Yo le sonreí, sardónico, colocándome las manos tras la espalda. Nos intercambiábamos las miradas a lo ancho del lecho. Le proferí: -¿Puede compartir esta cama conmigo, joven amo? Fue una fruslería de mi parte, una pequeña mofa, y él perfectamente lo sabía, sin embargo, la orden que me dio por consiguiente fue como si yo hubiese hablado en serio.