El pequeño demonio

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Narra Layla

Mi llanto desgarrador se escucha como un eco, lo suficientemente fuerte como para que el oficial me grite que me cierre la boca de una buena vez. Sollozo mientras limpio mis lagrimas con el regazo de mi blusa. Ni en mis peores pesadillas hubiera imaginado que terminaría en una celda. No saber cuánto tiempo había pasado o si pronto saldría de aquí solo alimentaba mi agonía.

Una voz interrumpe mi llanto. Por fin habían venido a verme. Me coloco de pie enseguida y me acerco hasta donde los barrotes me lo permiten. Maurice toma mi mano y en su mirada puedo notar lo preocupado que se siente por mí.

—Dime qué vienes a sacarme de aquí. —Suplico tratando de contener mis lágrimas.

—No va a ser nada fácil, cariño. —Contesta. Siento las lágrimas brotar nuevamente. —Llame a mi padre para que arregle esto lo más rápido posible.

El alivio me invadió al escuchar sus últimas palabras. El padre de Maurice es uno de los abogados más importantes del país, por lo que mi salida era completamente segura. Definitivamente tenía al mejor amigo de todo el mundo. Ahora más que nunca quería abrazarlo y agradecerle por todo lo que estaba haciendo por mi, pero eso tendría que ser cuando todo se arreglará.

—¡Mi papá! —Digo cayendo en cuenta de que él no estaba enterado de lo que me estaba sucediendo. —¡No puede saber que estoy en la carcel!

—Amber está encargándose de que Parker no abra la boca. —Contesta Maurice pero su mirada insegura me dice lo peor.

Lloro nuevamente llenando el silencio con mis sollozos y maldiciones. Maurice toma mi mano tratando de calmarme pero nada funciona. El oficial lo obliga a irse y me grita que cierre la boca una vez más. Miro a mi alrededor tratando de ahogar mis sollozos pero es imposible. Me acerco hacia donde se encuentra una pequeña cama y ruego para no tener que dormir en ella por esta noche.

No sabía exactamente qué era lo que lamentaba. Esta encerrada como si fuera una maldita criminal, Papá probablemente ya estaba en un vuelo exprés para venir a verme y me encontraba siendo el más grande hazme reír de todo Los Ángeles. En estos momento ya nada podía empeorar. Me recosté en el suelo, probablemente era mucho más higiénico que la cama. Cerré los ojos tratando de olvidar por un momento donde me encontraba, las lágrimas no pararon por más que trataba de transportar mi mente a otro lugar.

Mis ojos se abren de golpe mientras escucho un horrible ruido. El oficial se encontraba golpeando los barrotes con su arma. Me coloco de pie mientras le lanzó una mirada asesina, el imbecil me lanza un guiño devuelta.

—Jones. Tienes visita. —Me grita como si no fuera capaz de escucharlo. Jamás he sido tratada de esta manera pero preferí cerrar la boca esta vez y no ganarme otro problema.

Cuando mi visita se posiciona frente a mí, me quedo sin palabras. Me miró fijamente como si no pudiera creer que en verdad me encontraba ahí. Su mirada me recorría con lastima, lo cual me hizo enfurecer. Si las miradas pudieran matar, él estaría muerto en tan solo un segundo. Había depositado mi confianza en el, ahora lo lamentaba tanto.

—Si viniste a calmar culpas puedes irte por donde llegaste. —Le dije apartando la mirada y dándole la espalda.

—Esto no es algo que yo provoque, Layla. Yo no hice que te encerrarán. —Se defiende como si todo esto fuera mi culpa.

—¡Pues arréglalo de una maldita vez! —Le gritó acercándome lo más que puedo y aferrando mis manos a los barrotes. —¡Sácame de esta jaula de ratas!

—¡Basta ya, Layla! —Dice Alex enojado. —Si sigues así no te permitirán más visitas.

—¿Crees que me importa? ¡Ya nada puede empeorar! —Mi voz se quiebra y siento mis ojos cristalizarse. —Tan solo mírame, estoy horrible.

MI GUARDAESPALDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora