Lunes de Hechos Asombrosos

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Cada vez que pienso en el fuego, me viene a la mente este cuadro de Dagnan-Bouveret, Marguerite au Sabbat. Me impresiona la figura patética y destruida, iluminada furiosamente por las llamas; la vulnerabilidad del gesto, del muñeco; la locura de los ojos...

No estoy en casa. Ardió, anoche. Bueno, no del todo, dicen, pero poco podrá salvarse y pasará un tiempo antes de que pueda volver. Quise irme a un hotel, pero por los niños y por Javier he tenido que aceptar quedarme con mis padres. Eso sí, dejé claro que era una situación excepcional, que no rompía mi promesa de no volver a pasar una sola noche en su casa, después de que me echaran. Les ha parecido bien. Me han dado el gusto porque están encantados.

La razón de todo esto empezó ayer... no sé, sobre las seis y media. Estaba cambiando de sitio el cuchillo que suelo llevar por las noches, metiéndolo en un bolso más cómodo y apropiado, cuando me di cuenta de que me faltaban las llaves de casa.

Sólo podía haber sido Javier, claro. Disimuladamente, fui hasta la puerta de la calle e intenté abrir. Estaba cerrada. Sin llaves no podría salir de casa. Intentaba evitar, sin mediar más palabras, que me reuniese con mi supuesto amante.

Mi primer impulso fue romperle un florero en la cabeza. Me subió la bilirrubina, y de qué manera. Por suerte, tuve la sangre fría suficiente como para volver al dormitorio y apretar tanto los puños que me clavé las uñas en las palmas. El dolor me hizo bien. Conseguí volver a respirar normalmente y centrarme en el problema. Tenía que salir de la casa. Sólo faltaría que, tras tantos días de guardia, fueras a llegar a nuestro banco y te lo encontraras vacío.

Jon estaba estudiando en su dormitorio, así que fui y le dije que quería bajar a comprar una revista pero que había perdido las llaves. Me llamó desastre y me dejó las suyas. Previsible.

Luego, jugué unos minutos con Javier y Beatriz a las cartas (mi hija me preguntó qué me había pasado en las manos, Javier me miró pero no dijo nada) y, en una de estas, diciendo que iba al baño, entré en mi habitación, cogí el bolso y la chaqueta, salí sigilosamente y me fui sin despedirme.

Menos mal que hacía buen tiempo, pude pasear un rato y luego estuve mandando algunos comentarios al blog desde mi móvil. Me entretuve, porque fueron un buen montón de horas hasta las tres de la mañana que volví a casa, desalentada. Otra vez, no habías venido.

No sé qué me esperaba. Pero no lo que me encontré, ciertamente.

Javier estaba en la sala, completamente borracho. Como en una progresión demencial, no sólo tenía un vaso, también había sacado del mueble bar la botella de whisky y estaba casi vacía. Para alguien que no suele beber, aquello había sido devastador.

Me llamó de todo, según entré, acusándome de rastrera y mentirosa a voz en grito, echándome en cara el haberme ido de esa forma, dejándolos a todos asombrados. Me asusté, le recordé que los niños podían oírle.

- ¡No me oirán! ¡Los he llevado a casa de tus padres! Jon no quería, claro, pero he insistido. Esta noche, quiero que tú y yo lleguemos a un nuevo acuerdo de puta convivencia - me señaló el sofá - Siéntate - quise irme al dormitorio, sin más, pero se interpuso en mi camino - ¡Siéntate, he dicho!

Admito que me dio algo de miedo. Fui al sofá y me senté en un extremo, muy rígida. Me echó un buen rapapolvo por lo de las llaves, por haberme ido así, por haberme ido sin más... Yo podía entender su enfado, pero no dejaba de preguntarme en qué grado estaba implicado en tu desaparición. Eso me... alejaba de todo, de alguna manera. Me sentía sucia, casi violada. Furiosa.

- ¿Eso es todo? - pregunté, cuando por fin se calló. Mi indiferencia le enfadó aún más. Pateó la mesita, volcando la botella, que estaba abierta y dejó escapar algo de whisky. La cogió antes de que pudiera hacerlo yo.

REBECA GOYRI. Asomándome al mundo, por si te veo...Where stories live. Discover now