MI PADRE

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Como si me hubieran dado una descarga eléctrica, salí de la ducha, me vestí velozmente y corrí. Llegué a las escaleras que daban al piso inferior, detuve mi marcha, a sus pies estaba la puerta que daba a la calle y me tentaban todas las mañanas. Si tuviese valor, bajaría corriendo ahora mismo y saldría por ella sin mirar atrás.

-Te oigo.- grito.- ¿A qué estas esperando?- no era mi conciencia la que hablaba, la que me alentaba a irme. Era él exigiendo mi presencia en su habitación.

Comencé a andar de nuevo, descendí lentamente, intentando en cada peldaño tomar fuerzas, ya que había un breve tramo entre las escaleras y su puerta cerrada. Respire hondo un par de veces. No conseguí calmarme, mas bien todo lo contrario, mi pulso se iba acelerando a medida que mis pasos me acercaban a su cuarto. Mis manos estaban frías, sudorosas, temblaban, cuando llamé dos veces tímidamente con una buena chica.

- ¿Se puede?- esperé contestación.

- Entra.- dijo.

Mi cuerpo no quería responder, mis piernas se habían petrificado al oír esa orden. Gire mi cabeza hacia atrás mirando el pomo de la puerta de la entrada que me ofrecía promesas de libertad. Parecía muy enfadado hoy, la mañana me había dado falsas esperanzas de paz. Sin embargo no hui y entre.

-Hola padre, ¿cómo se encuentra esta mañana?

Todo lo bueno que me habían traído mis dulces sueños de esta noche, se desvaneció al fijar mi mirada en aquel ser que era mi padre y que estaba cómodamente sentado ante su escritorio, con una de sus manos apoyada en el radiador que encontraba situado a su espalda. La realidad me atrapo otra vez entre sus brazos, arrastrándome hacia lo que realmente era mi vida y alejándome de la absurda fantasía de calma que me habían traído mis sueños. Todo no había sido más que un espejismo de mi subconsciente, que deseaba una vida normal.

Sus pobladas cejas se unieron, sus ojos se hundieron más si cabe en su cara malhumorada. La fina línea que dibujaban sus labios se movió rápidamente, mientras inclinaba ligeramente su cuerpo hacia delante, para poder ejercer mejor su control sobre mí.

-¿Tu que crees?, ¿por qué no has venido tan pronto como te has despertado? Te he llamado cientos de veces. Podría estar muriendo que a ti ni siquiera te habría importado, ¿qué estabas haciendo?, nada bueno seguro. Las mujeres sois todas iguales, unas inútiles, ya lo era tu madre y ahora lo eres tú.- En un alarde de valentía, intente hacer frente a sus acusaciones, pero cuando las palabras se estaban formando en mi garganta, prestas a hacerlo callar, dijo.- Maldita la hora en la que viniste a este mundo.- No se porque todavía me afectaba lo que decía, a estas alturas y tal y como me trataba siempre, no deberían importarme, sin embargo supongo que al ser el mi padre nunca dejarían de hacerme daño y seguiría así hasta que alguno de los dos acabase con el otro. Por eso me acobardé otra vez y solo pude murmurar disculpas.

-Lo siento padre, yo, yo no quería... incomodarlo, es que, yo... ¿necesita usted algo?- agache mi cabeza sumisamente esperando su respuesta.

-¿Por qué no esta mi desayuno preparado?, sabes que eso es lo primero que tienes que hacer todas las mañanas, y ¿por qué hace tanto fría en la casa?, - dijo mientras palmeaba la blanca y fría superficie del radiador.- ¡Contesta!- a medida que hablaba su tono de voz me avisaba de que las cosas se iban a poner muy malas.

- Lo siento, yo... perdone, creí que todavía era temprano. No se lo que ha pasado con la caldera- dije mientras retrocedía lentamente hacia la puerta.- Voy a ver que ha sucedido.- Dude un segundo antes de darle la espalda y mientras me giraba dijo.

- Espera.- No por favor, no, no había hecho nada para molestarlo tanto esta mañana.- Prepara mi desayuno, ya llego tarde.

- Sí padre-dije- lo de siempre ¿no?- murmuré para mi misma, pero no lo suficientemente bajo porque me escuchó y con lo que dejo escapar el aire entre sus dientes e hizo ademán de levantarse.

-"¿Cómo puedo estar tan torpe?, estúpida no hay otra palabra que me pueda describir mejor"- pensé.

Me di media vuelta al presentir sus intenciones y me apresure hacia la puerta. Corrí hacia la cocina, deseando que se calmase. Tenía esperanzas de que fuese así, si estuviese muy enfadado conmigo ni siquiera me habría dejado salir de su habitación.

Desde que faltó mi madre yo acabe haciéndome cargo de todo lo que a la casa y a él concernía, no por gusto sino por obligación y por miedo. Tome lo de todas las mañanas, el café rebajado con un dedo exactamente de leche en su taza con el borde azul cobalto y la tostada dorada con un chorro de aceite de oliva virgen. Por desgracia cuando me dirigía hacia el comedor mis pies tropezaron con la gran alfombra que cubría el parque, con lo que se me cayó todo al suelo, entre un gran estruendo, justo cuando él cruzaba el umbral de la puerta, ahora perfectamente vestido con su traje de los lunes.

Yo estaba allí tirada, la taza había rodado hasta el aparador derramando su contenido, el plato se había roto y la tostada habían ido a parar a los pies de los relucientes zapatos de piel de mi padre, manchándolos de aceite.

No me atrevía a levantarme, imaginar la expresión de su rostro enfurecido por lo que había pasado me paralizaba. Una mano se posó en mi pelo, y otra me sujeto del brazo incorporánme. No me lo podía creer, él me estaba ayudando, debía de haber algo oculto en esta manera de actuar. Alzó su mano derecha y acaricio mi mejilla, la otra ahora ejercía más presión en torno a mi brazo. Mis pupilas se dilataron debido al espanto que me producía el mero roce de sus dedos en mi piel. Y entonces sucedió lo que yo estaba esperando, sentí un golpe en mi cara que me hizo tambalear, pero no me caí porque él aun me sujetaba cuando, su mano voló velozmente otra vez hacia mi, propinándome otra sonora bofetada, fue entonces cuando mis piernas fallaron, y me derrumbe en el suelo, alce los brazos para protegerme de sus golpes, pero lo único que conseguí fue que en vez de sus manos, utilizase sus piernas para castigarme. Cuando considero que mi castigo había sido suficiente, paro y dijo.

-Prepárame el desayuno.- Y así lo hice

-Ahora recoge todo eso del suelo y vete- murmuró una vez había cumplido su orden.

Sumisamente lo hice, recogí todos los pedazos de la vajilla rota y limpie el café derramado.

Salí del comedor, con una mano sujetando mi costado debido al dolor. Mientras me alejaba vi en su cara dibujada una mueca de satisfacción. Estaba orgulloso de lo que me había echo, no había ni un atisbo de remordimiento en su mirada.

Cada peldaño que daba al piso superior era una tortura. Como pude entre en el baño. Apoye mis manos en el lavabo apretándolo fuertemente, intentando contener mis lágrimas. Ni me mire al espejo, ya sabía lo que me iba a encontrar si lo hacia. Desabroche mi camisa y la deslice lentamente por mi espalda y brazos doloridos. La tela de algodón blanca estaba ahora salpicada de manchas de café y sangre. Mi mano acaricio mi rostro, palpando ligeramente y así pude encontrar el origen del rojo tinte de mi ropa. Mi labio inferior respondió a la ligera presión de los dedos con una punzada de dolor, y sentí como la sangre brotaba de él.

Esta vez la ducha no fue placentera, solo quería librarme con ella de la repugnancia que me producía mi vida. Sin embargo el agua se iba por el desagüe, sin llevarse con ella mi angustia.

ANÓNIMAWhere stories live. Discover now