III. Sweet dreams, shadows

1.2K 115 23
                                    

Dos calles abajo, había dicho Susy. Los Darkwood pensaban que la casa de Joseph Willmur sería simplemente eso, una casa. Al contrario, se encontraron con un hermoso castillo antiguo, con orígenes en el siglo XIX, pero que con el paso del tiempo se había ido deteriorando hasta ser lo que era ahora, el cascarón de lo que alguna vez fue un lugar espléndido.

Cubierto de grietas y enredaderas resecas que discurrían por ellas, las paredes de la edificación parecían a punto de derrumbarse. A su alrededor, había arboles gigantescos, casi más grandes que la casa de tres pisos, todos muertos. Sus ramas crujían y rayaban la ya inexistente pintura de las paredes cuando el viento soplaba entre ellas.

Aria estaba fascinada con lo terrorífico que era el lugar, a diferencia de su familia que parecía a punto de llorar. Fue la primera en dar un paso adelante y abrir la reja destartalada que daba paso a la casa. Luego del chirriante sonido que hicieron las puertas de metal, los cuatro hicieron el largo camino de piedras que llevaba a los escalones del castillo.

Mientras se acercaban, la puerta de entrada se abrió, dejando entre ver una silueta deslizarse y luego caminar hasta los escalones. Ya cuando estuvieron a un metro de distancia, Aria pudo distinguir que se trataba de un hombre, bastante mayor y de cara larga, que vestía un traje negro y moño.

—Bienvenidos a la Posada Willbur. Soy Joseph Willmur —La voz del Joseph era sorprendentemente gruesa, casi de ultratumba.

—Buenos... días, supongo. Soy Clark Darkwood, ella es mi esposa Ginny y mis hijos Henry y Aria.

Clark y el señor Willbur estrecharon las manos, y cuando su mirada cayó en Aria, un escalofrío recorrió la espina dorsal de esta. Sus ojos eran grises, casi negros, y había algo en ellos que... parecía temblar. Como humo de cigarrillo atrapado en una esfera de cristal, moviendo sus hebras grises.

—Por aquí  —dijo Joseph extiendo una mano dentro de la mansión—. Siéntanse como en casa.

La casa de Aria solo tenía tres habitaciones, un baño, cocina, y un diminuto jardín en donde su perro hacía sus necesidades. Este lugar era todo lo opuesto. Las puertas de las diversas habitaciones medían más de dos metros y pintadas de nego. El empapelado de las paredes se caía a pedazos. A cada lado de la sala había dos escaleras, ambas de caoba y con una fina capa de polvo sobre ellas. Aria miró al techo y se sorprendió al ver un hermoso candelabro de cristal colgando, no coincidía en absoluto con la espectral decoración.

—Deben saber que además de ustedes, otros inquilinos se hospedan en la Posada. Cada habitación cuenta con baño propio, y podrán disfrutar de la deliciosa comida de mi hermana Susy en la cocina del primer piso. ¿Ya la conocieron, verdad?

—Sí, en la cafetería, hace solo unos minutos —respondió Ginny con una sonrisa.

''Si cocina aquí como lo hace allá, sería capaz de cocerme los labios'' pensó Aria para sus adentros, y por un segundo creyó que lo había dicho en voz alta cuando Joseph la observó sobre su hombro, con esos ojos tan extraños, y el atisbo de una sonrisa curvando las comisuras de su boca.

Miró a sus padres, pero estos tenían la vista en la antaña decoración del lugar, y Henry, claro, no despegaba los ojos de su consola.

—¿Cuál es la historia de la casa? —preguntó Aria mientras subían las escaleras detrás de Joseph.

—Ha pertenecido a mi familia desde que Shadowtown se inauguró. Mi padre, Benjamin Willmur, fue un co-fundador del pueblo, y esta casa fue una de las primeras que se construyeron en el 1800. En realidad, la única que sigue en pie después de tantos años.

Shadowtown ©Where stories live. Discover now