"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios". Cap. 19

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19.  Inserción.

A ellos les costó más que a mí, amoldarse a la nueva situación, con eso me refiero a mi presencia en la casa, a tener que compartir conmigo su refugio, su hogar, las comidas, el aire, incluso su ropa. Gabriel cumplió, me consiguió algo de ropa limpia de repuesto; nada nuevo sino todas prendas de segunda mano algo gastadas pero que al menos me quedaban relativamente bien -no esperaba otra cosa; nada de lujos, este lugar funcionaba a base de mucha garra y esfuerzo por parte de los integrantes del grupo-.

Lo que me dio gusto calzar fue un par de zapatillas que si bien tampoco eran de estreno, olían y se veían muy limpias, y resultaban en extremo confortables. Cuando Gabriel me entregó aquellas prendas le di las gracias y le pregunté quién había sido la amable donadora, no me proveyó de un nombre, sino de una mueca que se traducía como: quién me dio esto no lo hizo de muy buena gana. De más está decir que cerré la boca y no insistí, ya había sentido suficientes malas miradas sobre mi nuca durante este primer día y me figuraba que sería el blanco de tantas otras más, incluida la de la dueña de la ropa que vestiría.

Mi primera cena en el comedor, fue, según supe por comentarios de Ami, con el grupo a pleno, esa noche se encontraban todos presentes. Más allá de las charlas que creaban un bullicio  descomunal dentro del comedor, sé que fui el objeto de la mayor parte de las conversaciones; muchos de ellos todavía debían preguntarse qué hacía un demonio allí, la verdad es que ni siquiera yo lo tenía muy claro, lo único que me restaba era esperar a que quizá, si todo iba bien, en el futuro pudiese darle valor a mi presencia allí para justificar la molestia principal en todos: yo me metía de cabeza en su secreto, ningún demonio debía saber que este lugar existía, que ellos existían; y la perspectiva a futuro quizá tampoco fuese demasiado alentadora para ellos, si me permitían ayudar, tendrían que desvelarme misterios mucho más profundos que la me existencia del grupo.

Fue así como ser tolerada, se convirtió en mi primer objetivo. Puede sonar una meta  sencilla de alcanzar, no lo era ni de casualidad. Tampoco lo serían los siguientes pasos: ganarme su confianza, ser aceptada.

Al menos Pavel ya no me veía con terror, es más, el joven párroco se sentó a la derecha de Cesar a la hora de la comida, eso es, a un metro de mí.

De no ser por la soltura de Ami, la comida se me habría quedado atragantada.

Pasar la noche en aquel austero cuarto tampoco fue divertido, mi único aliciente fue que al menos allí, no tenía miradas de desconfianza pegadas a la nuca.

Luego de despedirme de mi padre, colgué.

Cesar me dio un momento manteniéndose un par de segundos más junto a una de las dos ventanas de su despacho. Como supuse, no podría realizar mis llamadas a solas, sin embargo fue menos tortuoso hablar con mis padres delante de Cesar de lo que suponía sería bajo la atenta mirada de Gabriel. Ya fuese porque me vigilaba, o simplemente porque su mera presencia turbaba mi paz, me sentía frágil cuando él se encontraba presente.

- Eso fue complicado- suspiré y me recosté contra el alto y duro respaldo de la silla que se encontraba frente al escritorio del dueño del despacho.

Cesar giró la cabeza y me sonrió.

- ¿Qué saben tus padres de ti?

Su pregunta no exigía una respuesta, sino más bien sonaba como el intento de iniciar conversación.

- Uff…acarreo ese tema desde hace más de un año. Mi madre se niega en redondo a discutir palabra sobre mi padre…es decir, sobre Eleazar, ella sabe que él es distinto, simplemente me pidió que me limitase a evitar tener cualquier contacto con él y es exactamente eso lo que he hecho yo. No porque ella me lo pidiese, sino porque es lo que prefiero. A decir verdad es bastante frustrante no poder discutir con ella mis orígenes. Jamás me ha contado ni una sola palabra de cómo fue que lo conoció o exactamente porqué terminaron.

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