VI. Cave of lost souls

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Nunca había corrido tan rápido en toda su vida. Pensó en las clases de gimnasia de la escuela, en la que los niños se burlaban porque era el más pequeño y siempre quedada atrás, rezagado. Mientras bajaba por la pendiente, las ramas duras de los árboles muertos rozaban sus brazos, haciéndole múltiples cortes en su piel nívea. Y las malezas en el frío suelo hacían que se tropezara cada dos por tres. Cuando finalmente bajó la pequeña montaña, respiró hondo y dejó salir el aire en un suspiro aliviado. Aunque el sentimiento de tranquilidad no le duró mucho al caer en cuenta de que seguía en el mismo pueblo raro y moribundo, con la misma gente extraña.

Pensó en su hermana, que estaba sola con aquel muchacho, en el medio de la nada. ¿Estaría bien? ¿Le habría hecho algo?

¿La volvería a ver?

No notó que estaba llorando hasta que las lágrimas llegaron hasta su pecho y traspasaron su suéter de lana. Sintió un frío helado recorrerle la piel, atravesándolo en medio del corazón. Como muerto viviente, siguió el camino de vuelta hasta la mansión, caminando sobre los pasos de su hermana. La maldita niebla que tanto detestaba se había vuelta más insoportable que nunca, envolviéndolo en una nube blanca y espesa que le obstruía la visión. 

De repente, ese frío helado se convirtió en un fuego intenso que quemaba sus entrañas y salía por sus poros. Sentía rabia de ser pequeño y no poder hacer nada. ¿Por qué no podía ser más valiente y defender a su hermana de ese chico? ¿Por qué salió corriendo como una gallina indefensa en lugar de quedarse y luchar?

Porque era un niño, un simple niño al que todos veían como algo que había que proteger, como si estuviera dentro de una de esas cajas rotuladas en rojo ‘’CONTENIDO FRÁGIL’’. Entre los alaridos y las lágrimas, intentó calmarse y a tientas comenzó a caminar. Pero se detuvo cuando sintió unas manos gélidas posarse sobre sus hombros. Su respiración se cortó y sus ojos, marrones como los de su padre y muy distintos a los ojos azules de su hermana, se abrieron como platos, intentando ver más allá del llanto.

La niebla se fue disipando lentamente y unos segundos largos y aterradores transcurrieron hasta que Henry pudo ver a quien lo apresaba con sus garras. El señor Joseph no sonrió, no habló, no hizo ningún gesto. Simplemente se alzó en toda su altura, dio me vuelta y a pasos cansinos volvió a la casa. Esta vez Henry no iba a escapar, y decidido lo siguió, dando largas zancadas para poder llegar hasta el anciano.

—¡Señor Joseph, espere!

—¿Se encuentra bien, joven Darkwood? —preguntó Joseph sin siquiera mirarlo. Henry nunca había estado tan cerca del hombre, y a su lado parecía dos veces mayor que aquel muchacho por el que empezaba a sentir un repentino odio.

—Eso creo. Jo... señor, ¿Qué hace aquí?

—Como uno de los últimos herederos de estas tierras es mí deber vigilarlas, a lo ancho y a lo largo de sus límites. 

—¿Cómo sabe dónde terminan si no hay rejas o cercas? —preguntó Henry confundido, de donde venía, siempre había alguna marca divisoria entre las casas. 

—Descuide, Henry, lo sé perfectamente.

No quedó satisfecho con la respuesta, pero el hombre le causaba un terror muy grande y no quería entrar en más detalles. Pero, a pesar del miedo que le tenía, era un miedo mezclado con respeto. Algo dentro suyo le decía que no era alguien de mal, sino que hasta sería de mucha ayuda en lo que quedara de su estadía en Shadowtown.

—¿Dónde está su hermana? —inquirió Joseph cuando estaban a pies de la escalera de entrada, siempre manteniendo sus manos detrás de su espalda.

Shadowtown ©Where stories live. Discover now