II. Fake smiles

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Los píes le dolían de tanto caminar y la espalda le pedía a gritos que arroje su mochila al diablo. La humedad del lugar erizaba su cabello y le pegaba la ropa al cuerpo, haciéndola sentir más incómoda de lo que ya estaba. A Henry la suciedad y la transpiración no parecían molestarle, pero Aria se recordó mentalmente que era un chico y era normal, aunque le diera asco. 

Suponían que era la madrugada, ya que sus relojes se detuvieron en la misma hora en que el auto se averió. Lo único que iluminaba su camino era la luz de la Luna, que los seguía entre las ramas tenebrosas. Sus padres iban unos pasos más adelante que ellos, parecían discutir sobre qué hacer. Aria no podía creer como las cosas podían cambiar tanto en un segundo.

—¿Qué es eso? —preguntó Henry señalando con su huesudo dedo un especie de arco en el camino. Aria entrecerró los ojos para tratar de ver mejor y se dio cuenta que era un cartel de roble, camuflado por la niebla.

—Es un cartel de bienvenida —respondió sonriendo—. Parece que llegamos a... algún lado.

Al acercarse más, levantaron la mirada al arco de madera que se imponía frente a ellos y pudieron leer un nombre extraño, a penas legible por el paso del tiempo.

—¿Shadowtown? —Preguntó Ginny haciendo un hueco con sus manos alrededor de sus ojos—, ¿Qué lugar se llama Shadowtown?

—Ciudad de sombras —Aria asentía mientras asimilaba el nombre del lugar—. Me gusta, es extraño.

—Como tú —dijo Henry, y gritó cuando su hermana le pegó con la palma abierta en la cabeza.

—¡Mamá!

—Aria, deja a tu hermano en paz —dijo Ginny monótonamente sin prestar atención a Henry.

Clark observaba las letras del nombre. Tenían una forma muy tétrica de color rojo que en su momento de mayor apogeo debieron ser rojas como la sangre, pero ahora parecían más oxidadas que otra cosa —¿Qué hacemos? No me inspira mucha confianza, en verdad.

—No lo sé papá, supongo que caminar hasta que encontremos alguien que nos ayude —repitió Aria imitándolo. Clark frunció los labios y sacudió el cabello de su hija, tal como hacía cuando era una niña.

—Tengo hambre —Henry acariciaba su barriga que hacía ruidos extraños. Al final, decidieron seguir caminando hasta encontrar indicios de civilización.  

Ni bien atravesaron esa especie de portal, el paisaje cambió radicalmente. Los árboles fueron disminuyendo hasta que solo quedaron unos cuantos cada cien metros, y las calles de tierra se hicieron de cemento al dar diez pasos dentro de Shadowtown. 

Pronto se vieron en medio de calles con nombre y autos viejos aparcados en las aceras. A sus costados habían tiendas de abarrotes, algunas cerradas hacía muchos años y otras con un cartel que ponían ABIERTO. No había un alma transitando el lugar, y esa niebla tan molesta del camino también invadía las calles, haciendo que todo tuviera un aspecto gris.

Divisaron una cafetería a lo lejos y prácticamente avanzaron corriendo hasta la puerta. Al entrar, se escuchó el tintineo de una campana sobre sus cabezas y los pocos comensales del lugar voltearon a verlos, sonriendo. Los Darkwood se quedaron congelados, un poco asustados por tal recibimiento.

Aria pensó que si ella estuviera en una cafetería y de repente cuatro personas con una pinta horrorosa entraran, haría cualquier cosa menos sonreír. En el silencio total, ocuparon una mesa para cuatro y esperaron a ser atendidos, bajo la atenta mirada de las personas.

Shadowtown ©Место, где живут истории. Откройте их для себя