Cap. 14 Nos amamos

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El aire mañanero, que entraba por los ductos de ventilación de las habitaciones, invadió todos los rincones del laboratorio experimental y causó gran nostalgia a los prisioneros que ya se habían despertado de una larga siesta y que se encontraban en recuperación.

Sebastian yacía aún en su pequeño recinto y, a pesar de haber pasado una terrible noche, ya se sentía aliviado y recuperado de los efectos secundarios del sedante que le habían inyectado los polirobots durante su intento de cruzar el puente. Cogió un poco de aire y se sentó al borde de la camilla para tratar de recordar lo último que ocurrió y para poder subir el ánimo.

De repente, Sebastian se dio cuenta de dónde se encontraba y, consecutivamente, memorizó lo último que había sucedido. Las palabras puente, polirobots y sedante le vinieron a la cabeza de un solo golpe y comenzó a imaginarse lo que había pasado.

Ya en pie comenzó a rondar toda la habitación como un detective cuando busca pistas sobre un asesinato para tratar de comprender cómo ocurrieron los hechos. Inspeccionó cada objeto y cada rincón y pudo deducir que se encontraba en una clase de laboratorio que, ciertamente, tendía más a parecer un tipo de prisión.

Un pequeño temblor sacudió todas las habitaciones y las recámaras. Seguidamente, las puertas que permanecían cerradas herméticamente fueron abriéndose una por una y sin presentar ningún tipo de patrón u orden.

Poco a poco varias cabezas comenzaron a aparecer por aquellos largos pasillos y comenzaron a moverse rápidamente en busca de alguna salida. La luz se fue y unas bombillas de emergencia comenzaron a encenderse automáticamente al mismo tiempo que una persona hablaba a través de un micrófono.

—Por favor, mantengan la calma. Se prevén algunas fallas técnicas en el área superior de la colmena y nuestro equipo de mantenimiento está haciendo todo lo posible para repararlas lo más pronto posible —repitió tres veces. Luego anunció — 5 minutos para que la electricidad sea restablecida y se continúe con el protocolo. Por favor, no salir de la zona verde.

La voz pertenecía a una mujer y se repetía a cada minuto. Las luces emergentes, que se desplazaban por toda el área, comenzaron a indicar la salida de emergencia más cercana.

Al cabo de unos minutos, la sala de recreación estaba repleta de personas que observaban y escuchaban detalladamente la situación con el fin de comprender qué sucedía.

—¿Qué es esto? ¿Qué está sucediendo? —preguntó una mujer desesperada.
—No lo sé. Pero, sea lo que sea, no me da buena vibra —respondió otra mujer quien, por la voz, Sebastian pudo reconocer que se trataba de Lourell.

Sebastian siguió aquella voz con tono de superioridad y liderazgo hasta llegar a la zona del cafetín, donde se encontró con Lourell, Marcos y Juan, una mujer y un par de hombres más.

—¿Qué sucede? —preguntó Sebastian.
—Repito, novato, no lo sé.
—¿Ustedes qué hacen aquí?
—Ni idea, yo me acosté el día de la celebración y al despertar me encontraba aquí encerrada con una idiota mujer —respondió Lourell.
—¡Ey! Soy yo, compañera —refutó la mujer que andaba desesperada.
—Lo sé, idiota.
—Bueno, —entonó Marcos— nosotros estábamos dirigiéndonos a nuestra casa cuando de repente un grupo de polirobots nos rodearon y nos sedaron, supongo, porque no recuerdo nada más.
—Yo no he cometido ningún crimen como para estar aquí —exclamó Juan.
—Ninguno de nosotros lo ha hecho —dijo Lourell. —¿Y tú, novato, por qué estás aquí?
—Eh... no quiero ser aguafiestas, pero no creo que sea el momento más apropiado para perder el tiempo —respondió Sebastian evadiendo la pregunta. —Tenemos que tratar de averiguar qué sucede y ver si podemos salir de acá.

Todos intercambiaron miradas, acto seguido, se agruparon y se sentaron juntos a la mesa.

—El novato tiene razón. Ahora, oíd bien porque no lo pienso repetir. ¿Desde hace cuándo tiempo están aquí?
—Un mes —respondieron los dos hombres.
—Dos semanas —dijo la mujer.
—Creo que desde hace tres días o cuatro días —vociferaron Sebastian, Marcos y Juan al unísono.
—Bueno, los que llevan más tiempo aquí, ¿por qué los encerraron?
—No sé.
—No sé.
—No sé.
—Está difícil, pero creo que tengo una idea. Curiosidad, ¿les viene algo a la mente?

Volvieron a intercambiar miradas.

—Sí, el puente —se atrevió a responder Sebastian.
—El horizonte, siempre quise saber qué se ocultaba más allá del horizonte —dijo la mujer.
—El tren P.U 12D.
—El cielo —dijo Lourell.
—¿El cielo? —repusieron tras escuchar su respuesta.
—Sí. ¿No les parece extraño lo que vemos? El sol se mueve y a veces retrocede, las nubes no dan sombra, los planetas parecen bailar en el panorama nocturno, las estrellas aparecen todas a la misma vez y, aún más inquietante, nunca llueve.
—Ahora que lo mencionas… no me había percatado de ello —opinó Sebastian. —Pero tienes toda la razón.
—Siempre la tengo.
—Esto es muy extraño, chicos. Desde hace días la cabeza me duele a morir y me llegan recuerdos de la nada, recuerdos que ni siquiera parecen míos —dijo Juan.
—No estás solo, a mí también me pasa —agregó la mujer.
—Y a mí.
—Yo igual.
—A mí también.
—¿Qué sucede entonces? ¿Por qué nos pasa esto?
—Durante el tiempo que trabajé directamente con la reina, pude notar algunas cosas extrañas entorno a la isla—dijo Lourell.
—¿Cómo qué?
—No creo que este sea el lugar indicado, pero pude darme cuenta de que…

Otro temblor, pero más fuerte, hizo mover la parte superior de la comenta por varios segundos y la voz, que había desaparecido y nadie se había percatado de ello, comenzó a vociferar de nuevo.

—Atención. Atención. Por favor, personal autorizado evacuar el área experimental a través de las salidas de emergencias lo más pronto posible —repitió cinco veces.

Las luces emergentes comenzaron a parpadear más rápido y pasaron de color verde a rojo.

—¿Qué hacemos? ¡¿Qué vamos a hacer?! —preguntó la mujer infundiendo el pánico.
—Calma, calma. No creo que esto sea real, quieren lograr algo, pero no sé exactamente qué —respondió Lourell.
—Que salgamos...
—No seas estúpido, nova... Espera, ¡sí!, tienes razón.
—Ya escucharon, ¿no? Tengo razón —dijo Sebastian con aire triunfador.
—Chicos…
—¿Qué haremos? ¿Saldremos? —preguntó Juan.
—Sí.
—Pero ¿no es echarle más leña al fuego?
—Quieren que salgamos, si nos quedamos nos pueden abortar —informó Lourell.
—¿Abortar? —preguntó un hombre confundido.
—Eh... sí… En fin, vamos a salir.
—Pero no podemos dejarlos solos, hay un montón de personas que no pudieron salir de sus recámaras, no todas las puertas se abrieron.

Las luces emergentes dejaron de parpadear y se quedaron completamente encendidas. La voz que salía de los parlantes cesó su chillido dando paso a un ambiente terrorífico que invadió todo el lugar.

—No tenemos tiempo. Sebastian, Marcos, y tú…
—Francesca —dijo la mujer.
—Eso, Francesca y yo saldremos a ver qué quieren de nosotros; Juan y ustedes dos se quedarán acá y averiguarán la manera de sacar a los demás.
—Pero... —refutó Juan.
—¿Pero qué?
—No puedes separarme de Marcos.
—¿Por qué?

Aquel silencio había bastado para que Lourell entendiera enseguida el motivo de su objeción, no obstante, Marcos tomó aire, se aclaró la voz y confesó.

—Nos amamos.

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