Día 8: Raquel debe morir

385 64 25
                                    

Aquella noche soñaste con ella, Mandey.

Soñé con ella, sí, con Raquel, mi musa.

Soñé que mis pasos caminaban por la avenida y creí verla a lo lejos.

Entonces apuré la marcha y la detuve, pero al volverse...

¿Qué ocurrió al volverse, Mandey?

Al volverse su rostro era viejo y decrépito.

Viejo y decrépito como el de la vieja ama de Julieta...

¡Mandey, Mandey!

¿Por qué no respondes a mis llamadas?

¿Es que ya no te gusto?

(insistió ella una vez tras otra.

Insistió, sí, y traté de huir...

pero ella me perseguía allí adonde fuese)

Entonces despertaste bruscamente en mitad de la noche.

Desperté de aquel horrible sueño, sí, entre charcos de sudor y escalofríos.

Y fui al salón y quise dibujar nuevamente su retrato,

y rescatarlo del blanco del papel...

Trazar aquellos rasgos perfectos, etéreos

y reconfortarme con su visión.

Pero todos los esbozos que nacieron de mis manos resultaron grotescos y deformes...

Grotescos y deformes...

¿Qué te he hecho? ¿Qué he hecho?


(te lamentaste, Mandey, una y otra vez.

Me lamenté, sí, porque había pervertido su belleza con mis manos

al intentar alcanzarla...

Al querer palparla...

Y su belleza se escapaba de mis manos,

y evidenciaba mi inmundicia.

El cisne blanco retratado aparecía ahora negro en todos mis retratos,

negro y emborronado por el sucio carboncillo)

Pero eso no fue todo.

Eso no fue todo, no. Los retratos de Raquel que hubiera tratado de esbozar cobraron vida para arremeter contra mí entre sollozos.

Cobraron vida, sí, y sus bocas arremetieron en tu contra:

¿Qué me has hecho, Mandey? ¿Qué me has hecho?


(gimieron al unísono)

Sí, Raquel cobró vida sobre el papel y su boca retratada no hizo más que culparme por haberla desflorado.

A culparte por haberla desflorado, sí, y después a reír estrepitosamente.

A reír estrepitosamente y a mofarse de mí, sí...

Era la Belleza, la Belleza misma que me esquivaba y se burlaba de mí,

de mi escaso talento,

de mi incapacidad como artista...

Raquel me había engañado.

Todo aquel tiempo pensando que había sido yo quien jugaba con ella y en cambio fue ella la que vino a seducirme.

Raquel era una musa que se hizo carne y bajó de los cielos para burlarse de mí.

Para burlarse de ti, Mandey,

de tu escaso talento,

de tu incapacidad como artista...


Sí, para burlarse de mí...

Desesperado, trataste de hacer desaparecer los bocetos, de rasgar aquellas bocas sobre el papel, de acallar aquel llanto delator.

Traté de hacerlo, sí, pero fue inútil.

A los llantos y burlas se sumaron los retratos que colgaban de las paredes del salón...

Y después fueron todos mis otros dibujos los que cobraron vida y comenzaron a chillar y a culparme...

Corriste entonces hacia mi cajita en busca de auxilio, pero no me encontraste.

No, Grillo, no te encontré...

Te habías ido.

¿De qué hubiera servido quedarme a tu lado, Mandey?

Te di un consejo y no me hiciste caso...

Tú nunca me haces caso.

No te hice caso, no. Fui un inconsciente y por eso perdí mi conciencia.

La perdiste, sí, pero los gritos y lamentos no cesaron,

y continuaron atormentándote la cabeza.

Mi cabeza, sí, mi confundida cabeza.

Embargado por aquel acceso de locura, saliste raudo de tu hogar.

Salí raudo de mi hogar, sí, con una idea fija en la mente.

¿Cuál, Mandey? ¿Cuál?

Con la firme convicción de que Raquel seguiría atormentándome mientras existiese; por lo que debía borrar su recuerdo...

¡Infeliz mortal!

Incapaz de alcanzar la belleza, pensaste en acabar con ella.

Pensé en acabar con ella, sí.

Había de acabar con ella y con sus burlas o su recuerdo seguiría atormentándome!

En mitad de la noche, atravesaste la ciudad desierta y te encaminaste hacia el parque.

No fue un sueño, no. Atravesé la ciudad y me dirigí al parque...

Y a la carrera cruzaste sus caminos de grava en dirección al estanque.

En dirección al estanque, sí!

-¡Eh, oiga! ¡Usted! ¿Adónde cree que va?

(De un puñetazo derribaste al guarda que custodiaba el recinto)

Le derribé, sí. Derribé al guarda que se entrometía en mi camino antes de que esgrimiese su porra y le tumbé contra el suelo.

Le tumbaste, sí; no respiraba...

Entonces te acercaste a la orilla del estanque donde nadaban los cisnes

hasta dar con el de negro plumaje.

No fue un sueño, no. Encontré al cisne de negro plumaje y le agarré por el cuello y le estrangulé con mis manos.

Estrangulaste al cisne de negro plumaje...

Le estrangulé, sí, hasta partirle el cuello,

su esbelto y delicado cuello,

su perfecta silueta...

Si no puedo alcanzar la belleza, la belleza debe morir.

No tenía opción como artista.

Sí, Mandey, había otra opción... pero no te atreviste.

Diario de MandeyWhere stories live. Discover now