39: Los borrachos dicen la verdad

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Era sábado y mis padres, como cada fin de semana, no estaban

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Era sábado y mis padres, como cada fin de semana, no estaban. Ellos habían decido que era una chica grande que no necesitaba niñero, por lo que al día siguiente de estar al cuidado de Kem, estuve todo el día sola y los días siguientes a ese. Mis padres decidieron quitarme el niñero con tal de que los obedeciera. Habíamos hecho una especia de pacto y hasta el momento lo estaba cumpliendo.

Me encontraba en mi habitación, esa tarde del sábado, vestida con la chaqueta de Kem, que nunca reclamó, y un pantalón de licra mientras leía un libro recostada en mi cama.

Un golpe seco me sobresaltó de mi actual lectura. El libro que tenía entre las manos, lo dejé a un lado cuando sonó de nuevo ese ruido extraño. Me levanté de la cama y fui hacia el balcón, de donde el ruido provenía. Me sorprendió ver a Kem, con una sonrisa socarrona en el rostro y con el cabello despeinado, como si se hubiera pasado las manos a cada rato.

Me quedé adentro, en mi habitación, y por las puertas corredizas de vidrio del balcón pude verlo. Él me miraba sin quitarme los ojos de encima, observándome con su chaqueta puesta. Di un paso y luego otro. Avancé lentamente hacia él, cruzando la puerta y cerrándola detrás de mí.

Ni bien me acerqué a él, sentí un olor a licor demasiado fuerte provenir de Kem. Me alejé un par de pasos con el ceño fruncido y llevando una mano a mi nariz para taparme.

—Puaj, Kem —dije, mirándolo con una ceja alzada—. ¿Cuánto has tomado?

Nunca lo vi tan borracho hasta ese día. Lo miré de pies a cabeza, fijándome en cada detalle suyo. Su ropa estaba arrugada, como si hubiera dormido con ella, estaba sin zapatos y con medias, sus pantalones también estaban arrugados. Sus ojos estaban dilatados y eso era una señal de que estaba muy tomado, demasiado.

—No mucho, Bizcochito —respondió con voz ronca y cantarina. Se tambaleó hacia los lados al acercarse más a mí. Bajó su cabeza en mi dirección e inhaló mi cuello—. Hmm, hueles delicioso y estás usando mi chaqueta, Bizcochito. —Rio como si hubiera dicho algo muy gracioso—. Me encanta llamarte de esa manera: Bizcochito, ese apodo te queda taaan bien.

Me alejé de Kem aun con el ceño fruncido.

—Estás muy borracho —afirmé con voz decepcionada. No podía creer que me estaba visitando en ese estado—. Tienes que irte, Kem.

Negó repetidas veces.

—De aquí no me voy. —Luego sonrío—. No sin mi Bizcochito.

—No soy tu Bizcochito.

—Lo eres, pequeña. —Levantó su mano para acariciar mi mejilla, con mucha suavidad la posó en mí—. Eres el amor de mi vida, ¿aún no lo entiendes?

Quise reír por aquella declaración, pero me había quedado sin palabras. Estuve unos segundos muda antes de reaccionar.

—Bien, es hora de que te vayas. —Bajé la cabeza y con esa acción, su mano se deslizó fuera de mi mejilla. Ignoré totalmente lo que había dicho. Sabía ese dicho que decía: «Los niños y los borrachos dicen la verdad», pero él era mentiroso y nosotros no estábamos en buenos términos, así que, ¿qué más podía decirle?

El chico de arriba #1 | EN FÍSICOWhere stories live. Discover now