Capítulo 8

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Poché.

Estaba demasiado inquieta y mi pierna la que se movía cada instante lo demostraba.

Después de llamarle a Daniela aceptando su proposición, al llegar a casa grité contra una almohada para no arrepentirme de lo que iba a hacer, añadiendo que creía que estaba loca por aceptar tal cosa.

¿Pero qué más podía hacer?

Aunque viéndolo desde otro ángulo, era algo que le convenía a mi desgraciada vida, sería difícil, pero he estado en peores situaciones y creo que saldré ilesa de este matrimonio que montare junto a Daniela.

La puerta abriéndose de la sala de juntas me hizo alzar la vista, tragué grueso.

— ¿María José? ¿Qué haces aquí?

— Maia, necesito un favor urgente. — dije poniéndome de pie.

— ¿Estás en problemas? ¿Estás bien?— Inquirió llegando hasta a mí.

«Quiero creer que no estoy en más problemas» pensé.

— Sí, estoy bien, solo necesito que me representes.

— ¿En qué exactamente?— indagó.

Solté un suspiro pasando mis manos sudorosas por mi pantalón.

— Es algo complicado, pero...

Maia frunció el ceño, pero su secretaria llamándola hizo que dejara de verme y yo me callara, se acercó a ella para susurrar y cuando Maia asintió se giró para verme.

— Parece que viene un colega. — informó viéndome. — Y supongo que tiene que ver contigo. — asentí rápidamente. — Toma asiento entonces.

Le hice caso y ella se posó a mi lado colocando su mano en el respaldar de la silla, metió una mano en el bolsillo de su pantalón de medida esperando, al igual que yo.

La puerta se abrió dejando ver a la secretaria de Maia, detrás de ella venía un hombre algo mayor con canas en su cabello más unos anteojos y maletín.

Detrás de él venía la que se supone será mi futura esposa.

— Buenos días, colega.

— Buenos días. — saludó Maia. — Por favor, tomen asiento y díganme en qué les puedo ayudar.

El abogado y Daniela tomaron asiento, ella no dejaba de ver a la abogada que no se había movido de su puesto.

— Venimos por el contrato de matrimonio que se llevará a cabo con mi clienta y la señorita presente. — avisó el abogado.

— ¿Matrimonio?— soltó Maia viéndome.

— Sí. — afirmé, ella frunció los labios asintiendo.

— Ya veo. — musitó Maia. — ¿Trae consigo el contrato?

— Por supuesto, me dediqué a redactar muy bien las cláusulas.

Maia rodeó mi silla para sentarse en la que estaba libre, justo a mi lado.

— Muy bien, necesito una copia para leerle las cláusulas a mi cliente.

— Aquí está.

El abogado de Daniela le pasaba los papeles a Maia, ella lo tomó sacando sus lentes de su escote para hojear las primeras páginas.

— ¿Es necesario qué lo haga usted?— habló Daniela.

— Por algo represento a María José, señorita...

Indeleble || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora