Capítulo XXIII - Parte 2

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Canaán


Sé que tengo la maldita costumbre de decir cosas que mi cerebro no ha terminado de procesar; eso me ha metido en problemas muchas veces y me prometí que sería más cuidadoso con las cosas que salen de mi boca, pero esto es... Demasiado.

Me dejé llevar por el momento. Me sentí tan cómodo hablando con Samael que, en el fondo, me pareció algo que ni siquiera debía pensar demasiado, y solo sucedió. Quiero decir, esa palabra «papá» ya había aparecido en mi mente muchas veces antes. Desde el segundo uno en el que vi a Samael por primera vez algo dentro de mí ya lo había dado por sentado, pero me sentía avergonzado porque no lo conocía y tampoco me parecía tan normal sentir una conexión de ese tamaño por alguien como él, por lo que simplemente dejé de prestarle tanta atención.

Digo, tampoco es algo del otro mundo, y aunque estos últimos meses hemos pasado más tiempo juntos, esa palabra no había salido de mis labios... Hasta ahora, y fue de una forma tan natural que ni siquiera se me ocurre inventar un pretexto para justificarlo.

Siento que mi cara enrojece y que un sudor frío baja por mi espalda. Empiezo a rogar al maldito universo que Samael no me haya escuchado, pero cuando levanto la mirada para comprobar el resultado de mi descuido, lo que me encuentro solo me desalienta; obviamente me escuchó, pero no hay ningún tipo de expresión en el rostro de Samael.

No se inmuta, no refleja enojo, ni alegría —si es que él podría ser capaz de sentir alegría por un descuido así—, lo único que hay en sus ojos es la más terrible y absoluta indiferencia.

Bueno, de todos los escenarios posibles, por alguna razón, este me parece el peor.

—E-esto... Yo...

—Cállate — sisea con un tono tan agrio que me hace contener la respiración.

—Pero...

— ¿No me escuchaste? — Inquiere con mayor severidad. Luego, en un perfecto enoquiano suelta —: Cierra la boca, Canaán.

La espada en mi mano vuelve a sentirse tan pesada como el primer día. Quiero soltarla e irme a casa, pero mi orgullo no me permite acobardarme. Solo pretende que no importa, me dice una vocecita en mi cabeza pero, maldición, claro que me importa.

No pensé que un error así para él representaría la ofensa más grande de todas, y lo peor es que prefiero que me diga a la cara que le molesta en lugar de darme la espalda.

Absenta.Where stories live. Discover now