Capítulo XIX.

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Amistad, a dónde vas sin dejar aquí tu YA LLEGUÉ:

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Narrador

— ¿En dónde está la profeta? — Es la primera pregunta que sale de la boca del Rey del Infierno cuando cruza las puertas del palacio donde Lilith, sentada en un largo y elaborado sofá de terciopelo rojo, permanece con las piernas cruzadas y un pergamino en las manos.

Levanta la mirada cuando Samael se planta frente a ella, manteniendo una expresión seria y, hasta cierto punto, inquieta, la cual intenta dominar con una falsa parsimonia que Lilith no puede creerse.

—También me alegra verte, querido. ¿Por qué no entras y conversamos un rato? — Su tono irónico no pasa desapercibido para Samael, pero no le de ninguna clase de importancia; sus ojos inspeccionan minuciosos cada rincón del recinto, preguntándose en cuál de todas esas puertas podría encontrar detrás a Casandra de Troya.

No pensaba estar tan pronto en el Exsilium, y en definitiva no esperaba entrar a aquel enorme palacio —que desde el primer hasta el último ladrillo pertenecía a nadie más que a la Diosa madre— con el único propósito de encontrar a Casandra de Troya, sin embargo, sabía que ella era la única que tendría la respuesta que necesitaba.

— ¿En dónde está la profeta? — Repite, impaciente. No tiene tiempo para conversar, ni para atender los sarcasmos de Lilith.

La mujer deja el pergamino en la mesita junto al sofá, que tiene un cuenco de ratones muertos. No es difícil deducir que su único objetivo ahí es fungir como el alimento de la enorme serpiente taipán que le rodea los hombros y se enrosca en su cuello con una dulzura casi humana para descansar.

—Tomando una siesta, leyendo un libro, paseando por el jardín, lamentándose eternamente por ese demonio suyo... No lo sé, querido. A pesar de lo que puedes estar imaginando, no está en mi naturaleza saber qué es lo que hace Casandra — apunta, poniéndose de pie —. ¿Por qué la buscas con tanta urgencia?

—Tengo que saber con exactitud qué es lo que vio en sus últimas profecías.

Lilith cruza los brazos sobre su pecho.

Antaño, cuando los pergaminos de las profecías de Casandra llegaron a manos del Rey del Infierno, fue el primero en ponerlos en duda. En parte, porque en ese momento sus recuerdos estaban bloqueados y no podía concebir la idea de que un niño ligado a él a un grado —en cierto sentido— paternal fuese capaz de hacer todo aquello que Casandra describió. Luego, cuando sus memorias regresaron, siguió escéptico ante la simple sugerencia de que un niño simple y mortal tuviese un poder oculto. Sin embargo, bastó con que Canaán hiciese un sencillo comentario para que Samael comenzara a darse cuenta de que algo en el chico estaba cambiando... Y lo estaba haciendo muy rápido.

Absenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora