Capítulo 11 «La maldición del espejo»

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Capítulo 11
«La maldición del espejo»

Lo admito: había llegado a pensar que Damien estaba exagerando y solo era otro padre sobreprotector. Me equivoqué por completo. Damien resulta ser un padre que conoce a su hijo a la perfección. Ahora me doy cuenta de ello.

Azael parece vivir en su despacho. Literalmente. Estoy comenzando a sospechar que ha escondido un colchón hinchable o algo similar en algún rincón de esas cuatro paredes. No logro comprender cómo, si no fuera así, podría ser el último en abandonar el edificio y el primero en llegar cada bendito día.

Desconozco a qué hora se va, tampoco a qué hora regresa, pero la curiosidad me está carcomiendo. ¿Acaso este hombre no tiene ningún otro lugar al cual ir más allá del trabajo? Seguramente sí lo tiene. Debe poseer los medios suficientes para comprar un hotel y vivir allí de forma permanente. Yo lo haría, y pediría que me trajeran el desayuno a la cama todas las mañanas.

Suspiro con pesar, mi mirada fija en la impenetrable puerta que separa nuestros despachos. Con un elegante bolígrafo que descansa entre mis labios y mi cabeza hecha un lío.

¿Qué se supone que debo hacer? ¿Cuando es buen momentos para intervenir? Damien no fue específico y ahora me estoy volviendo loca. Debería haberlo tomado más en serio. Quizás así habría sentido aún más curiosidad y habría hecho las preguntas de las cuales ahora deseo respuestas.

No me da tiempo a darle muchas más vueltas al asunto porque una cabellera roja aparece de la nada por el umbral de la puerta. Rubí es todo sonrisas y buen humor. Debe ser la persona más feliz de esta empresa.

—¡Amiga! —grita en un susurro, como si no fuera consciente de que ya estoy mirándola y necesitara llamar mi atención. —¿Estás lista para la reunión?

Sus pestañas se mueven como si de dos mariposas aleteando se trataran.

—Claro —digo, mirando la hora en mi móvil. Cuando mis ojos vuelven a donde esta la pelirroja su mirada está clavada en ma puerta del despacho de Azael. Tiene su labio inferior atrapado entre sus dientes, y está sujetándose al marco de la puerta.

Carraspeo para romper el silencio y, poniéndome en pie, me dirijo hacia ella. Solo cuando estoy a su lado y necesito que se aparte para poder salir, vuelve a centrar su atención en mí.

—¿Crees que le gustarán las pelirrojas? —pregunta —Porque si le gustan las rubias puedo teñirme.

Frunzo el ceño. No logro captar si está o no bromeando.

—¿Qué más da? —me apresuro a pasar junto a ella, tratando de alejarme rápidamente de mi despacho. La idea de que Azael salga de su oficina y nos descubra hablando sobre sus preferencias en cuanto a mujeres es una experiencia que preferiría evitar a toda costa. —No deberías preocuparte por si le gustas o no basándote en el color de pelo... —añado mientras ella me sigue el ritmo, encogiéndome de hombros.

—Lo sé. Pero quiero llamar su atención. Realmente me encanta, Noe. Es... —suspira —es simplemente perfecto.

Aprieto el paso, sintiéndome incómoda con la intensidad de sus palabras.

—Nadie es perfecto. Puede que tenga muchas cualidades admirables, pero seguro que también tiene algún defecto... tal vez tenga un problema con el olor de sus pies.

Rubí abre los ojos como platos ante mi comentario, pero decide ignorarlo y continúa hablando.

—He buscado información sobre él y créeme, no tiene nada de malo —insiste ella mientras caminamos por el pasillo. Sus ojos brillan con entusiasmo y parece estar dispuesta a revelarme cada detalle.

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