11.

14.2K 1.8K 317
                                    

Ana

Leila me había advertido de camino a su casa que su madre era una mujer estricta y que no solía hacerle buenas caras a las visitas que llevaba, dado que los consideraba a todos inferiores a ella. Eso me quitó un poco las ganas de ir, pero, para no hacerla sentir mal, le dije que eso no importaba demasiado, que sabría lidiar con la situación. Estaba tan acostumbrada a ser ignorada por la gente que incluso una mala cara resultaría ser mejor, pues eso era sinónimo de que existía como ser humano.

Al llegar a aquella casa de dos pisos y con un pequeño jardín con un camino en lugar de un porche, la señora Méndez nos recibió. Su mirada severa y expresión muy seria me hizo temer que me odiaría, pero al saber que era una estudiante no becada me sonrió y me trató de maravilla; incluso me ofreció galletas y un vaso de jugo.

—Mamá, quería pedirte permiso para ir al cine por la noche —le dijo Leila antes de que subiéramos a su habitación.

—¿Al cine? —preguntó ella, extrañada—. Bueno, solo si regresan temprano.

—Lo haremos, mamá.

Mi amiga me tomó del brazo y subimos las escaleras para llegar al piso de arriba, el cual estaba un poco desordenado por muchos libros que había desperdigados.

—Guau, ¿qué es todo esto? —pregunté.

—Mi papá es médico, es un tanto desorganizado. —Se rio ella y fuimos a su habitación.

La habitación de Leila era amplia y tenía unas puertas corredizas que daban a un pequeño balcón. Las paredes eran amarillas y le daba un aspecto bastante alegre, aunque yo prefería el color azul cielo de la mía, pues me parecía más relajante. Sin embargo, el edredón color lavanda me gustaba más y me pregunté cómo podría conseguirlo. El mío era blanco y sin ninguna gracia, salvo su suavidad.

—Mamá se irá a trabajar y a papá, mientras no lo moleste, no nos hará problema para salir —me dijo y fuimos las dos a sentarnos a su cama—. Ahora sí, escuchemos la canción. Muero de ganas de que la escuches.

—Sí, sí —dije emocionada.

Leila sacó su celular de su mochila y le conectó los audífonos, cosa que entendí. Ella debía ocultar la música de su novio a sus padres.

La canción comenzó lenta y fue progresando hasta hacerse más rápida. Yo no sabía mucho sobre música de violín, pero mi piel se erizó desde el segundo uno en que comencé a escucharla. Mis ojos se fueron llenando de lágrimas y me imaginé estando en un salón, bailando con el chico ideal, al cual no podía verle el rostro, pero abrí los ojos de inmediato al reconocer la textura de las manos del profesor Nightingale.

—¿Estás bien? —me preguntó mi amiga cuando jadeé—. ¿No te gustó?

—Sí, sí, me encantó. Es solo que... estoy nerviosa.

—¿Por qué, Ana?

—Porque es la segunda vez en poco tiempo que me escapo de casa —le mentí.

Confiaba en ella, pero no era buena idea contarle sobre mi pequeña fantasía con el profesor, la cual había sido completamente involuntaria. Yo no quería pensarlo, solo lo había hecho, como quien está enamorado de alguien y no puede evitarlo. De verdad esperaba que al siguiente día todo volviera a la normalidad para que mi corazón no cometiera la insensatez de sentir más cosas.

—Bueno, lo más probable es que termines castigada —susurró.

—Sí, lo sé. Pero supongo que esa sensación de culpa y nervios irá desapareciendo.

—¿Sabes algo? —Sonrió Leila mientras me miraba como si estuviera analizándome—. Me pareces distinta.

—¿En qué sentido? —pregunté nerviosa.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora