Joven amo caprichoso.

676 84 36
                                    

He de mencionar que mi horario como mayordomo principal de la familia Phantomhive no me abastece de extensos ratos libres. Haciendo cuentas, dispongo de cuatro horas antes y durante el alba para mis actividades personales, mas nunca me he quejado de esto, para mí cualquier faena que no está relaciona con mis deberes como sirviente son estériles y de poca relevancia a menos que esté vinculada con los gatos. Por tanto, dedico mis cuatro horas libres al estudio de la humanidad, con la intención de encontrar algún dato que me sirva para el cuidado de mi amo o para serle de más utilidad al mismo. Sin embargo, quisiese hacer una excepción a sabiendas de lo infructífera de esta tarea, me placería relatar cierta ocasión en que mi amo y yo hicimos nuestro primer viaje a Francia.

Ah, ¿pero por qué desperdiciar tiempo escribiendo un recuerdo, cuando éstos no tienen validez o importancia alguna? Johann Wolfgang Goethe no pudo explicarlo de mejor forma: «Los hombres sentirían menos sus trastornos de no ocupar su imaginación con tanta frecuencia y con tal esmero en recordar los males pasados, en vez de hacer soportable lo presente». Pero sabemos bien que las sensaciones endebles cesan al expresarlas, ya murmurándole algún confidente; ya escribiéndolo en un papel. Y yo esperanzado de que el sentimiento que albergo sea sucinto, de poco vigor, espero extinguirlo en estas páginas.

Comienzo, pues, declarando primeramente que tengo un amo harto caprichoso.

Podría mencionar un cuantioso número de momentos en los que mi joven amo demostró serlo. De todas ellas yo escojo contar una bastante trivial, aun teniendo otras de mayor peso, pues ésta puede hallarse un tanto jocosa y amena. No es que me afectase lo ocurrido en Francia, como dije, fue una situación pueril, pero sirve como prueba de lo caprichoso que es mi amo, y eso es lo que atañe.

Hace un año y unos cuantos meses, por cierto encargo de la reina el noble del mal -uno de sus seudónimos- tenía que atender unos asuntos en Paris Francia, en ese entonces mi joven amo no había desarrollado perfectamente el francés, un inconveniente de gravedad, pues sus asuntos en la capital se relacionaban con la conversación extensa y el discurso.

La premura que requería la situación nos obligó partir sin que primero pudiese desarrollar mejor el idioma, hizo una ligera práctica con un libro ya introducidos ambos en el tren. Se podía advertir que había mejorado, no obstante era menester practicar aún más.

Y llegados al hotel, le hice una recomendación a mi amo:

—Joven amo, ¿por qué no practica con el recepcionista? Pida las habitaciones mientras yo reporto su llegada por telegrama.

No se le vía seguro de sí, miraba con fijeza la recepción y la expresión de su cara era de un talante dubitativo, mas optó por efectuar lo sugerido. Le acompañé hasta el mesón y dejé las maletas a su margen.

—Volveré en un momento —le dije con deferencia, luego nos separamos.

Al regresar encontré a mi amo desganado, desviaba la mirada y con razón, ¿qué nivel de vergüenza era la que le poseía teniendo sólo una llave sobre su mano?

—¿Una sola habitación? —le pregunté pasmado.

—Dijo que por no reservar, sólo se halla una habitación para nosotros, eso creo... Verifícalo, puede que me haya equivocado.

Y fui con el arrendador; le proferí:

—Excusez-moi, mais vous ne possédez qu'une chambre sans réservation?

—C'est comme tu dis

—Je comprends

Por desgracia, era como decía mi amo, se lo hice saber y éste bufó.

—Bien... —se resignó—, si no hay más... Al menos es una habitación de dos camas. 

Adentramos en la vasta habitación, muebles de ébano y bellos juegos de cerámica se descubrieron ante nuestros ojos. Y nada nos había pasmado tanto como lo que vimos al profundizar el escrutinio. Vimos uno sólo, un lecho, no dos. Observamos cuán largo era, ataviada la cabecera con almohadas de generoso tamaño, las sábanas coloridas de ámbar. Las cortinas de vino descorridas y enmarcando la cama.

Yo giré el rostro a mi joven señor. Sus mejillas enrojecieron avergonzadas. Le pregunté qué fue lo que dijo al recepcionista y me atacó con una mirada colérica; sus ojos se entrecerraron desdeñosas. Advertí en su talante que no deseaba ni necesitaba que comentase o preguntase al respecto, ya tenía sobrante bochorno con su error. Me encomendó volver a la recepción para pedir un cambio de habitación; yo obedecí, pero el hombre de la recepción me informó que se le dijo a mi joven señor de la sola cama y que él lo había aceptado sin pesar.

Encaminándome a la habitación me concienticé del inminente malestar que le provocaría la noticia que estaba por darle; suspiré palmeándome la frente. ¿A quién recaería la responsabilidad de la situación? ¿La premura que nos obligó a no reservar una habitación, o el mal francés de mi amo que evitó que entendiese lo que estaba aceptando? Cuando atravesé la puerta le hallé entre cruzados los brazos, sentado en el borde la cama, mirándome expectante pero sin que faltase su malhumorado ceño.

—¿Entonces?

Dirigí unos pasos, quedando del lado del lecho en el que no estaba mi amo, quien me seguía con la mirada. Me expliqué, él no tomó a bien la notificación, dio un salto, como si un resorte le hubiese impulsado, me dedicó un gesto que llevaba vestigios de una incredulidad disipada por mi faz circunspecta, tornó la boca entreabierta repelente. En sí, le invadía una mezcolanza de repudio e incomodidad. Yo le sonreí, sardónico, colocándome las manos tras la espalda. Nos intercambiábamos las miradas a lo ancho del lecho. Le proferí:

—¿Puede compartir esta cama conmigo, joven amo?

Fue una fruslería de mi parte, una pequeña mofa, y él perfectamente lo sabía, ya que yo, como expliqué antes, no duermo, prefiero no hacerlo; es para mí una pérdida de mi tiempo, y mi señor está completamente consiente de este hecho, calculando mis horas libres. Sin embargo, la orden que me dio por consiguiente fue como si yo hubiese hablado en serio.

Me correspondió la sonrisa, pero la suya estaba movida por una malicia, llena de soberbia, cruel. Ah, cómo es cruel mi joven amo.

Usted sabe cómo son las noches para mí, un demonio como mayordomo. Cuántos siglos sin que mi piel tocase o sintiese siquiera el rose de un lecho. Sólo por mi befa cambió eso aquella noche con el improvisado. Sólo por eso. Ah, qué caprichoso es.

Y nunca me dijo qué sintió que le acompañase toda una noche. Múltiples ocasiones me pidió quedarme hasta que el sueño recayese sobre usted, pero jamás se despertó conmigo recostado a su vera, jamás antes de ese crepúsculo.

¿Lo valió, acaso, joven amo? ¿Valió permitirle a un mayordomo serle compañía hasta que la aurora coloreó blanquizca todo lo que la ventana dejase?

Debo admitir, que no fue de mis noches más cómodas. Usted, plácido sobre las sábanas de seda, las almohadas rellenas bajo su cabello de zafiro; y yo, inerte, tieso sobre las losas. Soy poco perceptivo ante las texturas, mas incluso un demonio podría captar la dureza del suelo.

Y sabe también que no pude dormir, no concebía la suficiente paz como para hacerlo. Qué noche tan hastiosa. Advertí en la oscuridad de la tarde hora, que usted sonreía divertido cuando me dijo:

—¿Qué tal el piso, Sebastian?

Lo reitero, lo haré mil veces más: es usted un caprichoso.

Joven amo caprichoso ~KUROSHITSUJI~ [One shot].Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα