10.

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Ana

Nunca había esperado con tantas ansias la clase del profesor Nightingale. A pesar de lo asustada que me sentía, sería interesante ver cómo se comportaba en la clase conmigo. Mis compañeros seguían interesados en mi salud, así que tuve que decirles que estaba pescando un resfriado para que ya no insistieran más y se alejaran un poco. Aun así, podía notar la diferencia de cuando me ignoraban, pues seguía recibiendo preguntas que tenía que contestar con amabilidad. Me asustaba de pronto tener atención, pero más me asustaba arruinarlo y quedar marginada ahora por ser una loca. 

Para cuando llegó la clase del profesor Nightingale, yo ya estaba un poco lista para lo que sea que viniera. Lo mejor que podría pasarme era que me ignorara y que tan solo se limitara a dar la clase. Yo lo ignoraría como siempre y solo escucharía su clase. 

—Examen sorpresa —anunció y todos comenzaron a quejarse, pero yo no. Ya me daba igual suspender la clase—. Este examen es para evaluar su capacidad de realizar exámenes de ingreso a la universidad.

«Al diablo la universidad. Hoy en día la gente baila en redes sociales y gana por ello», pensé para no asustarme. 

Esbocé una pequeña sonrisa burlona y guardé mis cosas, teniendo cuidado de no mirarlo. Sin embargo, aquello no sirvió de mucho, puesto que él comenzó a repartir los exámenes y no había mandado a nadie a recogerlos al escritorio para hacerlo. Todos murmuraban extrañados por aquel hecho, pero yo no dije nada, me puse a garabatear un poco en el escritorio.

El profesor Nightingale repartió algunos cuantos exámenes y cuando fue mi turno, su mano acarició la mía, causando que se me cortara la respiración. ¿Qué diablos pretendía este hombre?

Aun así, no volteé, fingí que todo estaba bien y volteé mi examen, el cual tenía escrito algo en un borde con una pequeña y hermosa letra.

Azotea. Hora de la salida

Casi se me escapó un jadeo, pero afortunadamente lo pude controlar y borré de inmediato aquel texto. No iría, me sentía tentada a ir, pero no iría. No sabía qué intenciones tenía este tipo, pero no podían ser buenas. Por más que me gustara y fantaseara con él, no iba a ponerme en riesgo. Además, mis padres no lo permitirían, ellos me cuidarían.

El examen tenía algunas preguntas complicadas, pero me centré en las más sencillas para no pensar en nada más. El profesor caminaba entre las filas, pero sentía su mirada sobre mí y aquel ardor en el cuello. En ese instante me pregunté si alguna vez me miró sin que me diera cuenta.

¿Y si era uno de aquellos hombres pervertidos que para disimular esperaban a la mayoría de edad de las alumnas? Pensar en ello me revolvió el estómago. 

Mientras hacía el examen me sentí culpable por pensar eso. Yo jamás lo había visto propasarse con ninguna alumna, tampoco había rumores maliciosos, ni uno solo. Yo era experta en escuchar rumores, dado que nadie reparaba en mí y podía parar el oído cuando quería. 

¿Se acabaría esa ventaja ahora que todos me veían? 

Las preguntas difíciles inevitablemente llegaron, pero me propuse no martirizarme con el tema de la universidad, así que no las respondí, no de manera correcta, al menos. Ya tendría tiempo de estudiar y prepararme. 

Con respecto a la carrera, todavía no podía decidir qué era lo que quería estudiar. Ninguna profesión encajaba exactamente en lo que quería. 

—Entreguen sus exámenes —pidió el profesor Nightingale unos minutos antes de que se acabara la clase.

Gemidos de angustia se escucharon por todos lados, excepto de mí. Me daba igual haber respondido todo o solo haber puesto mi nombre; para mí este examen no definía absolutamente nada.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora