Max, un golden retriever de tres años, siempre había tenido un estómago delicado. Desde cachorro, lidió con sensibilidad gastrointestinal que lo hacía reacio a comer y lo mantenía a menudo inactivo. Su dueña, Laura, había intentado varias dietas recomendadas por su veterinario, pero nada parecía ofrecer una solución duradera.