Capítulo XX - Peleas de niños

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Peleas de niños


—... y averiguó todo sobre mi vida, ¡hasta contactó a mis padres y sólo para hacerme renunciar a mi trabajo! —exclama Emilia, aquella chica que conocí en la carrera en Austria hace un par de días. La muchacha resultó ser conocida de Lu y amiga de Martina, por lo que aprovechando el tiempo que nos queda por aquí, decidimos tener una tarde de chicas en el apartamento que Luciana aún alquila aquí en Viena a pesar de que pasa más tiempo en Montecarlo. Hace mucho tiempo que no comparto con otras mujeres, cuando fui a Chile apenas pude saludar a mis amigas, ya que sus trabajos, familias y vida personal las limita demasiado, por lo que estar aquí junto a estas chicas me hace muy feliz— Oh, y eso de hacerme creer que estaba enamorado de mí fue caer muy bajo.

Escucho atentamente la explicación acerca de la discusión en la que se vio envuelta en el circuito aquel domingo con su jefe, sorprendiéndome de la intensidad del chico de Ferrari. Además, si bien Emilia no menciona nada más acerca de su relación con el español, es muy fácil notar que ha ocurrido algo más allá del trabajo entre los dos.

—¿Y qué dijeron tus padres? —le pregunta Lu, intentando concentrarse en la conversación y no en su teléfono, esperando recibir un mensaje de su suegra que cuida al bebé durante la tarde.

—Yo ni les intereso. Me abandonaron justo en medio de una prueba familiar, olvidándose que yo también estaba sufriendo, claramente ahora no les importa lo que sea que el idiota les dijo  —confiesa Emilia, sincera y sin tapujos.

Lu asiente en su dirección, con una expresión de total comprensión en su rostro— Te entiendo. Yo descubrí el año pasado que mi madre realmente no es nada mío, y que prácticamente me secuestró para vengarse de mi padre y sacarme de Italia. Me hizo la vida imposible por muchos años.

Boquiabierta me quedo sin palabras al escuchar sus experiencias y lo diferente que puede ser una familia de otra, además de que ambas parecen tan tranquilas al mencionar esas cosas tan horribles.

—¿Están bien? —les pregunto, preocupada.

Ambas me observan sin entender mi inquietud, a la que por cierto, se une Martina apenas regresa desde la barra del apartamento con un trago en la mano. Dios. Esta mujer bebe demasiado. Son apenas las siete de la tarde y es al menos su quinto trago.

—Lo peor que mis padres han hecho es obligarme a quedarme en casa una noche de fiesta —agrega la española, dando un sorbo a su mojito antes de sentarse a mi lado.

—¡Exacto! —exclamo, y vuelvo a preguntar: — ¿Están seguras que están bien?

Nuevamente, ambas asienten despreocupadas y al unísono mencionan:

—Terapia.

—Ah —respondemos Martina y yo.

La conversación sigue en torno a sus horribles experiencias familiares, mencionando hermanas malvadas, padres con problemas emocionales y dramas dignos de telenovelas. Martina no deja de dar sorbos a su mojito, mencionando lo delicioso que está, causándome carcajadas por su excesivo amor al alcohol. La hora avanza muy rápido en su compañía, riendo luego de nuestras desgracias y experiencias personales en cuanto a trabajo y vida personal.

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