53. Corre mientras puedas

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Nos quedamos un momento en silencio. Ella mirándome perpleja, sin saber que hacer o decir. Yo me sentía con un peso menos al decirle a alguien al fin el por qué tanto odiaba a Liam. Lástima que moriría pronto pero había sido bueno para mi salud mental. ¿Desde hace cuánto necesitaba ser escuchado? ¿Desde hace cuánto necesitaba gritar todo lo que ese bastardo me había robado? Le sonreí antes de acercármele y verla estremecerse; realmente iba a ser una pena que no podría jugar con ella más tiempo pero no iba a dejar que viviese tras escuchar todo lo que había confesado.

Tomé el antiguo pero enorme y filoso cuchillo de plata que ya había sido manchado incontables veces por la sangre sucia de las humanas que no nos habían servido de nada para completar aquel mito tan valioso para los purasangres y, anhelando que este último sacrificio fuese el indicado, sonreí de una manera más confiada.

-¿Lista para ser el cordero?

Ella me miró a los ojos al fin. Aquellos orbes grises se llenaron de lágrimas al tragar finalmente que Liam no vendría por ella y, perdiendo de nuevo el brillo en sus pupilas, respiró lentamente. Volvió a ser un muñeco sin alma... un objeto desechado.

Levanté el puñal con ambas manos y tras soltar aquella estúpida frase en latín que debía decir para terminar el trabajo, las puertas se abrieron en un sonoro y fuerte golpe.

Las velas volvieron a moverse pero esta vez con más fuerza hasta el punto de hacerlas apagarse. El grisáceo humo emergió de ellas y lo sumergió todo en un ambiente tétrico, ya que en la entrada del lugar, Liam había aparecido bañado completamente en sangre.

La maldita humana tembló al verle, yo no pude evitar sonreír de medio lado al entender que aquella sangre que goteaba en el suelo era precisamente la del inútil de Leonard Black. Nunca me había servido de mucho en realidad y era por ello que me hacía gracia que su eterna vida hubiese terminado a manos del vampiro más débil de todos. ¡Qué patético!

-¿Qué haces... aquí? -El susurro de aquella niña media muerta deshizo mi sonrisa. No esperaba escuchar más su voz, pero aquella pregunta me hizo enderezarme.

¡Qué interesante pregunta! ¿Qué hacía este imbécil aquí? Jugué con la cuchilla al ver al pelirrojo mirar a quién temblaba y ya empezaba a gemir por asimilar algo que yo no entendía.

-¡Vaya, vaya! Miren a quién tenemos aquí. -Me sentí molesto de un momento a otro. ¿Quién se había creído como para arruinar mi tortura psicológica? Ella ya lo había aceptado todo. ¿Para qué venía? Mi cuerpo vibró por un instante al pensar algo macabro y siniestro. ¿Debería hacerlo?-. Haz llegado gusto en el momento exacto, Dagon. Me convertiré en el mesías y tú serás el primero en verlo.

Sí, lo hice. No me detuve mucho para pensar en las consecuencias. Tan solo mi puño se abrió y la cuchilla resbaló de mis manos. Entre los tres se escuchó un jadeo sordo, uno que precisamente no era masculino.

Mi daga se veía tan linda atravesando tan perfecto pecho...

Carcajeé al escuchar sus intentos fallidos por respirar. Se veía tan deliciosa... tan apetecible. Sus ojos estaban desenfocados, presos tal vez de lo que estaba pasando. ¿Cuántas veces me había dicho que no vendría? Volví a sonreírle para demostrarle mi poderío. Yo siempre tenía razón. ¿Por qué lloraba ahora? Mostré una grande sonrisa al entender tal vez en lo que pensaba. ¿Demasiado tarde, verdad? Aquel hombre sin cabello largo yacía sudado, golpeado y goteando en sangre solo por ella y vaya que lo había hecho todo en vano.

-¿Qué se siente, maldito bastardo? -grité aquello antes de girarme a ver al hombre que esperaba hubiese caído al suelo al comprender que como antes, había llegado a última hora.

Era vampiricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora