Capítulo #2 - El muelle, y la bahía. ¡Oh mi Dios!

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 Anabelle tomó su mochila, se levantó del asiento y desapareció en la densidad de gente que salía de los salones debido al cambio de clases.

No pudo soportar sus pensamientos, y las lágrimas salían desconsoladamente de sus ojos, y era bochornoso que alguien la viera. Abrió el portón de la escuela, se montó en su auto, insertó la llave e intentó encenderlo.

—Ahora no, pequeño —lloró desesperadamente—. ¡Vamos, vamos! No puedes hacerme esto ahora. —Pero el auto no encendió. Dejó la mochila dentro, y cerró con llave.

Solo había un lugar en el mundo en donde quería estar, ese lugar en el mundo donde se sentía completamente segura.

—¿Dónde vas, Anabelle? —preguntó Amanda mientras corría hacia ella agitando la mano.

—No puedo ahora Amanda, necesito irme.

Verificó que la puerta estuviera cerrada y comenzó a correr. A correr a ese lugar donde

nada podía hacerle daño, el lugar donde estaban sus mejores recuerdos, el mejor lugar del mundo. La bahía donde siempre la llevaba su padre desde que tenía conciencia. Él siempre le dijo que ese pedazo del mundo estaba encantado, que escondía muchos secretos, y que solo las personas que realmente creían los descubrirían.

La mente inocente de Anabelle no creía en ninguno de esos secretos, pero amaba estar ahí simplemente porque sentía que su padre estaba cuidando de ella, vigilándola de cerca.

Al correr se sintió asfixiada, fatigada, por lo que comenzó a caminar. Por su mente pasaban todos esos horribles momentos en los que la subestimaron, en los que la despreciaron y le dijeron gorda, fea, y que no valía nada.

—Eres hermosa, Anabelle, no dejes que alguien te diga lo contrario. —Las palabras de su padre se sentían vívidas en su conciencia, pero él no estaba ahí, eran tan solo recuerdos.

El olor a sal comenzó a aumentar haciendo que picara su nariz, y luego avistó la bahía. Los rayos del sol azotaban fuertemente sobre el sendero de piedras que la llevaba a ella, y el movimiento de los carros levantaba polvo haciendo que los ojos de Anabelle se irritaran haciendo una mala combinación con las lágrimas que bajaban por sus mejillas.

Caminó hacia el viejo muelle y se sentó. Podía ver como las olas besaban la orilla y se alejaban para luego volver a besarla. A pesar de que el sol brillaba muy fuerte, Anabelle se mantenía sentada en el mismo lugar. Deseaba ahogar sus penas en lo más profundo del mar, tener la capacidad de poder olvidar todo, ser otra persona. Alguien sin miedo a vivir, alguien con agallas, alguien dispuesto a hacer cualquier cosa por un mejor futuro. Alguien que jamás se diera por vencido. Alguien que ella jamás pensó que sería.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos nuevamente, y esa vez tocaron el agua.

Las olas comenzaron a apaciguarse, y el agua se tornó cada vez más clara. Anabelle levantó la vista. Podía sentir el cambio. Ya las olas no acariciaban sus pies, estaban estáticas. Algo muy raro en las playas de Miami, donde muy pocas las veces el mar se mantenía calmo.

Un frío atravesó su espalda, paralizó sus sentidos, y congeló sus extremidades.

Frente a ella apareció la mujer más hermosa que jamás sus ojos habían visto. Era hermosa, y a la vez tenía una mirada extrañamente seductora.

—¡Hola!

En realidad, el simple hecho de escucharla hablar borraba parte de los pensamientos de Anabelle.

—¿Disculpa? —preguntó. La chica le sonrió revelando unos dientes blancos y brillantes

los cuales a la vez eran tenebrosamente afilados.

Aquarius - Una saga de sirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora