Noche de Jueves para un Bucardo

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Dibujo de bucardo publicado por Cuvier (1817)

Muchos quizá ni hayáis oído hablar del bucardo, la cabra montesa del Pirineo. Era una especie poseedora de vistosos cuernos que, de hecho, fueron su perdición. A lo largo del siglo XVIII, XIX y XX se aunaron la estupidez criminal de los aburridos y la de los incompetentes, para provocar su completa extinción. Para más detalles, consultad páginas como la de El Bucardo. Es una historia que no tiene desperdicio.

Yo recordaba eso, que estaba extinguida, que el último ejemplar murió con el siglo pasado, más o menos. Por eso me sorprendió enormemente ver lo que parecía uno de esos hermosos animales, observándonos silenciosamente desde unas peñas. Eso fue ayer, jueves, a mediodía. Visto que no podíamos avanzar y, mientras esperábamos a Radar y sus rituales, estábamos sentados entre rocas y hierba, junto al Hummer.

¿Que por qué nos habíamos metido por el mogollón de los Pirineos, siguiendo carreteras secundarias y trazando más curvas que una peonza por valles angostos, en vez de ir por Irún, Hendaya, etc, o sea, siguiendo el camino de la costa, cómodo y directo, que usaba la gente cuerda? Me alegra que me preguntes eso. La respuesta es sencilla: Radar. Se empeñó en cruzar por allí.

—Te está siguiendo y es hora de darle esquinazo —me dijo, cuando insistí en pedirle una explicación. ¿Qué podía replicar a eso? Nada, porque recordé la presencia que me espiaba en casa del doctor Contreras, incluso estando en mi cuerpo astral. La marca mágica de Loa me hacía visible para muchas clases de ojos, y había unos que no parecían dispuestos a dejarme en paz. Lo he percibido de muchas maneras: mis espejos se nublan, cuando me reflejo; veo huellas que me rondan, aunque no vea a quien las imprime; si me sirvo un vaso de agua huele a algo picante (a infierno, dice Radar), y luego se calienta súbitamente...

No es que haya en ello algo... malvado, no me transmite la misma impresión que un Edterran o un Monoi. Pero tampoco es algo tranquilizador, precisamente. Sé que Radar no quería alarmarme, que por eso no lo mencionaba mucho, pero pensaba en ello de continuo. Ninguno de los dos sabíamos qué podía querer esa cosa, a qué estaba esperando pero, aunque lo disimulase, no puedo negar que el asunto me daba miedo. Si el plan era quitármelo de encima, bien merecía la pena el recorrido turístico. Además, os lo juro, es un paisaje precioso.

Nos internamos en la sombra de las montañas el martes a mediodía. El reloj marcaba las seis y media cuando encontramos, en un valle perdido, una pequeña casa de piedra y madera que parecía haber sido una fonda de camino. Ama Lur, se llamaba, o se llama. Es euskara, en castellano significa Madre Tierra. Muy apropiado en aquel establecimiento, que con su piedra sin desbastar y su madera con corteza más daba la impresión de algo surgido del suelo que de algo incrustado en la naturaleza, pero me recordó el asunto de la Madre, cuando viajábamos hacia el sur, y me dio un escalofrío.

Tenía el bar, un pequeño comedor, cocina, y tres habitaciones arriba. No había nadie por allí. Tampoco nos sorprendió, era la tónica general. O los habían matado los demonios, o habían huido. Comimos, cogimos lo que nos interesó, y seguimos camino, tirando hacia el norte...

Al anochecer, y llegando desde el sur, como en las más clásicas historias de terror, volvimos a Ama Lur.

Era exactamente el mismo sitio, sin posibilidad de error. Al margen de lo evidente del edificio, el nombre, etc, lo supimos porque contenía las mismas cosas, que pudimos volver a coger de los mismos sitios. Si no entramos en pánico fue porque Radar parecía controlar la situación. Se colocó en mitad del camino, canturreando algo mientras arrojaba tierra en dirección a los cuatro puntos cardinales, y luego enterró algo en la base de la piedra grande, llena de musgo, que adornaba como una estatua natural la entrada del local. No quiso que durmiéramos allí porque, según él, no podríamos descansar. Allí se juntaban los sueños de la montaña y los del valle, y se entrelazaban con los que llegaban de las profundidades del mundo. Eran sueños complicados y exigentes.

REBECA GOYRI. Asomándome al mundo, por si te veo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora