Cap. 12 Todos desaparecieron

747 87 15
                                    

La multitud se concentraban cada vez más en los alrededores del Planetario. Las personas se encontraban haciendo largas filas con el fin de entrar en él y poder experimentar lo que los demás decían que era como volar en los cielos.

Sebastian, aún aturdido por el dolor de cabeza, se levantó del suelo y se fue tan rápido como pudo hacia su casa. Marcos y Juan se le acercaron mientras él se iba discretamente, él los evadió con la excusa de que iba corriendo hacia los baños portátiles y, al haberlos perdido de vista, se escapó y tomó camino hacia la estación.

En el metro aéreo solo iba él, dos profesores y un señor de negro con bata que llevaba una insignia en su pecho izquierdo con las iniciales de  P.U Investigaciones Neuronales Avanzadas. Un grupo de voces aún permanecía en su cabeza, él trataba de ignorarlas, pero lo único que conseguía era que se intensificaran cada vez más hasta el punto de quererse arrancar los oídos.

Su recinto, frío y desolado, tenía un cierto toque de película de terror. Las casas estaban vacías y no había ni siquiera un alma que anduviera por aquellas calles polvorientas. Las luces, que parecían guiar a Sebastian hasta su casa, titilaban lentamente y sin fervor, tenían una apariencia tenue y el foco parecía que iba a quedarse sin energía en cualquier momento. Las ramas de los árboles se mecían vagamente tras la escasa brisa que hacía y el ruido que emitían era apenas audible.

El departamento de Sebastian asemejaba un lugar fuera de órbita, sin atmósfera y sin vida. Los recuadros de él y sus padres perdieron color y significado, los muebles se volvieron más viejos y arrugados y las paredes comenzaron a pelarse formando varios montoncitos de conchas que se acumularon en el suelo. De pronto, todo se detuvo y Sebastian se dio cuenta de dos cosas: estaba alucinando y estaba viendo cosas que no tenían sentido. Sobre la mesa de la sala se encontraba el misterioso plano del puente, el mismo archivo que Louis había dejado hace más de una semana, y que Sebastian ya había entregado, estaba allí y en el mismo sitio, como si nunca lo hubiese agarrado. Ahora quedaba una pregunta por resolver, ¿seguía alucinando?

Sebastian tomó aire de una bocanada y se sentó sin fuerzas sobre el sofá. Miró de nuevo en dirección a la mesa y allí seguía el documento. Se levantó como pudo, después de haber hecho dos intentos, y agarró la carpeta con el plano y lo comenzó a ojear. Lo revisó, lo releyó y lo tocó detalladamente llegando a una conclusión, una insignificante pero coherente hipótesis sobre por qué el puente y el planetario habían sido considerablemente acortados. Una nueva curiosidad afrontaba su puerta y esta vez estaba decidido en descifrar el enigmático acertijo de las dimensiones de una vez por todas. Para hacerlo, estaba consciente en que tenía que hacer algo que podía costarle la vida: él iba a cruzar el puente y descubrir qué se ocultaba tras su impenetrable horizonte.

Al caer la noche, todos los utopianos ya se encontraban en su hogar después de una larga y cansada jornada de celebración. La luna brillaba hermosamente y se veía tan cerca como jamás nadie la había visto; las estrellas, que la acompañaban con fiel furor, terminaban opacadas y los planetas se movían lejanamente con sus anillos y satélites. Sebastian apagó las luces de su departamento y, al cabo de unos minutos, un par más hizo lo mismo. Después de una hora, ya casi en la hora límite, todos habían apagado sus bombillas y habían emprendido viajes astrales dentro de sus sueños. Sebastian, que permanecía con los ojos bien abiertos y brillantes como un gato en la oscuridad, se había tomado el tiempo de pintar toda su ropa de negro y de preparar un bolsito con mecates, tijeras, cadenas y pinzas, cualquier cosa que le había parecido útil y, en especial, el famoso plano con un ligero equipo de trabajo.

Al estar preparado, salió por la puerta trasera y comenzó a escabullirse silenciosamente entre las matas, árboles y estorbos que habían por el camino con el fin de no ser visto. Agradeció que esa noche había poca iluminación artificial y pensó que todo marchaba bien.

UTOPÍAWhere stories live. Discover now