I. Lost

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Armar las valijas, despedirse de sus amigas, prepararse mentalmente para lo que serían dos semanas desconectada de su círculo social y sobre todo pensar en lo aburrido que sería viajar con sus padres eran cosas que abrumaron a Aria todo el día. Desde que se despertó a las siete de la mañana con el canto de su madre entusiasmada por el viaje, cuando subió al auto y tuvo que soportar a su padre parloteando sobre sus anécdotas de campista, y ahora, sentada junto a su hermano e intentando conseguir que su teléfono último modelo se conectara a internet en medio de la carretera.

—¿Ya llegamos? —preguntó impaciente Henry, el hermano de Aria.

—Aún no, hijo —respondió su padre por enésima vez con tono cansado.

—¿Y cuánto falta?

—Preguntar doscientas veces lo mismo no hará que lleguemos más rápido, tarado —dijo Aria cruzándose de brazos y mirando a través de la ventanilla.

—¡Mamá! —se quejó el pequeño Henry que con tan solo diez años sufría de las constantes agresiones de su hermana adolescente.

—Aria, no insultes a tu hermano —dijo Ginny apaciguadamente, apenas prestando atención a sus hijos mientras leía una revista en el asiento de copiloto.

Henry le sacó la lengua a su hermana y volvió la vista a su videojuego de zombies. Aria observaba con horror por el rabillo del ojo el mar de sangre que se desataba en la pantalla y los gemidos de dolor de los soldados que morían en manos de los muertos vivientes, pero para Henry era todo un espectáculo y sonreía mientras aniquilaba a sus enemigos. Sus pequeños dedos, o garras como los llamaba Aria, se movían frenéticamente sobre los controles, y se preguntó cuánto tiempo faltaría para que su hermano pasase todo el día encerrado en su cuarto, sin ducharse ni comer, mirando una pantalla todo el santo día.

Con el codo apoyado en el apoya-brazos, fijó su vista en el paisaje mientras los árboles pasaban tan rápido a su lado que solo veía una mata de hojas verdes. Hacía kilómetros que no veía ningún cartel que indicara dónde estaban, y le preguntó a su padre si se habían perdido.

—Claro que no, Aria. Jennifer jamás dejaría que eso pasara.

Jennifer era la española que respondía como la voz de su GPS, usando frases como: ''A la izquierda, dulzura’’; ''Vuelta en U, mi amor''. A Clark le causaba mucha gracia, pero no era el caso de su esposa.

—No he escuchado a Jenny en más de una hora. 

Por el espejo retrovisor, Aria vio a su padre fruncir el ceño mientras revisaba el pequeño aparato a un lado del volante —Qué raro, se tildó…

—Gracias a Dios... —murmuró Ginny mientras lamía su dedo anular y pasaba las páginas.

—¿Ya llegamos? —volvió a preguntar Henry, esta vez sin despegar la mirada de su juego. Aria suspiró cansada y rogó a lo que sea que la estuviera escuchando que la sacara de allí.

—¿Por lo menos sabes en dónde estamos? —preguntó apoyándose en el respaldo del asiento de su madre.

—Por supuesto que sí, estamos... —Clark miró a ambos lados del camino, pero lo único que veía eran plantas y más plantas. Tampoco se había dado cuenta de que transitaban un camino de tierra y que no se escucha ningún ruido de autos detrás de ellos—, no sé dónde estamos.

—Genial, nos perdimos —Aria echó al cabeza hacía atrás y reprimió con todas sus fuerzas el gritó de frustración atrapado en su garganta.

—No estamos perdidos.

—Si desconoces el lugar en donde estás, significa que estás perdido, cariño —respondió Ginny dulcemente.

—Sigue leyendo, ¿Quieres?

Continuaron la marcha una hora más, tal vez dos, cuando a los costados del auto Aria notó algo extraño. Desde las raíces de los arboles salía una especie de neblina grisácea que ascendía por los troncos, luego bajaba a la tierra en el camino y se arremolinaba alrededor de las ruedas. Advirtió a su padre, pero él le dijo que no se preocupara. Sin embargo, Aria había aprendido desde muy pequeña a confiar en sus instintos, y algo dentro de ella le decía que no les esperaba nada bueno.

La niebla subió y subió hasta encerrarlos por completo y empañar las ventanillas. Maldiciendo, Clark encendió los limpiaparabrisas, pero era inútil. 

—Papá, ¿Qué sucede? —preguntó asustado Henry. Intentó tomar la mano de su hermana, pero esta se sacudió casi por costumbre.

—Nada hijo, tu tranquilo, nada ma... —A mitad de la frase, el GPS comenzó a hacer corto circuito y empezó a salir humo de él. Clark, confundido, miró a su esposa que le devolvía la misma mirada. De repente, el auto dio una sacudida y se detuvo. La neblina se despejó del parabrisas y desde el interior del auto todos observaron el vapor que desprendía el motor. 

—¿Pero qué rayos? —dijo Clark mientras bajaba del auto y levantaba el capó para revisar los cables. Todo, absolutamente todo el engranaje se había fundido y ahora era una masa incandescente de metales derritiéndose. Pidió a gritos a su familia que bajara del auto, por miedo a que algo pasara. 

—¿Qué sucedió? —exclamó Ginny horrorizada mientras llevaba a sus hijos a sus brazos, como ave que protege a sus crías bajo sus alas. 

—No tengo idea, el motor... se fundió —Desconcertado, Clark observaba a su alrededor mientras se rascaba la nuca, una manía que tenía cuando pensaba—. Saquen las maletas del baúl, tendremos que caminar.

—¿Caminar a dónde? No tenemos idea de dónde estamos. —le recordó Aria.

Ya se hacía de noche y se podía escuchar el constante ulular de los búhos en el bosque. La neblina había retrocedido hasta el punto de desaparecer, como si nunca hubiera existido.

—No lo sé, Aria. Supongo que hasta que encontremos alguien que nos pueda ayudar.

Su padre sonaba cansado, y toda la emoción que había escuchado en su voz en la mañana había muerto. Decidió dejar su enojo de lado y hacer las cosas más fáciles para todos. Uno por uno tomaron sus valijas correspondientes y, refunfuñando un poco por el peso, comenzaron al marcha hacía un destino incierto. Mientras caminaban, la tierra se levantaba tras sus zapatos y Aria se inquietó al darse cuenta de que sus pisadas no dejaban huella sobre el suelo. Pensó en comentárselo a sus padres, pero ambos parecían ya demasiado consternados como para preocuparlos más.

A su lado, escuchaba la insoportable melodía de la consola de Henry, pero nada lograba liberarla de su malestar. Sentía una sensación rara, como si algo se revolviera en la boca del estómago e hiciera que todos sus sentidos estuvieran alerta. Miró sobre su hombro una última vez a su auto, que aún desprendía humo del motor, pero de un segundo al otro una pared de niebla se levantó de la nada y tapó su visión. Cerró los ojos con fuerza y cuando volvió a abrirlos, la niebla se había ido y todo estaba exactamente igual que hacía un minuto. Frunciendo el ceño, volvió su vista al frente. ''Todo irá bien... todo irá bien'' repitió en su cabeza todo el trayecto hasta que encontraron el pueblo. 

Estaba muy equivocada. 

Shadowtown ©Where stories live. Discover now