Capítulo 19. Toda probabilidad puede ser verdad

451 66 47
                                    

El miedo que recorría mi cuerpo era real, la mano que intentaba sujetar la perilla de la puerta me temblaba ligeramente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El miedo que recorría mi cuerpo era real, la mano que intentaba sujetar la perilla de la puerta me temblaba ligeramente. No estaba preparada para descubrir lo que estaba al otro lado de esta puerta.

Carajo, tenía que hacerlo. Antes, para tomar el coraje que necesitaba, tomé la liga negra que tenía puesta en mi muñeca y sujeté mi melena en lo alto, mechones rojos se interponían en mi campo de visión, pero una vez amarrado me sentí más preparada.

Mi mano mantenía temblor casi imperceptible, tomé la perilla decidida y la giré para abrir la puerta de golpe.

mi pánico se desvaneció al encontrar a Janis sola, no había nadie con ella y tampoco tenía un móvil en la mano como para decir que había estado hablando con alguien. Fruncí el ceño porque de pronto una punzada azotó mi cabeza, justo en la parte frontal de mi cráneo.

Algo no pintaba para bien. La sensación en mi cabeza era una clara señal de alarma. Janis estaba pálida, sus ojos estaban sorprendentemente abiertos como si algo aterrador frente a ella se hubiera manifestado.

—¿Janis?

De la noche a la mañana apareció en las cuencas de sus ojos un tono oscuro, marcando más sus ojeras de una manera aterradora, su cabello había perdido el brillo natural y parecía que le había pasado los dedos de sus manos con desesperación porque lo llevaba muy despeinado. Lo escalofriante era que no parpadeaba en lo que llevaba viéndola de frente.

Entrecerré los ojos, inquieta, con la incertidumbre de no saber qué ocurría. Un escalofrío me envolvía el cuerpo como una serpiente apretándome para cortar la circulación. Mi cabeza punzaba cada vez más fuerte y era algo que no podía ignorar.

—¡Janis! —la llamé con más insistencia y ella reaccionó.

Janis me miró.

—Voy... —bajé la vista a sus manos, sus uñas se había alargado mucho más de la cuenta, no parecían unas uñas normales sino las de un monstruo—, a matarte.

—Carajo.

Salí corriendo del baño rumbo al armario de herramientas donde apenas alcancé a cerrar la puerta cuando escuché claramente los rugidos de animal de Janis. ¡Mierda! ¿Qué pasó?

Busqué lo necesario, martillos, una pala que usábamos para quitar la nieve de la pequeña terraza que teníamos, lo suficiente para poder defenderme. La puerta se quebraba a mis espaldas y tomé la decisión más difícil de mi vida contra una de mis personas favoritas... asesinar.

—Dios, no quiero hacer esto —mis manos no paraban de temblar y mi voz trémula acrecentaba el nudo en mi garganta.

Tomé las herramientas como mejor sabía hacer, la puerta ya casi se estaba partiendo en dos y de pronto, silencio. Traté de acercarme con cuidado para ver si alcanzaba a vislumbrar algo entre las estrechas aberturas que Janis había creado en la puerta, pero no lograba ver nada sólido.

3° El amo del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora