7. Sorpresa

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Había cerrado los ojos y claro, no había dormido tampoco esa noche. Tal vez era el insomnio o el simple hecho de que aun no me acostumbraba a esa cama que tal vez seria mía para siempre. Despojada finalmente de aquellos trajes de alto valor y vestida ya con una fina bata de seda me encontraba yo, acomodada a un lado de la ventana, tirada con pesar sobre la cómoda cama.

Una grande y espaciosa, pero nunca tan satisfactoria para hacerme sentir en total armonía o perfección.

¿Por qué debería de deberse tanto descontento? A mi madre la extrañaba, aún pensaba en sus supuestos lloriqueos que debería tener en esta primera noche sin mi presencia. Seguramente bailaba aquellas danzas llenas de tristeza o hacia contacto con los dioses sin ningún resultado en lo absoluto.

Mojé mis labios con mi propia saliva y entonces cerré los ojos suspirando. ¿Cuánto tiempo habría de haber pasado desde mi encuentro con mi supuesto comprador? Cuatro horas y yo aún no descansaba. Apoyé mi cabeza de nueva cuenta intentando reconciliar el sueño, pero mi aliada ya estaba amenazándome con desaparecer, durmiendo ya por fin de su larga fiesta que había cargado toda la noche.

Guardé silencio mientras veía entonces los primero rayos del Sol moverse a velocidad casi mágica. ¡Qué maravilla sería el don de aquel astro si estuviera aún en mi hogar! Tragué saliva intentando tranquilizarme, dejándo que mi respiración se hiciera unánime con el aire. Olvidándome de mi vida pasada, pues si seguía intentando mantener viva la imagen de mi querida progenitora, simplemente me haría daño.

El cielo poco a poco se aclaró y dejó entonces una fina y exquisita luz que dejaba ver en una tenue vista, todo mi cuarto en su esplendor.

Considerablemente grande, pero no más que las habitaciones en las que había pasado solo por error. Esta, de madera de caoba como pavimento y de una preciosa pared pintada en blanco me daba como recocido de que vivía en un antiguo castillo y que era mas que probable que ese cuarto era antes usado como lugar de limpieza o un guardarropa excepcional, pues aun los restos de escombros se podían apreciar si le ponías gran dedicación a la reciente pintura.

Miré entonces a mi cuerpo, el como mi pecho subía y bajaba sin sonido. Mi piel caliente, mi cabello estirado en el colchón medio vacío. Parpadeé con lentitud mientras todo esto se llevaba acabo.

¿Cuánto faltaba para que me mordieran y me dejaran por fin regresar a casa?

Mis ojeras ya estaban marcadas. No había dormido en dos noches seguidas, con excepción del poco rato que me había tumbado por la mala experiencia de tal marca que aun ardía como si estuvieran clavándome todavía aquel metal rojo y en vida.

No quise siquiera moverme. No quería que nada rozara con tal herida. No deseaba observar ni mi cabello o apariencia. Todo lo que era yo había cambiado y bueno, no era por propia voluntad... si no por el simple hecho de que esas eran las demandas del vampiro del cual no sabía ni su primer nombre.

Guardé silencio y en el poco tiempo que tuve antes de que llamaran a la puerta, pensé en dicha letra con la que empezaría aquel monstruo de cabellos rojizos y de mirada lunática, que solo con recordarla, hacía que mi cuerpo temblase.

—¿Despierta ya? —Una voz femenina se dio paso entre la puerta y habitación.

Abrí mis ojos con pánico. Era una de las chicas que había planeado lastimarme. Tragué saliva y antes de acceder a que pasara con una neutra voz, bajé la cabeza esperando a que el castigo no se repitiera en lo absoluto.

El sonido de la entrada que se escuchó solo distorsionó mi voz. Varios pasos se escucharon. Eran ellas. Las vampiras que me habían maltratado y hecho de mí un simple humano con apariencia blanca y espectral, casi como si perteneciera a ese mundo manchado y nada puro. Inmortal.

Era vampiricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora