4.

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Ana

Esa noche no pude dormir para nada. Mis padres de verdad me habían asustado más que nunca. Siempre me habían cuidado de una manera un tanto exagerada, pero en estos últimos días era algo extremo y muy molesto. Y no, no era a causa de mi nueva amistad, de verdad parecían estar más encima de mí.

¿Podría hablar del tema con Leila? Tal vez a ella le hubiese pasado algo parecido, tal vez sus padres fuesen igual que los míos. Deseaba no ser la única chica a la que cuidaban de esa forma, me daba vergüenza, pero más miedo.

Para poder distraerme, comencé a pensar en el fin de semana. Escapar de mamá y papá no iba a ser tan fácil que digamos; sin embargo, si conseguía convencerlos de querer quedarme encerrada en mi habitación y los dejaba tranquilos, podía escaparme. Tenía un poco de dinero ahorrado, de ese que me daban para comprar algo en la cafetería. No me daban nunca lo suficiente y por ello nunca conseguía comprar la gran cosa, y con el tiempo dejé de hacerlo para evitar las largas filas; además, mamá y papá me preparaban desayunos bastante nutritivos y que me mantenían con el estómago en calma hasta el fin de la jornada escolar.

Menos mal había ahorrado todo y sin decir ni una sola palabra al respecto. No lo había hecho porque quisiera ocultárselos, no, simplemente sucedió como algo natural, como algo sin importancia. Pero ahora la tenía, ese dinero iba a hacerme feliz. Podría tomarme un café con mi amiga, hablaríamos y la pasaríamos bien. Eso era muy genial.

Cuando estaba recostándome en la cama, escuché que tocaron a mi puerta, pero no abrí. Seguro que alguno de los dos quería disculparse por haberme asustado y no quería escucharlos; estaba bastante molesta con ellos.

Volvieron a tocar y, enfurruñada, me puse los audífonos para ignorarlos. Comencé a pensar en lo extraño que era que Leila tuviese clases de violín por la noche y si sus padres no estarían preocupados al respecto. ¿O la llevaban? ¿Yo podría algún día tomar cursos nocturnos de algo? Sonaba divertido, bastante divertido.

Comencé a mover mis pies y la cabeza al ritmo de la música. No iba a poder dormirme así, pero esperaba resistir hasta que ellos se fueran por fin. Ahora comprendía a mis compañeros que se quejaban de sus padres, eran tan molestos y no te dejaban en paz. Antes, eran lo único que tenía, así que no le veía problema a que estuviesen con su atención volcada en mí, pero ahora que comenzaba a interactuar con otra persona, me daba cuenta de lo anormal que era.

De pronto alguien me destapó y me quitó con suavidad los audífonos. Di un respingo al abrir los ojos y ver los ojos azules de papá mirándome con arrepentimiento.

—Hija...

—¿Qué estás haciendo? —pregunté desconcertada y él se alejó un poco.

—Lo siento, no quería asustarte. Es solo que mamá está preocupada y...

—No quiero hablar del tema. ¿Me regresarías los audífonos?

Papá miró mis audífonos de cable que tenía en las manos y negó con la cabeza. Yo me incorporé para sentarme y observarlo enfurruñada.

—No es saludable dormir así, pequeña.

—Bueno, pero no lo hago siempre, yo...

—Te los devolveré mañana, ahora solo quiero que sepas que nos preocupamos por ti, que notamos que te sientes frustrada y que eso...

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora