IV. Are you afraid?

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En los días que pasaron, Aria fue alejándose cada vez más y más de la idea de que estas pequeñas vacaciones iban a ser interesantes, y volvió al término de escalofriantes.

En las mañanas, no se despertaban por el sonido de un despertador irritante, o por la luz del sol que entraba a raudales por la ventana, sino que un cuervo enorme y negro como la noche se posaba frente al vidrio y comenzaba a golpearlo repetidas veces, hasta que los Darkwood se levantaban de sus camas. No había manera de hacerlo desaparecer, incluso Clarck intentó ahuyentarlo con un palo, pero en consecuencia el pájaro atrevido mordió su mano y le arrancó un buen pedazo de piel.

—Disculpe, señor Darkwood, me siento muy apenado —le había dicho Joseph cuando salieron de la habitación por ayuda—. Los animales nativos no son muy... amigables.

—Acabo de descubrirlo —replicó Clarck, revisándose la mano vendada y perdiendo de a poco las ganas de seguir hospedándose allí.

Al principio, bajaban a la cocina para desayunar con los demás inquilinos, pero se sentían tan incómodos bajo sus miradas y perturbadoras sonrisas, que ahora solo iban a buscar la comida y subían de dos en dos las escaleras para llegar rápido a la habitación. En realidad, Aria ni siquiera desayunaba, porque cuando lo hacía vomitaba todo lo que intentaba ingerir.

No sabía si era la comida, o si se estaba enfermando, pero todo que ocurría allí era demasiado extraño. Las personas, el lugar, el clima... El único que no le daba miedo era Joseph. Él no sonreía como un desquiciado, ni los miraba  con ojos muertos y carentes de vida. Era normal... en la medida de lo que se podía decir que ese lugar era normal.

¿Pero quién define lo normal? Hasta hace unas semanas, Aria pensaba que lo normal era llegar a su casa de la escuela, hablar con su mejor amiga un rato por teléfono y luego usar la computadora, mientras su hermano estaba absorto en un video juego y no la molestaba. Ahora, Aria no sabía discernir entre lo que era normal, y lo que era una fantasía.

—Me pregunto hace cuánto tiempo que estás personas viven aquí —dijo Ginny mientras servía un poco de agua en un vaso y se lo pasaba a su esposo sobre la mesa.

—Igual yo —respondió Clarck—. Vivir sin internet debe ser una calamidad, ¿Verdad, Aria?

Aria miró a su padre desde la cama, con una cara que decía ''Ja ja, qué gracioso padre'' pero sin ánimos de hablar. Miraba con impaciencia su mochila. La noche anterior, mientras todos dormían, la había equipado con provisiones y una linterna. No quería escapar, sabía que era una estupidez y que seguro se perdería, pero no aguantaba las ganas de salir de esa horrenda casa e investigar que había más allá de los árboles y la niebla. 

Quería descubrir la verdad sobre Shadowtown.

Incluso se había ido a dormir vestida con la ropa perfecta para un día a la intemperie. Pantalones de tela de aviador verde, chaqueta del mismo color, botas al estilo militar con suelas preparadas para escalar y bajo la manta tenía una gorra con visera. Solo faltaba el momento en que su familia se distrajera y ella pudiera escabullirse libremente por la puerta.

Pero Aria no sabía que ese momento no iba a llegar.

—Aria, ¿Podrías cuidar hoy de tu hermano? Tu padre y yo iremos a ver si hay algún avance con el auto.

Un día después de su llegada, encontraron un local, que sorprendentemente no estaba cerrado desde hacía años, donde varios mecánicos los acompañaron para revisar el auto y les dijeron que en unos días estaría listo para ser usado. Y en su mente Aria pensó que estarían listos para irse y jamás en su vida volver.

Shadowtown ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora