II

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14/febrero/1968

Estaba tan concentrado saboreando los trozos de carne de Clarice en mi boca que a penas me percaté de los golpes en la puerta.

Esperé unos segundos a qué los golpes cesaran. Seguí deleitando la carne de Clarice. De la hermosa Clarice. Tenía las manos y la cara llenas de sangre al igual que mi ropa. Pero su sabor era exquisito y adictivo.

Los golpes volvieron a sonar. Caminé hasta la puerta y la abrí cuidadosamente dejando ver solos mis ojos, la luz llegó hasta mí dejandome ver esa cabellera rizada color marrón y esa piel bronceada característica de ella. 𝐵𝑟𝑖𝑔𝑖𝑡𝑡𝑒. Se encontraba con una expresión molesta y los brazos cruzados bajo su enorme busto.

—¿Se te perdió algo? —interrogué.

—Tengo que hablar contigo —informó sin dejar a un lado la seriedad y el enojo notable en su voz.

—En este momento estoy comiendo —musité.

—No me importa.

No dejé que dijera nada más cuando cerré la puerta en sus narices, me dirigí a la cocina para quitar los rastros de sangre alrededor de mi boca y manos. Caminé hasta la sala en la que se encontraba lo que quedaba de Clarice y le puse una manta encima. Sabía que Brigitte no era tan estúpida como Clarice. Quité mi camiseta empapada de sangre y la sustituí por un delantal.

Volví a abrir la puerta con una enorme sonrisa hipócrita de oreja a oreja.

—Eres bienvenida —dije, amablemente abriendo la puerta para permitirle pasar.

Muy dudosa entró. En cuanto puso en pie adentro detalló casa rincón con delicadeza: desde los muebles llenos de polvo hasta las hormigas y pasaban en fila por el piso de madera.

—¿Dónde la tienes? —soltó la pregunta repentinamente.

Sabía de quién hablaba.

—¿A quien? —inquirí, fingiendo no saberlo.

—A ella.

—¿A ella? —di un paso el frente haciendo que ella diera uno atrás.

Comenzaba a oler su miedo. Sus ojos reflejaban angustia y terquedad.

Tenía los puños cerrados a causa de no encontrar las palabras correctas para responder a mi pregunta.

—No se de qué me hablas —mentí.

Caminé hasta el sillón en el que aún estaban los restos de Clarice para sentarme en él.

—De Clarice —aclaró—. Sus padres dijeron que anoche no volvió y hoy por la mañana tampoco. Su madre está preocupada por ella y sé que tú tienes algo que ver.

—Estas equivocada —demandé, levantándome del sillón para encararla—. Jamás me atrevería a hacerle mal a Clarice.

Iba a decir algo. Iba a reprocharme. Pero los gritos histéricos comenzaron a escucharse desde el sótano.

Eran desgarradores. Eran encantadores y exquisitos. Eran como música para mis oídos. Pero a Brigitte no le agradó mucho escucharlos.

Corrió adentrándose más, llegó a las escaleras que deban al sótano y dudo en bajar, pero al ver que iba caminando hacia ella no dudo en bajarlas. Que estúpida idea. Que maravilloso error.

No iba a correr detrás de ella. Ella misma se había atrapado. Al bajar las escaleras ya no habría salida. Quien sabe si volvería a ver la luz del día.

Bajé las escaleras provocando que a cada paso que diera la madera rechinara bajo la suela de mis zapatos.

Los gritos cesaron. Ahora solo estaba el sonido de una agitada respiración llena de miedo.

Brigitte estaba situada frente a la puerta del sótano. 𝑀𝑖𝑟𝑎́𝑛𝑑𝑜𝑙𝑎 fijamente. No podía apartar la vista. No podía pronunciar palabra alguna.

No al ver a Élise sujetada a la pared por unas grandes y gruesas cadenas mientras su cuerpo casi inerte estaba bañado en cortadas. Algunas demaciado finas y delicadas y otras grotescas y atroces.

—Está... —intentó formular. Pero no fue capaz.

—Muerta —concluí.

Me acerqué a ella. Observé a Élise.

Era una chica común como cualquier otra. No estaba muerta. No aún. Pero por ahora solo lo estaba en vida.

Brigitte había comenzado a desconfiar de mí cuando sospechosamente Élise desapareció y lo conectó con mi acercamiento a Clarice. Debía admitir que de sus amigas ella era la que tenía mayor inteligencia.

—Ayudame —pidió Élise con las últimas fuerzas que le quedaban.

Brigitte corrió en su dirección, pero antes de que avanzara demaciado la tomé por el cuello, apreté mi muñeca alrededor de su cuello provocando que se quedara sin aire, intentó zafarse de mi agarre, pero la superaba en fuerza.

Encajé mis dientes en su apetitoso cuello. Élise intentó gritar, pero fue en vano, no tenía la suficiente energía para hacerlo.

Los ojos de Brigitte comenzaron a cerrarse y su boca parecía que daba su último suspiro. Pero no fue así.

Salí del sótano dejando a Brigitte tendida en el piso mientras el veneno se esparcía en ella haciéndola retorcerse del dolor mientras iba por una hacha.

Al volver Brigitte seguía retorciéndose maravillosamente en el piso, Élise abrió los ojos al ver el hacha en mi mano, intentó detenerme al ver lo que intentaba hacer.

Clavé el hacha en el cuello de Brigitte, haciendo que su existencia se extinguiera, sus ojos quedaron abiertos al igual que los de Élise, quité el hacha para dejar que la sangre brotara libremente, la separación entre su cuello y su cabeza dejaba ver su carne cubierta de sangre.

Seguro que nadie la echaría de menos. Ni a ella ni a su fastidiosa existencia.

—La...la mataste —murmuró Élise.

—No. La llevé al paraíso —musité.

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También tengo otros dos libros en mi perfil que les podrían interesar para que los vayan a leer. :)

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