadamos, cuando me propuso formalmente ser su novia. De repente, el cuerpo del hombre ya no era cuerpo, sino una especie de neblina oscura que salió disparada hacia el cielo. Había olvidado que los grandes brujos eran capaces de volar, y por lo visto, Emerich era uno muy bueno, aunque luego de lo sucedido me había puesto a dudar.

-¡Qué fiasco! Emerich no pudo ayudarnos esta vez.- repuso Cristóbal, con voz que expresaba enojo, le dio un golpe con el pie al sofá que lo hizo mover unos quince centímetros. De verdad que estaba frustrado.

-¿Entonces no podemos evitar nada?- pregunté, cuando de nuevo me fijé en el rostro de Lucía. Sus ojos normalmente color miel tenían una extraña tonalidad, al igual que cuando Cristóbal...

Estaba llorando. Lucía Bolívar estaba llorando sangre. Se veía totalmente triste, y me afectó verla así. Por lo general, Lucía era alguien jovial. A su manera, claro, pero alguien sonriente ante la vida. 

-Lu, calma. Sabes que no hiciste nada malo.- le decía Héctor, acariciando la ondulada cabellera de su esposa, mientras ella se recostaba en su hombro, sollozando.

-¿Qué sucede? ¿Por qué Lucía está llorando?- dije en tono compasivo, mientras me acercaba a la pareja de vampiros. Lucía se separó del hombro de su esposo, cuya camisa verde ahora estaba arruinada con una considerable mancha de sangre. Su cara estaba toda sangrienta, y aunque intentara limpiarse con las manos su limpio cutis, se le regaba por todos lados haciéndola lucir algo aterradora. 

Sabía que era algo común en los vampiros llorar sangre, pues al ser lo único que bebían sonaba lógico, pero me costaba acostumbrarme a ver un llanto tan intenso como el de Lucía.

-Lo... Lo siento, Rosa. No quise asustarte ni nada. Es que... Ese maldito brujo no va a dejar de torturarme.- dijo ella, respirando agitadamente mientras intentaba calmar sus lágrimas.

-¿Qué pasa? No entiendo.- dije, confusa. ¿Con qué la torturaba Emerich?

-Rosa... Es algo bastante delicado. Una parte de nuestra historia a la que Lucía no le gusta hablar...- pero Héctor fue interrumpido por la delicada voz femenina de Lucía.

-No, querido. Está bien. Después de todo, ella forma parte de esta familia ahora. Debe saber qué me puso así.-

Mi corazón se agitó, pues estaba a punto de saber algo acerca de Lucía Bolívar, la elegante vampiresa. Escuché como tomaba aliento, mientras me sentaba en el sofá. La castaña comenzó a hablar.

-Fue en 1823, dos años después de que Cristóbal se unió al clan. Marianne se había ido a recorrer América del Sur, pues ella siempre ha sido nómada. Una noche, Héctor y yo estábamos saliendo del teatro, cuando una sensación quemante se apoderó de mi estómago y mi garganta. Caí al suelo por culpa del dolor, incluso se me salieron las lágrimas. Fue lo peor que pude haber sentido.-

-¡Oh por Dios! ¿Qué te pasó?- exclamé atónita, imaginando la escena en plenas calles de Caracas en el siglo XVIII. Incluso podía ver a una elegante Lucía paseando con su abombado vestido del brazo del guapo Héctor, luciendo un precioso traje.

-¿No se te ocurre nada?- preguntó Lucía, de pronto sonriendo levemente, tal como si fuese muy obvia la respuesta. La verdad, nunca me había pasado que una pegunta me dejara en blanco, pero esta vez en realidad me quedé muda.

-Había encontrado sin querer a mi sangre real.- respondió Lucía, torciendo un poco el gesto y mirando al vacío. 

El secreto mejor guardado de Lucía Bolívar había salido a la luz.

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora