Capítulo 30. Impostora

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Si Gastón quedó confundido por la información de sus gárgolas, no lo demostró

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Si Gastón quedó confundido por la información de sus gárgolas, no lo demostró. Su expresión impertérrita se mantenía pese a la situación.

Yo por mi parte apenas podía mantenerme de pie y el nudo en el estómago se acrecentaba.

—¿Qué han dicho? —inquirió Gastón con su voz profunda y seria, casi un susurro letal que podría quebrar a quien sea.

Rancio y Coco tragaron saliva de manera coordinada y mantuvieron su postura, no estaban inventando nada y aunque fuera difícil de creer, ellos no mentían.

—Mi señor... todos la vimos —Coco me miraba, aterrorizada—. Era muy rápida, Martillo y Cortalenguas lograron someterla por un momento y fue cuando nos dimos cuenta de su apariencia.

—Era su mismo retrato, señora —prosiguió Rancio—. Todo era igual. Por eso dudamos en atacarla.

—Una impostora —gruñó Gastón—, ¿Dónde están los demás?

—Al sur, se quedaron para detener a esa intrusa. Martillo nos ordenó venir para ponerlo al tanto, amo.

Gastón asintió y volteó a verme con ese rictus severo.

—Quédate aquí, yo me encargo.

—Pero, Gastón.

—No salgas, Maddy.

Se fue con sus gárgolas, incluso bajo la tormenta. Las gárgolas protegieron a su amo para que la pureza del agua no lo terminara quemando.

Las manos se me acalambraban de la impotencia, necesitaba ir para ayudarlo y ver con mis propios ojos a esa impostora que había robado mi imagen. Un mal presentimiento de todo esto me recorrió toda la columna e incluso, erizó mi piel.

Fui directo a la cocina donde me encontré a varios del personal de la servidumbre, junto con Georgia.

—¿Ocurre algo, señora?

Miré en silencio a todos, quienes aprovechaban para tomarse una taza de café caliente debido a la baja temperatura que provocaba la torrencial lluvia.

—Puede que sí. Que Denver y Perchas no salgan. Tampoco ninguno de ustedes.

Corrí al despacho de Gastón el cual por fortuna no estaba bajo llave. Entré y mis ojos se fueron directo a la pared del fondo adornada con algunas espadas que podría usar para defenderme. Nunca les había puesto atención, pero de un tiempo para acá, los detalles suelen ser un arma que puedo usar en tiempos desesperados, como este.

Subí al sofá y tomé el mango de una enorme espada. Carajo, era pesada. Usé toda mi fuerza para adaptarme al peso del arma hasta que logré dominarlo; estaba segura de que mi sangre Draconia me daba esa facilidad que necesitaba.

Este era mi hogar y lo iba a defender.

Salí del despacho y fui rumbo a la entrada, abrí la puerta al tiempo que un relámpago iluminaba el cielo de manera espectacular. El viento azotaba en mi cara y trastabillé un poco. Me planté firme sobre mi calzado y al parpadear, al segundo, al jalar aire para llenar mis pulmones, ya no me encontraba sola, tenía una figura de pie frente a mí.

3° El amo del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora