Capítulo 3: Arriesgarse

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Me desperté a las diez de la mañana, me cepille los dientes y me di una ducha. Después de ver una horas la televisión y de hablar por teléfono con Anna y contarle todo dieron las seis, busqué en mi armario un lindo vestido azul, casual, de tirantes que me llegaba arriba de las rodillas y unos zapatos de tacón bajo. Mis rizos color castaño claro descendían hasta la mitad de mi espalda y mis ojos color miel resaltaban.

Cuando estuve lista baje y me encontré con mi padre en la sala leyendo el periódico.

-No sabia que hoy ibas a salir. –dijo él con tono de autoridad.

-Voy al cine. –le respondí algo seca. Mi relación con mi padre no había sido tan buena. Él simplemente no me entendía y ya esta harta de seguir intentando.

-¿Con quién?

-Con un amigo.

-No regreses tarde, ¿quieres? –me dijo.

-No lo sé.

Ya eran las 7:50pm, no quería que pensara que era impuntual. No espere a que me respondiera y tras cerrar la puerta de la entrada vi otra vez ese descapotable rojo.

-¿No pensabas que te ibas a ir caminando o si? –me preguntó.

-Pues, no lo sé –reí.

Salió del auto y antes de que llegara me abrió la puerta.

-Gracias –le dije sonriendo.

-No hay de que. –me dijo mientras se dirigía al asiento del conductor y se comenzaba a poner en marcha el auto.

-Entonces, ¿qué película veremos?

-Mm… No sé. La que quieras. –contesté sonriendo.

Cuando llegamos no había casi nadie, fue mejor porque así no tuvimos que hacer fila para comprar las entradas. Decidimos entrar a una de comedia. Mientras veíamos la película lo único que hacíamos era reír. Me la estaba pasando muy bien.

Al salir me invito a dar un paseo por la playa y acepte.  Caminábamos a la orilla del mar sintiendo el agua.

-Y ¿qué te gusta hacer? –le pregunté.

-Ya que estamos aquí, amo el surf. Soy muy bueno en eso. –me contestó.

-Debe de ser divertido –le dije sonriendo.

-¿Quieres que te enseñe? –se ofreció.

-Me gustaría. –sonreí- Sólo que me da un poco de miedo.

-Estarás bien. Confía en mí.

-Ok, ¿cuándo me enseñaras?

-Cuando quieras. –dijo con entusiasmo- ¿Tal vez mañana?

-Estoy libre. Dalo por hecho.

-Esta bien. ¿A las nueve?

-Me parece perfecto –le respondí con una sonrisa de oreja a oreja.

-Solo por curiosidad, ¿cuántos años tienes? –me preguntó él. Reí por su repentino interés.

-Dieciocho. ¿Tú? –le pregunté.

-Igual.

-Estamos bien para estar cursando el último año de preparatoria –le sonreí.

-Eso creo. –dijo devolviéndome la sonrisa.

Caminamos un rato en silencio, la playa estaba totalmente desolada y la luna se veía preciosa, no pude evitar sentir nostalgia por mi madre. Hace mucho que no la veía desde que se mudó a Canadá.

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