"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios".

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38. Luz dorada.

Por un momento pensé que Vicente no me permitiría salir de la casa, creí que me encerraría en alguno de los cuartos o algo así. Supongo, por su mala cara, que aganas no le faltaban. Aborrecía de principio a fin mi idea de salir de casa y para colmo, que intentase escurrirme dentro de la biblioteca angélica de Eleazar.

El caso es que creo que no le quedó más remedio que dejarme partir cuando le expliqué que no estaba dispuesta a ceder, mi incursión en aquella casa no era negociable, tampoco ningún otro de los detalles del plan para esta noche.

Debí sonar dura, con demasiada sangre fría, incluso despiadadamente insensible puesto que Gabriel me acompañaría, pero lo cierto es que le dije que aunque debiese pasar sobre su cadáver para salir de casa, lo haría. La verdad no era exactamente así y él sabía que no, mas si intentaba usar la fuerza conmigo, yo la usaría con él.

Otra vez se despidió de mí en el umbral de la puerta, alzando una mano, mientras yo maniobraba para acomodar el auto en la calle. Anežka estaba con él.

En mi cabeza, le pedí a Dios -si es que existía- que cuidase de ellos si algo me sucedía esta noche; ellos eran mi familia, los que le daban valor a mí vida; si moría y ellos continuaban viviendo, no moriría del todo continuaría existiendo en sus recuerdos, en el implacable flagelo del amor y los recuerdos que nos unen a los seres queridos. Mi vínculo con Vicente no se rompería jamás. Amase a quién yo amase, viva o muerta, él era parte de mí: más que un amor, más que una pasión, inquebrantable como un lazo de sangre, inseparable como un órgano de mi cuerpo. Simplemente no tenía elección. Cómo renunciar a él si yo le pertenecía y una parte de su ser también sería por siempre mía.

Y yo que una vez pensé que no era capaz de amar.

Se formaba un vacío en mi pecho al ver su imagen achicándose en el espejo retrovisor.

Los ojos se me empañaron.

Pisé el acelerador y giré en la siguiente esquina.

- Estoy sola- me dije a mi misma bajo la cúpula oscura de París que aún continuaba cubierta de un velo rojizo. En una hora no había caído ni una sola gota, pero el cielo continuaba amenazante, es más, aquí y allá resplandecían relámpagos atravesando las densas nubes. No soplaba ni una gota de viento y el aire se hallaba de lo más silencioso y no demasiado frío. La quietud me ponía los nervios de punta puesto que su fragilidad se sentía sobre mi piel como una delgada capa de hielo. Todo podía irse al mismísimo diablo de un momento a otro, y entonces, todo acabaría.

Frente al semáforo en rojo comencé a preguntarme qué se sentiría morir, morir de verdad…ir a parar al Infierno. ¿Se revelarían ante mí las verdades de la vida o simplemente me hundiría en mi castigo eterno sin más explicaciones? Me dio miedo, no quería morir, pero sobre todo detestaba la idea de partir todavía cubierta del oscuro manto de las mentiras y los secretos. Pasar por la vida de este modo y partir sin más semejaba un gran desperdicio de tiempo y energía, una injusticia. Y al decir esto no es que desmerezca las cosas que he tenido oportunidad de vivir y disfrutar, sobre todo mi gran amor, pero conocer la verdad era algo que me atañía a mí como ser individual, era algo muy mío, algo que quizá necesitase para evolucionar de algún modo.

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora