❁ Capítulo #1

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—¡Oceanía, ayuda a tu hermana con las cajas! —gritó Elizabeth mientras las chicas bajaban del camión de mudanzas con la insignia Mudanzas Charlie y el número de teléfono en la parte de abajo.

—No puedo, estoy atendiendo la niña —contestó.

—No uses la niña como excusa, Oceanía.

Refunfuñando colocó la pequeña en su coche y salió a buscar cajas al camión.

—No me gusta este vecindario —argumentó Aquata mientras metía los platos en uno de los armarios de la cocina—. Es tenebroso y oscuro, además no parece que tengamos vecinos. Están todas las ventanas de las casas cerradas.

—No comiences a quejarte —gruño Atlantis trayendo la mesa de comedor junto al chico de las mudanzas.

La casa era muy grande, era como una mansión, toda espaciosa y llena de ventanas y de todo tipo de puertas. Los interiores eran de colores pasteles, y habían cuadros en las paredes que reflejaban la paz del océano, ya que todos tenían que ver con peces o playas.

—¡Es linda la casa! —habló Andrés parándose detrás de Aquata y besando la parte posterior de su cabeza.

—Si, si lo es, es hermosa, aunque no me agradan los vecinos.

—¡No fastidies, Aquata! Ni les has visto.

—Vale —musitó molesta—. Iré a escoger mi cuarto.

Subió las escaleras de caracol las cuales estaban forradas de una peluda alfombra color azul claro. Habían manchas de agua, como pisadas impregnadas en el suelo de madera, pero eran solo pisadas que habían estado aquí hace tiempo.

—¿Quién vivió aquí antes? —había preguntado la rubia cuando el camión dobló en la calle de su nuevo vecindario esa mañana—. Una familia, hace 7 años. La agente de inmobiliaria nos dijo que vivieron un tiempo pero luego su hija se fue de la casa y tuvieron problemas con los vecinos y terminaron abandonándola.

—Ya veo.

Aquata abrió las puertas de cada uno de los cuartos. Eran todos muy hermosos, pero había uno en específico que le llamó la atención. Tenía vista al mar, y una escalera en la ventana. Se veía un poco vieja, pero fuerte. Habían dibujos de olas en las paredes, y de un faro. En el marco de la cama habían marcas de garras, y todo olía a pescado.

—¡Esta es! —se habló a si misma mientras bajaba a buscar sus cosas para subirlas.

La casa tenía dos pisos, abajo la cocina el cuarto de juegos, lugar para una oficina, la sala de películas, y los balcones junto a la lavandería. En la parte de arriba estaban los cuartos, todos muy grandes, y 5 baños. Oceanía y Maxwell se instalaron en uno, Atlantis y Elizabeth en otro, Shirley había tomado el cuarto de enfrente a Oceanía, y Andrés un más abajo ya que el cuarto de Anamar estaba entre medio.

—Linda casa, feo vecindario —volvió a argumentar Aquata a la hora de la cena.

—¿Podrías dejar de quejarte? —cuestionó Elizabeth levantándose de la mesa para ir por más pan a la cocina.

—Es que no me gusta, es muy. . . —No dio tiempo a que terminara la frase ya que se escucharon unos leves toques en la puerta—. ¡Genial! Ahora nos visitan luego de que cae el sol. No abras.

—Aquata por favor —reprendió Atlantis levantándose del asiento—. Tienes que comportarte, últimamente actúas como una niña pequeña.

La puerta no estaba muy lejos y unos segundos más tarde estaba abierta de par en par. Una chica de cabellos largos con mechones azules sonreía en la puerta con una cacerola en mano.

—¡Hola! —saludó Elizabeth—. ¿Qué te trae por aquí?

—Oh, mi madre me ha enviado a traerles esto como bienvenida al barrio, hace mucho que no recibíamos nuevos inquilinos, —sonrió—. ¡Soy Cariba! —habló extendiendo la mano. Atlantis la extendió la suya para tomarla pero la apartó rápidamente y se la pasó por el cabello.

—Mucho gusto, Cariba. Tienes un nombre muy. . . ¿raro? ¿Acaso viene del mar? —indagó mirándola con frialdad.

—Oh si, mi padre era un pescador y pues al yo nacer me pusieron un nombre muy marino.

—Ya veo —comentó Atlantis—. Bueno, ellas son mis hijas Oceanía, y Aquata. Son gemelas —habló señalándolas con el dedo—. Ella es mi esposa —señaló a Elizabeth, —y los de allí son los novios de mis hijas. —La chica le miró fijamente—. Oh, ya lo olvidaba, y ella es la mejor amiga de mis hijas, Shirley —agregó.

Una familia feliz y sonriente estaba parada frente a la chica.

—Son una familia bastante grande. ¿De dónde vienen?

—De Miami Beach —contestó Maxwell.

—Oh, nunca he podido ir allá.

—¿Por qué no? —habló Elizabeth invitándola a entrar a la casa.

—No son muy amables en ese sitio, al menos eso dicen las leyendas y mi familia.

—¿No son amables? ¡Pero si somos un encanto! —exclamó Oceanía.

—Bueno, quizás algún día pueda visitar.

—¿Estudias? —preguntó Aquata—. Quiero decir ¿has terminado ya tus estudios?

—Tomaba clases en el hogar —expuso—. Pero ya he terminado y ya pronto entraré a la universidad.

—Yo apliqué a Stanford y entré —gritó Aquata. Estaba muy emocionada de haber entrado. La carta había llegado dos días antes de que Anamar naciera. Andrés y ella la habían recibido el mismo día. El con una beca para el fútbol, y Aquata con una oportunidad abierta gracias al perfecto promedio.

—¿Bromeas? —habló la chica empujando el hombro de Aquata—. ¡Yo también! —ambas gritaron animadamente—. Yo tomaré clases en la noche, en el día tengo cosas que hacer.

Las luces de la casa del frente se encendieron y una señora sacó sus perros al patio.

—Tengo cosas que hacer, iré con mi madre de compras.

—¿A esta hora? —preguntó Atlantis confundido—. Aún no me acostumbro al horario pero creo que no son horas de compras.

—¿Disculpe? Hacemos todo de noche. Es más fácil, sin tráfico, y sin prisa. Si me disculpan tengo que irme.

Sin decir más salió por la puerta. Oceanía se acercó a la ventana. Montones de personas salían de sus casas y caminaban por la calle alegremente.

—¡Madre! —llamó haciéndole señas con la mano—. ¡Ven pronto!

—Ya voy, estoy ocupada.

—¡Ven ahora! —ordenó un poco molesta. Elizabeth se quitó el delantal y los guantes de lavar trastos y caminó hasta la ventana.

—¿Qué ocurre?

—Mira.

Oceanía rodó las cortinas y Elizabeth les vio. Iban todos caminando como si fuera un tipo de marcha de Semana Santa.

—Madre, quizás Aquata tenía razón. Tenemos vecinos muy raros.

—Quizás van todos de fiesta.

—¡Joder madre! Que es tarde y no son horas de andar en la carretera. Míralos, están montándose en sus carros, algunos parece que van al trabajo, y otros parece que van a la cantina. Es como una mañana en Miami pero sin sol.

—Hay algo muy raro en esta casa —aseguró Atlantis sentándose en el sofá—. Y lo voy a averiguar.

Aquarius - Una saga de sirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora