"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios", cap. 32

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32. Ríos de fuego.

Mis manos eran garras de vendas blancas manchadas de sangre y peróxido amarillento. El ardor se negaba a remitir. Experimentaba una sensación similar a la que pudiese sentir si por mis venas, fluyesen ríos de fuego: cada palpitar de mi corazón empujaba la sangre por los vasos sanguíneos, reavivando el dolor, la quemazón. Tenía los brazos entumecidos del dolor y deseaba poder arrancarme las manos, la molestia había llegado al punto de darme dolor de cabeza y a causa de la quemazón, siquiera era capaz de servirme un vaso con agua para tomar un calmante, es más, extraer una pastilla del blíster plástico parecía una misión imposible.

Empujando la puerta con un codo, entré en la cocina. Acababa de tener una larga y ardua conversación con Anežka en la que procuré explicarle cual era nuestra real situación -mi situación- sin alarmarla demasiado. Por supuesto mis intentos no dieron real resultado, la verdad era demasiado truculenta de por sí, como para intentar suavizar sus efectos. Ni modo, ya no podía continuar ocultándole la verdad, necesitaba, para su seguridad, saber a qué atenerse, además, el estado en que se encontraban las cosas no auguraban nada bueno, y por si todo empeoraba, era preferible que entendiese mis motivos por si surgía la necesidad de ordenarle que se fuese, que se alejase de mí, que buscase refugio con Gaspar o incluso con alguien más, y si era posible, y si ella realmente lo necesitaba, que de una buena vez por todas, se alejaste de este mundo de demonios para siempre, ya que todavía no era demasiado tarde para ella. Cuando le mencioné eso último fue con toda la intención de rogarle que diese marcha atrás con su decisión, que se replantease su futuro, todavía estaba a tiempo de recuperar su vida, de tener un presente y un futuro más normal…conocer a alguien, enamorarse, tener hijos, buscar una profesión, tal vez estudiar, envejecer y morir de un modo natural, convivir con seres normales, con situaciones normales. Vivir como se debe vivir, como se supone que todo mundo debería vivir.

Anežka es una chica inteligente y al instante entendió cuál era el punto y por supuesto, se negó a irse, no quiso saber nada de volver a su antigua existencia. Haciendo acopio de coraje -procurando no parpadear- incluso se atrevió a asegurar que no tenía la menor importancia quien fuese mi padre (le expliqué la verdadera naturaleza de Eleazar -esa discusión consumió más de media hora de nuestra larga charla-).

La protegí de la verdad todo lo que pude, mas ahora, ocultar la verdad era incrementar el peligro bajo el que los tres vivíamos.

Fue agotador rememorar cada detalle de la historia, desenterrar cada momento, cada duda, puesto que a ella, le surgieron las mismas que a mí. Incluso, para su seguridad, me arriesgué a contarle sobre los ángeles y le pedí, le imploré, que no contase una palabra de eso a nadie, si lo hacía era solamente para que buscase ayuda en Gabriel en caso de necesitarla. Admito que en cierto modo me sentí tanto más tranquila cuando ella grabó el número de celular de Gabriel en el suyo y aceptó, mirándome con cara de creer que yo exageraba demasiado, a aprendérselo de memoria tal como yo se lo pedí.

Sé que para ella supuso una impresión algo fuerte conocer toda la verdad pero también sé que significó mucho que confiásemos en su persona de este modo, eso calmó sus ansias por cambiar y me figuro que la hizo sentirse más unida a nosotros.

El caso es que aquí estaba yo otra vez, dos horas más tarde, regresando a la cocina luego de haber dejado a Vicente allí sentado, abrazado al botiquín de primeros auxilios, unos minutos después de que terminase la labor de vendarme las manos.

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora