Final.

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Calle.

Luego de la proposición que le hice a Poché, nos quedamos unos días más en Madrid para recorrer las calles, tomadas de la mano.

Antúa volvió a Miami dejándonos solas, enviamos regalos a todos, a Ana le mandamos uno extra porque le enviamos gomitas afrodisíacas en una bolsa de gomitas normales.

La idea fue de Poché.

Con mi esposa estábamos disfrutando de nuestro tiempo juntas, ambas sentíamos ese ambiente en cómo si fuéramos unas recién casadas, olvidando lo malo que hemos vivido y solo viviendo el momento en el que estábamos.

Ahora estábamos en Roma, habíamos llegado hace un día, descansamos y la emoción de mi esposa por explorar este lugar no podía ocultarse.

Fue la primera en despertar –siendo algo muy raro de ella– para decirme si podíamos alistarnos para salir de la habitación del hotel.

Italia la emocionaba y ella estaba lista para conocerla.

Salimos a recorrer las calles, viendo los monumentos más grandes y característicos de Roma, pero nos perdimos.

Ahora estaba tratando de dar a algún lado con el gps del teléfono.

— Creo que no es por aquí. — decía Poché.

— No me digas. — ironicé viéndola.

Tenía hambre, estaba estresada y tenía hambre, el perdernos no ayudaba en nada, después de todo encontramos un grupo de personas que eran turistas y nos ayudó a encontrar el camino.

Lo primero que hice fue arrastrar a Poché a almorzar, cuando llegó la comida tomé el primer bocado y solté un gemido de satisfacción.

Podía escuchar a mi estómago hacer una fiesta al recibir comida.

— Amor, parece que no comiste en siglos. — comentó mi acompañante.

— Con tanta cosa romana ahí afuera me sentí en los pies de Cristo.

Poché soltó una risita.

Luego de darle gusto a mi estómago y ser feliz de nuevo, mis energías de recorrer el lugar volvieron.

Con mi esposa fuimos a museos, una parroquia en dónde me dio gracia verla confesando sus pecados atroces según ella. Conocimos varios sitios, cómo el Panteón de Roma, el famoso Coliseo Romano y ahora estábamos en la Fontana di Trevi.

No había mejor recompensa que ver la felicidad de mi esposa, tomando fotografías a todo lo que le parecía impresionante.

Luego de un largo rato esperando a que la fuente tuviera un cupo, sacamos monedas, le di una a Poché y ella sonrió.

— Pidamos un deseo. — mencioné.

Entrelazamos nuestros dedos y cerramos los ojos, dándole la espalda a la fuente lanzamos la moneda para verlas en el aire y caer al agua.

Poché enredó su brazo en mi cintura y dejó un beso en mi mejilla.

— Es increíble vivir esto contigo.

La sonrisa de mi cara podía hacer competencia a la del guasón.

Entre el recorrido cayó la noche, entre risas y bromas nos encontramos con una calle aglomerada de personas, se veía buen ambiente afuera y si se miraba más al fondo se notaba que todo se trataba de un club.

— ¿Quieres ir, amor?— preguntó mi esposa.

— Vamos. — jale de su mano. — Hace mucho no bailo.

Indeleble || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora